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En el extranjero

Por Gustavo Beneite *

Recién, mientras leía una nota aparecida en el Página/12, fui haciendo un racconto de la vida acá. Y creo que una de las cosas más difíciles de aprender o a las que acostumbrarse es haber perdido el sentido del tacto y del olfato.
El tacto no es que se pierda, pero es como que se freezara. En la calle por el frío, y en los interiores por la falta de roce con otras pieles. Y no me refiero al sexo, ésa es una parte. Fundamentalmente me refiero al contacto con otras personas, el dar la mano a alguien o el beso habitual al saludarse. Ese contacto acá no existe, pero no sólo con uno, que es un extranjero, sino entre ellos. Un ejemplo es la oficina en el trato cotidiano.
Y el otro es el olfato. A lo sumo por el olor a transpiración fuerte que uno puede sentir en el metro o en el otro extremo por el abundante perfume de alguna mujer también en el metro, salvo en esas ocasiones uno cree que perdió ese sentido.
Obviamente esto sucede cuando uno está solo. Y trata en ese caso de recordar... De recordar olores, pieles; desde el simple hecho de llevar de la mano a tus hijos hasta la caricia infinita de dos cuerpos desnudos.
En cambio, el oído se sensibiliza, entre los miles de voces podés reconocer un sonido cercano, alguien hablando en español. Pero no sólo por eso, tu oído comienza a familiarizar con idiomas lejanos y, a pesar de no conocer el idioma, empieza a reconocer sonidos, palabras y se comienza a asociar. Fundamentalmente en el intento por comunicarse.
La vista es la mayor perjudicada. Es la que más trabaja. Es la que intenta captar todo, incluso reemplazando a los otros sentidos. Mirar, ver, observar... Todo eso hace. Intentar comunicarse mediante miradas, intentar comprender otra sociedad observando los iguales y los diferentes, desde las personas hasta la construcción colectiva que es la ciudad.
Y, por último, el gusto. El cambio es en principio muy grande. Después uno logra colarse por los diversos vericuetos y conseguir lo más parecido (en comida) a lo conocido. Dado que justamente no soy una persona de probar sabores diferentes. Con lo que conozco me alcanza y sobra.
Excluyo en todo esto el sabor de la piel. Dada la realidad que vivo, en cierto modo me parezco al relato de la nota. Porque “paradójicamente” los afectos uno los siente cerca sólo en el mundo virtual de Internet, los mails y el chateo. La realidad se conoce desde la pantalla, sea ésta de un TV o del monitor de una PC.
En fin, ésta es la historia de mis sentidos en una tierra lejana.

* Lector, desde Moscú.
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