Jueves, 19 de febrero de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › FRENTE DE ARTISTAS DEL BORDA
El FAB es un espacio que produce arte como herramienta de denuncia y transformación social desde artistas internados y externados en el Hospital Borda. Aquí, su historia, sus métodos, sus logros.
Por Alberto Sava y otros *
Luis Parente, integrante ya fallecido del Frente de Artistas, siempre decía: “El hospital es como una boca grande que te traga”. Y es verdad, se comprueba cuando se recorren sus pasillos pocas veces limpios y muchas veces sucios, con ventanas oxidadas sin vidrios o con vidrios rotos, y más pasillos, muchos pasillos con cuerpos que caminan o extremadamente quietos, de horas vacías, de caras pálidas, tristes, sin vida.
El Frente de Artistas del Borda (FAB) es una experiencia que surge a fines del año 1984, con el objetivo de producir arte como herramienta de denuncia y transformación social desde artistas internados y externados en el Hospital Borda, posibilitando, a través de diferentes formas de presentación, que las producciones artísticas generen un continuo vínculo con la sociedad. En esos años, Argentina atravesaba un momento político crucial, en el que se daba fin a una de las más cruentas dictaduras militares y se iniciaba la democracia. Este cambio político permitió la emergencia de múltiples prácticas y discursos críticos. En el área de salud mental, se dio nuevo comienzo al planteo que, a nivel mundial, se venía sosteniendo desde lo que se conoció como “reforma psiquiátrica”, ocupando el centro de su crítica el manicomio.
Esta corriente de transformación institucional plantea la necesidad de un cambio radical en las instituciones manicomiales, tan proclives a agregar un padecimiento adicional al que ya sufren las personas que ingresan a la institución. La fragmentación de los lazos sociales, junto con el temor permanente, conlleva a la resignación y el desinterés frente a una situación que se percibe como sin salida, lo que suele dar paso al aislamiento y a la paulatina desaparición de la conciencia crítica. En estos lugares, las personas van siendo sometidas a una serie de despojos: la pérdida de su identidad, la fragmentación de los lazos sociales y afectivos, el arrasamiento de sus deseos, la privación de su intimidad, el menoscabo de sus derechos civiles y políticos, entre otras. En fin, de todo aquello que es propio y singular de un ser humano. Estas privaciones cobran tal valor de naturalidad que quienes forman el sistema institucional pierden sensibilidad, pensamiento crítico y, por sobre todo, capacidad creativa.
Por otro lado, la situación exterior de exclusión social hace del caer en la institución una trampa de muy difícil salida, ya que a la dificultad de volver a vivir fuera del hospital se agrega la situación desventajosa del estigma social, con lo cual la institución cambia en muchos casos del rol para el cual se dice que ha sido creada: asistir, atender, acompañar. Se convierte en el único medio de vida para personas que sufren, entonces, un doble desamparo: el de su propio padecimiento y el de la exclusión social. Dentro de esta corriente crítica a nivel mundial se genera un movimiento de transformación de la atención de la salud mental, de abolición de los manicomios, llamado desmanicomialización. La primera experiencia, en Trieste, Italia, dirigida por Franco Basaglia, logra el cierre del manicomio y la introducción de toda una estructura comunitaria en la atención de la salud mental. Los puntales más fuertes de este proceso se centraron en la instauración de la modalidad de internaciones breves, a las que se apela como recurso de última instancia, y en la puesta en marcha de diversos dispositivos de integración, teniendo en cuenta los afectos, la vivienda, el trabajo y la educación.
En ese momento, Argentina también estaba interesada en ese proceso de transformación. Desde la Dirección Nacional de Salud Mental se intenta un proyecto para producir experiencias similares a la de Trieste en tres lugares. Uno de ellos es el Hospital de Allen (Río Negro), pequeño hospital psiquiátrico, que se transforma en Hospital General y establece una estructura parecida a la italiana con distintos niveles de aciertos. Representa el intento más avanzado, ya que a partir de esa experiencia logra cierta legitimación a través de la ley 2440, promulgada en 1991. También se intenta en Córdoba, en donde sólo evoluciona hasta cierto punto.
El tercer lugar fue Buenos Aires, en el Hospital Borda. Ahí la experiencia desmanicomializadora no se concretó por limitaciones políticas, económicas e ideológicas. Pero, a pesar de ello, quedaron instaladas ciertas propuestas renovadoras, entre ellas el Frente de Artistas del Borda. Se conforma, de esta manera, como un movimiento artístico e ideológico independiente –si bien funciona físicamente dentro del Hospital Borda–. A él concurren internos, externos y personas que se atienden en consultorios externos, y desde 1998 está abierto a la comunidad en general. Como escribió nuestro compañero Jorge Fernández, fallecido en el manicomio: “La libertad de ser libre como los pájaros/ y no encerrado en este claustro/ de sombras./ Sombras policiales que se ven/ en este claustro de sombras./ Sombras calavéricas de nuestros pasos/ por este hospicio./ Hospicio de muerte,/ Destrocen los muros por favor”.
En 1984, Alberto Sava, fundador y director del FAB, fue convocado por José Grandinetti para sumarse a un proceso de transformación del Hospital Psiquiátrico. Su propuesta fue integrarse a un proyecto de desmanicomialización; el espíritu que nutrió esta experiencia tuvo que ver, indudablemente, con el “teatro participativo”, del que provenía Sava.
El 15 de noviembre de 1984 se realizó la primera reunión en el teatro del Hospital Borda. Alberto Sava, junto con Mónica Arredondo y Roxana D’Angelo, convocaron a unas cincuenta personas internadas con inclinaciones artísticas y les propusieron crear un grupo de artistas del Borda para, a través del arte, ayudar a transformar la realidad del hospital. Al buscar un nombre para el grupo, a uno de los muchachos internados se le ocurrió “Frente de Artistas del Borda”. Lo fundamentó así: “Frente, porque vamos a ir al frente, para enfrentar nuestra realidad y cambiarla. Artistas, porque somos y queremos ser artistas y no locos. Borda, porque somos del Borda y seremos los revolucionarios del Borda”.
Desde el momento de la elección del nombre, realizada en una asamblea entre internados y coordinadores, se perfila el camino a seguir: “El arte del Borda, fuera del Borda”. En esta denominación hay algo que se muestra y produce una marca: la creación artística y junto a ella su artífice. La tarea actúa como articuladora y organizadora del grupo. Los talleres se orientan a una búsqueda ligada a la creación, como cualquier grupo de artistas que trabaja en el afuera.
Desde sus inicios, nuestra práctica apunta a revertir los efectos de deshumanización que tanto la institución manicomial como la sociedad generan, proponiendo a los protagonistas de esta experiencia recuperar las características propias de ser personas. Esto estaría dado mediante el reconocimiento mutuo como personas que sienten, piensan, se expresan, se comprometen en una tarea colectiva generada desde el propio deseo. De esta manera se intenta favorecer un readueñamiento del cuerpo y de la palabra legítima.
Se parte de la idea de que, al hacer circular estas producciones artísticas, se producen tres efectos: subjetivo, institucional y social. Es subjetivo porque a personas que el manicomio les ha socavado sus deseos, sus pasiones y sus proyectos de vida, el arte las convoca a un trabajo grupal dentro de un proceso creador. La pertenencia a un colectivo y el compromiso a través de la tarea promueven el fortalecimiento de la identidad, con la idea de hacer circular en el ámbito cultural, en el afuera, la producción artística que posea cierta calidad. Y lo que circula no es sólo la producción, sino el artista. De esta manera, la persona puede decir lo que le pasa dentro del hospital, mencionar lo que funciona y denunciar los aspectos negativos y los malos tratos físicos y psíquicos, la sobremedicación y la falta de libertad.
Estas denuncias públicas vuelven al hospital y es allí en donde se produce un segundo efecto, el institucional. En principio, poniendo en evidencia las contradicciones institucionales y abriendo dentro del hospital nuevas grietas que permitan profundizar el debate sobre estas problemáticas.
En cuanto al efecto social, se produce en la medida en que los artistas salen, se muestran y muestran su capacidad creadora. Ya que la identidad se define paulatinamente cuando se actúa con el entorno (a partir de expectativas de conducta sancionadas socialmente), el compartir las producciones artísticas contribuye a romper con un imaginario social de la locura siempre en déficit, que no considera su posibilidad de ser un agente de transformación social y de coproducción de un proceso grupal, en este caso artístico. Así, la mirada que los otros pueden devolver a los participantes, como portadores de una palabra y producción valedera, permite la construcción y apropiación de una imagen del “loco” como actor de un proceso valioso de creación y de construcción. Frente a esto, el cambio que se vislumbra es el de una sociedad que se sensibiliza, empieza a abandonar la indiferencia y el miedo, comienza a cuestionarse respecto de ese imaginario que ubica a las personas en el lugar de desecho. Se trata, en definitiva, de despertar en la sociedad la necesidad de terminar con el encierro opresivo propio del manicomio.
Hemos intentado producir un espacio posibilitador, en el cual se produjeran objetos de creación que no terminaran perteneciendo al archivo institucional, sino que a partir de ellos se generara un lazo social. Intentamos, a partir del arte y en el arte, producir creaciones que dejen marcas dentro y fuera del hospital.
Los artistas internados, respecto de la relación entre el arte y la sociedad, sostienen: “La gente dice que cuando un actor se sube al escenario, se pone la careta: para nosotros es al revés; nos colocamos la careta en la calle y cuando subimos al escenario nos sacamos la careta. Dicen que los artistas son locos, que casi todos los artistas son locos, pero los únicos artistas locos somos nosotros, los únicos artistas con títulos de loco somos nosotros” (“Locos con título. Reportaje a talleristas del Frente de Artistas del Borda”, revista Manuscrito, 1998).
En el FAB funcionan los talleres artísticos de teatro, marionetas, música, mimo, teatro participativo, expresión corporal-danza, plástica, letras, periodismo, fotografía y circo. A ellos se le agrega uno de desmanicomialización, taller teórico donde se debate acerca de este tema considerado eje de la ideología del FAB. Cada taller funciona con un equipo de coordinación integrado por un coordinador artístico, uno psicológico y uno o más colaboradores. El coordinador artístico cumple la función de transmitir los recursos prácticos y conceptuales propios de su disciplina artística, coordina un proceso creador grupal y aporta su conocimiento de los códigos de las relaciones profesionales y humanas en su campo de acción. El coordinador psicológico trabaja no sólo con los obstáculos a la tarea en cada taller, con los efectos y movilizaciones grupales que despierta una disciplina artística, sino además optimizando las relaciones vinculares y la circulación de la palabra, posibilitando así la creación colectiva. A esta coordinación conjunta puede sumarse otro tipo de saberes que aporten su particular mirada frente a este proceso. También integran el equipo de coordinación de los talleres colaboradores, que suelen ser estudiantes de arte, de psicología, psicología social y de otras disciplinas. Los coordinadores y colaboradores en su conjunto están además supervisados mensualmente. Todos los coordinadores y colaboradores realizan la tarea ad honorem.
En el funcionamiento diario de los distintos talleres, el espacio promovido se desarrolla como un ámbito de aprendizaje, donde se proveen las técnicas y materiales necesarios para llegar no sólo a una producción artística, sino a la creación de un trabajo de calidad reconocido por otros, traspasando así los muros del hospital. La creación artística es en sí fundamental, ya que no se pretende que el espacio de los distintos talleres cumpla una función de simple recreación o distracción para sus integrantes.
El dispositivo de funcionamiento montado por el FAB consta también de un modo horizontal de abordar las relaciones de poder, para llevar a cabo una experiencia de transformación en donde estén implicadas todas las personas que tengan participación en el proyecto. Este dispositivo consiste en la realización de una asamblea quincenal, en la cual se alternan las cuestiones organizativas y otras destinadas a la reflexión de lo considerado relevante. Las asambleas se conforman como el organismo principal de toma de decisiones: desde la compra de un objeto hasta la creación y organización de los Festivales Latinoamericanos de Artistas Internados y Externados de Hospitales Psiquiátricos. Es un espacio donde circula toda la información respecto de los talleres y sus salidas, planteándose y resolviendo todas las ideas, proyectos, problemas y cualquier otro aspecto que implique la construcción organizativa y conceptual del FAB. Las resoluciones se toman por votación, para la cual debe haber un mínimo de ocho talleristas. Y son ejecutadas por un equipo de coordinación general, votado a su vez anualmente por asamblea, y que consta de los siguientes representantes: uno por artistas externados (o en tratamiento ambulatorio en el hospital), otro por artistas internados, otro por artistas comunitarios (sin relación con el hospital), un representante de coordinadores psicológicos, otro por los coordinadores artísticos, y el coordinador social y, sumado a este equipo, el director del FAB.
Este equipo de coordinación general se reúne quincenalmente para ejecutar las decisiones de la asamblea, recibir a aquellas personas que quieren acercarse o saber sobre el FAB (con su posterior presentación en la asamblea), constituyéndose como mera instancia operativa.
Se realizan funciones y presentaciones artísticas. Pensamos que es fundamental la existencia de presentaciones artísticas grupales ante los miembros de la propia comunidad como estrategia de transformación. La misma circulación de las producciones le otorga a todo el proceso una proyección en el afuera, particularidad que diferencia al FAB de otras modalidades de talleres artísticos o laborales con fines exclusivamente terapéuticos.
Constantemente se llevan adelante presentaciones artísticas en teatros, facultades, centros culturales y barriales, colegios, organizaciones políticas y sociales, entre otras, así como participaciones (desde el arte) en eventos, festivales, congresos, manifestaciones y protestas sociales. Las presentaciones se realizan por taller o, en la mayoría de los casos, de forma integrada, concurriendo varios talleres o la totalidad del FAB. Estas actividades muchas veces se dividen en dos partes, una referida específicamente al trabajo artístico –recitales de música y poesía, puestas teatrales o de mimo, muestras de plástica, fotografía, entre otras– y una segunda que se basa en la difusión de la experiencia a través de charlas-debate que se llevan a cabo al finalizar la presentación-exposición, con la participación de coordinadores, talleristas y artistas invitados representando las distintas disciplinas.
El equipo de los coordinadores y colaboradores de los talleres es supervisado mensualmente por Enrique Dacal (supervisión artística) y Daniel Vega (supervisión psicológica e institucional), ambos con experiencias en este tipo de prácticas. Así intentamos reflexionar sobre nuestra práctica incorporando la mirada de un referente externo. Anteriormente fueron supervisores del FAB Isidoro Vegh, Osvaldo Bonano, Fernando Ulloa, Nélida Ortega, Horacio Gárgano y José Grandinetti.
Con la necesidad de superar el aislamiento que plantea el manicomio, desde sus comienzos, el FAB ha articulado con otros grupos que, desde luchas diferentes, han llevado adelante experiencias comunitarias muy valiosas en diversos campos sociales. Entre muchas otras, con organizaciones de derechos humanos, con el MOI (Movimiento de Ocupantes e Inquilinos), con agrupaciones estudiantiles universitarias, con movimientos artísticos y de salud mental, con organizaciones barriales de base, con equipos de educación popular, con movimientos de lucha en los manicomios, con movimientos sociales de desmanicomialización, con distintas organizaciones y dispositivos dentro del Hospital Borda, intentando en todos los casos desarrollar emprendimientos laborales, procesos cooperativos de viviendas, fortaleciendo intercambios de experiencias con alumnos y docentes universitarios para ser aplicadas en otros hospitales psiquiátricos.
* Son autores, además, Martín Abregú, Claudia Bang, Vanesa Bernich, Sol Cortés, Ana Lobeto, Andrea Medina, Carlos Moretti, Alberto Sava y Nicolás Vázquez. Extractado del libro Arte y desmanicomialización. Experiencias con y desde el arte en los hospitales psiquiátricos de Argentina, por Alberto Sava (compilador), Ediciones Artes Escénicas.
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