PSICOLOGíA › EL PSICOANALISIS EXAMINA LA CUESTION DE LOS ABUSADORESY DE LOS NIÑOS ABUSADOS
No sólo por miedo sino por pudor, callan
A partir de la experiencia de centenares de casos derivados de una defensoría del menor –“el 20 por ciento corresponde a abusos sexuales”–, la autora propone diversas aproximaciones al psiquismo del abusador y a la vivencia del abusado, quien se ve obligado a procesar “vivencias que resultan innombrables por lo siniestras y por la dificultad de que puedan ser escuchadas por otros... pero también por el mismo que las sufrió”.
Por Ester Romano
El abuso sexual tiene una presencia insospechada en nuestro medio, corroborable desde sus manifestaciones estadísticas. Así, sabemos que alrededor del 14 por ciento de los jóvenes de población general recuerda haber padecido alguna forma de relación abusiva en su infancia. Esta cifra se ha comprobado en consultas en equipos de ginecología pediátrica, y en la mayoría de los casos el abusador resultó ser el propio progenitor o allegados del círculo íntimo.
En la Defensoría del Menor, dependiente del Colegio de Abogados de San Isidro, recibimos alrededor de 100 consultas mensuales, de las cuales entre un 15 y un 20 por ciento corresponden a causas de abuso, las más de las veces por parte de familiares cercanos.
Un enfoque preventivo del abuso sexual implica reconocer un elemento que, amén de ser puntual en las concepciones metapsicológicas sobre la constitución del aparato psíquico, se constata ampliamente en la psicoterapia de niñas y adolescentes, así como en el plano diagnóstico, tanto clínico como pericial: me refiero al lugar pregnante de las figuras parentales en los diversos engramas constitutivos del psiquismo.
Desde la teoría psicoanalítica, respecto al tema de las relaciones de abuso y ejercicio de diversas formas de violencia a partir del poder parental, es central la hipótesis de Freud en cuanto a que el nacimiento de la cultura, de la moral, del orden social, surgen desde la redistribución de lugares constitutivos de la solidaria horda fraterna, sucesora del mítico homicidio al Gran Padre violento y autoritario. Se recuerda que el indiscutible acceso a las hembras del padre alimenta el odio, con repudio a su poderío. Banquete totémico-culpa-identificación con el antecesor mítico marcan los límites de un grupo, de una cultura. Todo desafío, en última instancia, nos remitiría al destronamiento, la matanza del padre primordial.
El estudio de casos especiales, sea en la clínica (paidofilia, fetichismo u otras desviaciones en la conducta sexual) o en la práctica forense, me ha permitido visualizar la pregnancia de esta organización fantasmática (en la forma del cacique, el patriarca, el gran jefe) bajo cuya sombra subyace el caos, la desorganización psíquica que conduce a algunos desesperados al crimen o, en los ropajes de las escenas del abuso, al incesto o la violación.
En el contexto del abuso parental prima la confusión. El arbitrio del padre-amo no reconoce en la progenie su lugar como sujeto, la somete como objeto al servicio de su propio goce. No existe un orden, un límite al deseo, tampoco sujeción a la universalidad de la prohibición del icesto. Paradójicamente, la prescripción es al enclaustramiento, al encierro, constituyendo un verdadero mandato endogámico.
Willy Baranger ha precisado la figura del corruptor, como iniciador desafiante y transgresor de la ley, estableciendo un recorrido desde la castración hacia la pulsión de muerte, con las correspondientes fantasías de madres profanadas y su relación con los límites del incesto.
Cuando el ataque se produce por parte del padre biológico, de sus sustitutos o por figuras representativas de la autoridad, resulta alterada la cualidad del vínculo transgeneracional. Ello da lugar a un severo trastocamiento psíquico, resultado de factores como: la pérdida de la función tutelar como garante de la dependencia; fallas en la representación del cuerpo propio infantil; alteración entre la cronología de su ritmo evolutivo; irrupción pulsional, con la consiguiente desorganización narcisística; ebullición de estímulos endógenos y puesta en práctica de actos biológica, psicológica y socialmente inapropiados; impedimento del adecuado fantaseo o ensoñación (representaciones mentales); obturación del juego pulsional, que queda atrapado en la imposibilidad de proyectarse en horizontes más allá de la familia.
En un hermoso trabajo de Freud, “El tema de la elección de cofrecillo”, se marcan los lugares donde, desde el folklore y la literatura, esrepresentada la mujer como elección posible del hombre en su triple carácter de madre protectora, mujer sensual, y la apacible y muda muerte.
Serge Leclaire, en sus conferencias en la APA (1975), puntualizaba que en los casos de abuso sexual, en su sentido médico-legal, habría que captar la connotación de que el pregnante y “verdadero” incesto es el producido con la madre. Remarcaba la noción del incesto como goce incitante en la primaria relación madre-niño, diferenciándolo de lo que él llamaba el “incesto médico-legal”.
En los abusadores, ocurren poderosos procesos disociativos, alternando la fuerte idealización con la dependencia, y la denigración, con odio y resentimiento. El nudopatogenético central está constituido por antecedentes de trauma infantil, ligados a angustia de castración, sean derivados de abuso sexual padecido pasivamente, u otras injurias corporales no procesadas psíquicamente. Los intentos del yo de frenar la invasión de angustia ante situaciones desestabilizantes ponen en marcha procesos de desmentida de la realidad y escisión. La realización del acto abusivo responde a la organización de una escena en que se tramitan las primitivas pulsiones. Se intenta dominar activamente (en el niño no reconocido como una parte propia proyectada) lo padecido otrora pasivamente.
En la experiencia en el abordaje de sujetos perversos abusadores de niñas, a través de la continuidad del largo y penoso trabajo psicoanalítico, he podido constatar la emergencia de huellas mnémicas sepultadas. Ello ponía sobre el tapete un elemento común, francamente traumático: haber sido objeto de abuso en momentos clave de su desarrollo.
¿Cómo entender el ejercicio de un poder abusivo? ¿Por qué nos resulta tan impensable? ¿Qué lleva a que los deseos paidófilos sean tan repudiados de modo universal? Un primer nivel de respuesta es obvio, en tanto constituye el resultado del horror provocado por la pregnancia de una ley moral universal, como es la prohibición del incesto. Si se sigue el pensamiento de Angel Garma, puede entenderse el triunfo (maníaco) sobre el objeto, teniendo como fin comportamientos destructivos que provocarían la repulsa ambiental y superyoica, siendo percibidos como merecedores de castigo. De acuerdo con ello, constituirían comportamientos punibles que tendrían como finalidad directa exonerar la culpa de los objetos persecutorios, configuradores del superyó.
Agregaría que también comprende el repudio a la transformación, bajo signo contrario, de las naturales tendencias amorosas hacia la descendencia. Es el naufragio de la figura de “Su Majestad, el niño”, en que se tiende a proyectar los ideales de perfección y los propios sueños fallidos en la propia descendencia y, por extensión, en todo el universo infantil como representante de las generaciones venideras. Encontraríamos entonces una falla en la estructura ética abstracta integrada al ideal del yo, que implica la imposibilidad de poner freno a la emergencia de elementos arcaicos ligados a la indiferenciación y la destructividad.
Se suele asociar las expresiones de violencia con variadas formas de ataques directos al cuerpo: golpes, abandonismo, formas de abuso. Pero también en el habla, constitutiva de la condición humana, se puede vehiculizar la violencia: no sólo bajo las formas degradantes del insulto, la denigración, sino también en sutiles maniobras descalificatorias de la posición del otro hacía condiciones de desconocimiento, paralización o confusión enloquecedora.
En la psicoterapia psicoanalítica de padecientes de abuso, he constatado vivencias asociadas a un orden de experiencia de dolor psíquico de muy difícil procesamiento a través del lenguaje. Hay ocultamientos ligados a la vergüenza por la afrenta padecida, hay necesidad de mutismo no sólo como efecto del pánico sino por el dolor, el pudor. Pero, además, son vivencias que resultan innombrables por lo siniestras y por la dificultad de hallar articulaciones comprensibles y accesibles a la escucha de otro, pero también para sí. Mientras que el lenguaje como medio expresivo del amor, de empatía, puede unir, su manipulación (en la interacción interpersonal cara a cara o a través de los medios de comunicación) puede deteriorar y obturar la posibilidad de establecer vínculos fecundos.
En los casos de abuso, se trata de un reconocimiento muy íntimo e inefable de algo que alguna vez estuvo y ya no está más, lo cual se entrama con el circuito de la serie de ilusión-desilusión descripta por Winnicott, en términos de intrusividad ambiental que redunda en una patología (por déficit) del área de la transicionalidad. La propia experiencia vital es vivenciada en forma tal que resulta legitimable en el “testimonio” y es imposible de ser negada.
Texto preparado a partir del trabajo “La violencia: entre el horror y la poesía” (en el libro Sesenta años de psicoanálisis en Argentina, editado por la Asociación Psicoanalítica Argentina, APA) y de “Múltiples perspectivas en la comprensión del abuso sexual. Elementos de falibilidad y/o certeza en el diagnóstico de víctimas y victimarios”, por E. Romano, en Nuevas perspectivas interdisciplinarias en violencia familiar.