ESPECTáCULOS
“Hice todo por venir aquí: tenía una deuda afectiva"
El músico español Ismael Serrano concreta una serie de actuaciones benéficas, inspiradas en la certeza de que es su deber poner el hombro a un país "que ha tocado fondo" pero advierte esperanzado
Por Fernando D´addario
Ismael Serrano toma una gaseosa en el bar de La Trastienda, el mismo lugar que hace cinco años fue testigo, junto con un puñado de fans y curiosos, de su tímida ansiedad frente al debut porteño. El local del barrio de San Telmo mantiene la fisonomía y el espíritu de aquel 1997, algunas fanáticas ratificaron su idolatría, otras cambiaron su objeto de devoción, y Serrano consolidó, sin mucho ruido, su imagen de cantautor sensible. Tampoco la gaseosa ha variado su sabor universal. Sin embargo, pese a las coincidencias superficiales, no es posible rubricar aquella postal. El artista español llegó esta vez a Buenos Aires empujado por una crisis ajena, que él intuye cercana. “A la compañía le dije que tenía que venir como fuera”, subraya en la entrevista con Página/12. “Hice todo por venir aquí: tengo una deuda afectiva con la Argentina. Después de la hecatombe, ese sentimiento derivó en una necesidad de hacer algo concreto. Y en mi caso, lo concreto es tocar y cantar.”
Serrano actuó el miércoles 30 en el Opera. El concierto fue organizado por el programa de Canal 13 “La misión” (conducido por Julián Weich), y a cambio de la entrada el público llevó alimentos no perecederos. En una tarde se agotaron las localidades. Todo lo que se juntó será enviado a una escuela rural del Chaco. Mañana, el músico español se presentará en Córdoba, a beneficio de un hogar infantil. Serrano dice que, a diferencia de otras visitas recientes (ésta es la décima de su carrera), ahora percibe que “la gente siente que ha tocado fondo. Esto es terrible, pero al mismo tiempo deja entrever una esperanza. Muchos me han dado a entender que peor que lo que se estuvo no se podrá estar”. La vida y la música de Serrano están, según apunta, “llenas de referencias argentinas”. Una canción de su último disco, La traición de Wendy, es explícita al respecto. Se llama “Buenos Aires 2001” y ofrece un pantallazo certero y superador de la típica mirada del turista sensibilizado con la situación argentina. Allí conviven las Madres de Plaza de Mayo (a quienes les había dedicado una canción en un disco anterior), Boca, los Redondos, Mafalda, San Telmo, Charly García, los Stones y el Senado de la Nación. “Cuando la canto en España o en otros países, tengo que ‘explicarla’, pero para mí es muy natural. Nos tratan de convencer de que somos europeos, pero lo cierto es que me resulta mucho más sencillo coincidir con un porteño que con un holandés”, destaca.
–En su momento, cuando muchos argentinos reaccionaron en contra de la política española en el tema Aerolíneas, se habló de un sentimiento “antiespañol”. Yo no creo que haya sido así, pero entiendo perfectamente esas reacciones, y las comparto. Me parece que todo español debería sentir el mismo bochorno, no sólo por la expoliación a la que ha sido sometida la Argentina sino por la indignante postura que adoptó el gobierno de Aznar cuando se desató la crisis del año pasado. Entonces, en lugar de tratar de ayudar a la Argentina, actuó como un representante de los intereses de Telefónica y de los bancos. Me indigna la falta de memoria, porque España le debe mucho a la Argentina. Durante años, millones de españoles encontraron aquí los brazos abiertos. Igual, esto que pasa no me sorprende.
–¿Por qué?
–Porque un gobierno de derecha como el de Aznar es lógico que establezca esa política. Eso no quita que esas políticas sean repugnantes.
–¿Hay en España respuesta frente a eso?
–Sí, cada vez más fuerte. La cosa va cada vez peor, pero se está despertando una gran conciencia antiglobalización. Hay foros, encuentros, debates, en los que se expresan músicos jóvenes, poetas, estudiantes...
–Su música está ligada más a la generación anterior, la que luchó contra el franquismo. ¿Hay una brecha entre esos cantautores, como Aute, Serrat o Sabina, y ustedes?
–No se trata de una barrera. Los que tenemos una conciencia del estado de las cosas, estamos en el mismo barco. Quizás la diferencia esté en la modalidad en que se expone y se va comunicando ese compromiso. Losmovimientos antiglobalizadores no necesitan portavoces sino altavoces. Ahora hay otro tipo de esperanzas, frente a problemas que se han complejizado. Hoy yo puedo subirme a cantar sin que irrumpa la policía en cualquier momento, pero nos enfrentamos a otras represiones, a otras censuras.
–¿La censura encubierta que decreta el mercado?
–Por supuesto, porque se vende una supuesta libertad que no es tal. Es como cuando se critica a los militantes que provocan algún disturbio callejero. ¿Qué es ese desorden frente a la violencia estructural e institucional del FMI? A los artistas, en otro orden, nos sucede algo similar...
–¿Esta tendencia uniformadora lo afecta a usted particularmente?
–No, porque tengo una carrera ya hecha. A mí me invitan a participar de esos programas, no voy y listo. Pero en España esos ciclos son emitidos por la televisión estatal, que debería ser un servicio público, un espejo de pluralidad. Sin embargo, se ve bien claro que la política cultural del gobierno consiste en promover productos sedantes, sin el menor sentido crítico. Sólo los más inquietos y los que están dispuestos a hacer un gran esfuerzo pueden zafar de ese círculo.