Jueves, 3 de abril de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › LAS TECNOLOGíAS Y EL “EMPUJE A LA EXHIBICIóN”
Las tecnologías de la comunicación, más “el empuje a la exhibición”, replantean, advierte la autora, el límite entre lo público y lo privado y proponen la contradictoria noción de una “intimidad colectiva”. Sin embargo, “lo que se expone sin pudor es una fachada ideal de lo que cada cual quiere mostrar o le gustaría ser”.
Por Diana Sahovaler de Litvinoff *
La curiosidad no fue inventada por Internet. Hombres y mujeres siempre se interesaron por conocer la vida del prójimo, compararse, desentrañar sus secretos para buscar la clave de la felicidad, del amor o del dolor. Antes se espiaba por detrás de las persianas, ahora a través de las pantallas, pero, ¿podemos hablar de espiar, si aquello que se mira está publicado y a mano? ¿Cuál es el límite ahora entre lo público y lo privado? La posibilidad de conexión y difusión que brinda la tecnología sumada al empuje y a la exhibición característico de la época nos da la opción de espiar con permiso lo que antes quedaba reservado a la intimidad.
Cuando alguien revela algo de su subjetividad, siempre se expone: hacer ostensibles deseos y debilidades propias o el modo en que busca ser querido o considerado por el otro supone el riesgo de develar la vulnerabilidad o sufrir el dolor de un rechazo. Ahora, podríamos plantearnos qué sucede cuando esa exposición podría dejarlo a la vista de cientos potenciales ojos curiosos. La intimidad circulando por la web supone un ingrediente adicional a la exposición. Una intimidad colectiva parece una contradicción en sus términos. La realidad virtual en la que transcurre crea un territorio imaginario entre realidad y ficción, y el anonimato y la distancia pueden ser propicios tanto para el ocultamiento como para la confesión. ¿Ha cambiado el concepto de intimidad o sólo la forma de comunicación?
La intimidad no sólo es el refugio del amor, es también el escondite de miserias y goces; toda pareja, toda familia, todo sujeto guarda de miradas ajenas aquello de lo que goza y padece, y en lo que le resultaría vergonzoso ser descubierto: formas de satisfacción infantiles, sádicas o masoquistas, que siente que debe ocultar. Sin embargo, ahora la tentación de mostrar cómo se goza, mostrar escenas de la vida como si ésta fuera un “reality”, a veces rompe las barreras de la lógica conveniencia. Exhibir la intimidad pone en juego desde el deseo de mostrarse para ser reconocidos y amados hasta la oscura necesidad de ser castigados.
El límite entre lo decente y lo indecente, entre lo que resulta destructivo para una reputación y lo que no pasa de una anécdota más, es un producto cultural y en la actualidad se ha corrido ostensiblemente. Las imágenes eróticas se han hecho tan frecuentes que la misma masividad les ha quitado importancia y trascendencia. Cargar las tintas sobre las consecuencias de una foto o video fuera de control no hace más que apelar a viejas culpas y prejuicios que no tienen la fuerza de mancillar el honor de las niñas o los muchachos. La mayor libertad actual para expresar los deseos y la autorización a mostrar el cuerpo son logros en los que también ha participado el psicoanálisis.
¿Por qué nos fascina mirar a otros y ser mirados? Nuestra humana indefensión hace que desde el inicio nos constituyamos como personas en base a la mirada de aquel que nos asiste, nos ama o nos desprecia. Las preguntas ¿qué desea de mí? o ¿qué debo hacer para complacerlo? son fundamentales para la elaboración de la posición personal frente al otro y a la vida. La intimidad se construye alrededor de la mirada y el deseo del otro. La paradoja es que el núcleo más íntimo, aquello que conforma nuestro yo, es algo “proveniente del afuera”. El otro tiene un secreto, dice Sartre, el secreto de lo que soy. Cuando alguien está excesivamente pendiente de las manifestaciones o vivencias de amigos, hijos, ex parejas o contactos varios, no hace más que desnudar lo que es universal en todos: que dependemos de los demás, de sus deseos, de su consideración. Esta intimidad “volcada” hacia el afuera nos muestra que también “proviene” del afuera. Sin embargo, mantenemos la pregunta: ¿se devela la intimidad en esta mostración?
Verse en las imágenes y discursos de las redes sociales, y leer lo que los otros opinan de ellas, contribuiría a armar la subjetividad en un intento de reafirmarse, sobre todo en determinados períodos de la vida, de grandes cambios, donde la identidad vacila. Alimentar un perfil, esperar la sanción de un referente proyectado en la web, revela no sólo la gran dependencia del otro, sino también el intento de manifestar una singularidad y un recorte personal, reconocerse.
Se suele censurar la ostentación de lo íntimo, pero existe una estimulación social a hacerlo. La tendencia a que lo privado se haga público tiene que ver con necesidades políticas o del mercado de consumo de conocer íntimamente a sus potenciales clientes para ofrecer objetos dentro de una uniformidad de demandas. Y para ello, todo tiene que estar a la vista, es preciso conocer sus gustos y hasta moldear qué se debe desear, quién se debe ser. La intrusión en la vida privada toma la forma de incitar a mostrarlo todo, como un “famoso”; la intimidad se transforma en un show, hay que ser popular.
Pero no todos reaccionan de la misma manera. Están los que eligen y usan como un juego esta oportunidad de satisfacer la curiosidad y el gusto por ser vistos, los que incrementan el erotismo en la pareja de este modo, sin adquirir en forma compulsiva la dependencia del “me gusta” o a la cantidad de seguidores que tiene. A pesar de que la imagen y la mirada del otro son importantes en el armado de nuestra identidad, no somos un espejo del otro; la subjetividad se construye a partir de la elaboración de cada uno, desde su propio cuerpo, en torno de modelos externos pero de acuerdo con el propio estilo y posibilidades. Por eso es posible que, frente a esta tendencia a la uniformidad, podamos oponer nuestro margen de libertad que nos permitirá encontrarnos como seres individuales y con deseo propio.
De todas maneras, asistir en forma directa a la vida íntima de los demás no es, en última instancia, otra cosa que una ilusión: porque la verdadera intimidad sigue estando protegida y oculta. Quien curiosea en los muros cree estar frente a la vida misma, pero en gran medida se trata de una ficción, una máscara. No termina de estar allí eso que aparentemente se muestra y se busca, la respuesta a los enigmas sobre el erotismo. La pregunta acerca de quién soy para el otro se escapa una y mil veces.
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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