PSICOLOGíA › A TREINTA AÑOS DEL DERROCAMIENTO Y MUERTE DE SALVADOR ALLENDE

Para revitalizar el “utopismo crítico”

Por Luis Hornstein *

11 de septiembre de 1973: derrocamiento y muerte de Allende. Nada volvió a ser como antes en el Cono Sur. En Argentina (después de la “primavera” democrática camporista) se inicia un escalada represiva que culmina en el terrorismo de Estado que prolonga (y hasta supera) la crueldad del régimen pinochetista. Esta conmemoración aspira a “revisar el pasado, criticar el presente, imaginar el futuro”. Propuesta historizante: recordar y criticar desde el presente permitirá cercar los efectos devastadores, deshistorizantes y desubjetivantes de las pesadillas padecidas. Marc Bloch, en Introducción a la historia (que escribió cautivo en un campo de concentración nazi), afirmó que “la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizá, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente”.
¿Qué puedo aportar como psicoanalista? Apelaré al concepto de “trauma”. Nuestra historia es traumática tanto desde el punto de vista cuantitativo, ya que fueron excitaciones difíciles de ligar, como desde el punto de vista cualitativo, porque hubo una inadecuación entre la magnitud de los problemas planteados y su imposible elaboración. “Híper”: prefijo griego que significa exceso. Además del hiperterrorismo de Estado padecimos otras híper: hiperinflación, hiperrecesión, hipercorrupción, hiperdevaluación, hiperdesocupación. ¿Cómo tramitar tantos traumatismos?
Si hubo una concepción ingenua de la historia, ello no exime de cuestionar cierto desencanto en relación con lo social-histórico, con el pensamiento y con la praxis lúcida. ¿La historicidad acaso no supone una subjetividad instituyente capaz de pensar su presente, su pasado y su futuro? “Fin de la historia”, “Fin de las ideologías”, son los anzuelos propiciados por la restauración neoconservadora. Y los “nuevos filósofos” y el “pensamiento débil” del posmodernismo mordieron el anzuelo. A la inversa, se está construyendo una concepción de la subjetividad no despojada de un compromiso con los otros y con las diversas prácticas. Liberadas del determinismo clásico, las teorías actuales han dejado lugar a la diferencia como factor de creación y cambio. La historia no es mero despliegue de lo ya contenido en el pasado; incluye acontecimientos que son vías para el aumento de complejidad.
¿Cuáles son las condiciones de producción sociohistórica de la subjetividad? Soslayemos reduccionismos: el biologista, el “familiarista”, el sociologista y el estructuralista. El sujeto sólo es pensable inmerso en lo sociohistórico entramando prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología, identidad, prohibiciones. No es un sistema abierto porque hayamos decidido aplicarle la teoría de la complejidad. Es abierto porque los encuentros, vínculos, traumas, duelos lo autorganizan y él recrea todo aquello que recibe.
El psicoanalista tiene bastante que decir sobre la diferencia entre dejar caer la tradición y dejar caer los reparos identificatorios. Los “siempre se hizo así”, “siempre se pensó así”, por cierto, traban cierta libertad. Pero las personas no son cosas. Y se ha arrasado con los “siempre se sintió así”, con la media verdad de que también los sentimientos son cambiantes, como si no hubiera nada de permanencia, como si toda tradición fuera anquilosante. El sujeto parece pulverizado, un espacio flotante sin fijación ni referencia, una disponibilidad pura adaptada a los medios de comunicación masivos. Se prescinde de la ideología o, mejor dicho, la ideología “oficial” equipara lucidez con pesimismo.
Se vive en un mundo inestable, hecho de trayectorias volátiles, con miedo a ser el próximo excluido. De allí los colapsos narcisistas. Se han debilitado los lazos sociales y se ha borrado la dimensión de la vida pública. ¿Quién puede sentirse protegido entre cuatro paredes, en su casa,en su trabajo? Faltan referentes. El río está revuelto. Y lo está porque así son los ríos. Pero también porque le llegan contaminados afluentes.
El campo social no es una simple fuerza exterior, sino una base productiva que constituye a los sujetos. Pero sería un error entender que su influjo subjetivador fuera omniabarcador y unificante. ¿Cómo revitalizar el “utopismo crítico”? Ese “utopismo crítico” elabora proyectos oponiéndose tanto al voluntarismo sin respaldo teórico como al “fatalismo de banquero” que no puede pensar un mundo diferente al de sus intereses. Un proyecto al servicio de Eros supone la elaboración de ciertos duelos y tiene como protagonista la diferencia. Imaginar el futuro, apostar a utopías, no es una irresponsable, fogosa e inconducente actitud juvenil sino la única manera de refundar la esperanza.

* Fragmento de la ponencia presentada en el Congreso conmemorativo de los 30 años del derrocamiento de Allende, el 6 de septiembre en Santiago de Chile.

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