PSICOLOGíA › INFORME SOBRE EL PROGRAMA “CUIDAR-CUIDANDO”, DEL HOSPITAL TOBAR GARCIA

Al encuentro de la ferocidad inexpresable

Cumplió ya 13 años el programa de atención psicológica para niños –creado por profesionales del Hospital Tobar García– que se vale del contacto con animales del Zoológico. Uno de sus fundadores presenta notables ejemplos clínicos y procura indagar las razones de los resultados terapéuticos.

Por Juan Vasen *

El Programa Cuidar-Cuidando fue desarrollado por un conjunto de profesionales del Hospital Carolina Tobar García y se realiza desde hace 13 años en el Jardín Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires. En este lapso han concurrido más de 300 niños y jóvenes que por sus dificultades psicológicas requieren atención especializada.
A los más grandes el Programa les ofrece un espacio de aprendices del oficio al lado de un cuidador del Zoo. Los más pequeños cuentan con un espacio donde tienen contacto con los animales de granja (cabras, ovejas, patos, gansos, cisnes, conejos, caballos, vacas, cerdos, burros), a los que cuidan y alimentan. Con ellos y entre ellos juegan a que son cuidadores del Zoo.
En el Zoo, ellos no son pacientes. Tampoco vienen a estudiar como alumnos sino a realizar la experiencia de apropiarse de un espacio y de un oficio. Este lugar de ser ellos quienes cuidan los posiciona de otra manera ante sus dificultades. No vienen sólo a incorporar saberes sino a descifrar y sensibilizarse ante quienes no tienen palabra. No los trae la obligación, los impulsa la curiosidad.
Esta y otras experiencias nos plantean, en tanto psicoanalistas y trabajadores de la salud mental, un sinfín de cuestiones. Una, fundamental, es pensar las razones por las cuales el contacto, el vínculo con el animal en ese contexto produce efectos tan notables en los niños.
Muchos de los niños y jóvenes adoptan en el Programa una curiosa costumbre: piden que se los llame de otro modo. Puede ser un “alias” o un segundo nombre hasta entonces en desuso. El Zoo, un lugar hacia el que los convoca la curiosidad por algo “otro” como la naturaleza y los animales, es también el lugar donde se encuentran con algo “otro” en ellos. Algo que requiere ser nombrado de otra manera, así como disfrutan de “bautizar” a los animales y crías de quienes se hacen cargo. En este sentido, el Zoo es un lugar de pasaje entre la resignación y nuevas formas de nombrarse, signarse, o sea de re-signarse.
Los más chiquitos se sorprenden ante la autonomía de crías de ovejas y cabritas casi recién nacidas. En el Zoo, los niños se contrastan con ellas. Desearían tener esa autonomía que idealizan y que su bagaje instintivo no les provee como a quienes habitan el mundo natural. Porque, mientras los humanos llegamos al mundo en condiciones de gran prematurez y dependencia, las crías de mamíferos sostenidas en el “lenguaje” de la genética se soportan, se armonizan y sincronizan con su medio.
Además de promover re-signaciones y asombros, los animales son el lugar de proyecciones de fantasía infantil. Los pequeños admiran no sólo la armonía y la independencia ya señalada, sino ciertos rasgos como la destreza, velocidad, agilidad, fortaleza, aun la ferocidad. Pablo y Javier, dos aprendices, eran seguidos por el tigre que apoyaba sus patas –cristal mediante– sobre las manos de ellos. Jugaban de manos a través de ese vidrio blindado en el que el tigre los reflejaba y los seguía con la mirada y el cuerpo. Los animales los espejan, pero reflejan lo otro de ellos. Eso otro vivido como ajeno pero que tal vez sea lo más propio.
Una perrita fue llevada a la consulta veterinaria donde se le diagnosticó un embarazo psicológico... en momentos en que su dueña estaba elaborando la dolorosa noticia de su propia infertilidad. No sólo los perros se parecen a sus dueños por el aspecto. También se hacen soporte de sus fantasías y duelos. En el Zoo, los animales, en tanto espejos, podrían decirnos: “Detrás de estos vidrios y estos cercos estamos, también, ustedes”. Lo temido de ustedes, lo negado de ustedes y lo que anhelarían para ustedes.
Además, la posición de estos niños en el Zoo los impulsa a hacerse cargo del cuidado, desciframiento de “eso” soportado en los animales. Creo que los dibujos de Pancho, un niño con síndrome de Asperger atendido por los colegas de Casa Cuna, ilustran lo que pretendo transmitir. En un primer garabato había una especie de espiral con un gran centro hueco, en blanco. Un año después, y habiendo estado en contacto con Key, la perrita con la que cuentan en el dispositivo, el centro de un segundo dibujo está ocupado por una regordeta y peluda silueta de su nueva amiga. A su alrededor se arremolinan personajes familiares y una casita. Key pasó a ocupar ese vacío que era efecto de una colosal supresión de afectos y palabras.
Bruno Bettelheim describió el autismo como una “fortaleza vacía”. Key fue el caballo de Troya con el que el equipo pudo desembarcar en el mundo fantasmático de Pancho y, desde allí, criteriosamente, plasmar intervenciones que le posibilitaran diseñar nuevos modos de lazo social con otros y de intimidad consigo mismo.
El lugar de cuidador es justamente el inverso de ser presa de otro. Ellos con su tarea renuevan y reafirman el apresamiento y al adquirir dominio sobre los animales (los perros, por caso) y adquieren, en forma mediatizada y desplazada, dominio sobre lo que antes los posicionaba como víctimas o marionetas.
Es muy frecuente que, al volver de la granja, los chicos gruñan, amaguen morderse y perseguirse entre ellos. Han podido incorporar a una escena lúdica sus aspectos feroces que, entrando en juego, salen de la región de lo inexpresable.
Lucio, un niñito tucumano con un síndrome genético, es puesto en contacto por los colegas de Minkas y Asana con un simpático salchicha. El chico toma un marcador y bordea, sobre un papel, la pata del perro dibujando su silueta. Esa sencilla producción tiene el enorme mérito de delimitar en él la pisada, la huella de los otros; delimitar sus efectos, sean los de su situación personal, familiar o la impronta que la genética le ha impreso. Franco Rella dice que las primeras narraciones nacen, en una sociedad de cazadores prehistóricos, de la experiencia de descifrar huellas. Desde ellas, los chicos del Zoo arman sus historias, y las cuentan.
Además, el programa les ofrece posibilidades concretas de intervenir sobre aspectos indómitos ligados a la oralidad y aun a la ferocidad del otro. La comida no será desgarrada, pues la dieta se troza y los recintos son higienizados por los chicos y jóvenes. Allí pueden hacer algo concreto con quienes soportan, como figuras, el proceso de recuperación de un dominio perdido para el que tocar, ver, cuidar, facilitan el camino a recuperar cierta capacidad de modular una imaginación, vuelta enemiga, que los desborda.
Pero no se trata de “meterles el perro”. Sólo si los niños desean estar con animales, si ellos representan algo significativo para su subjetividad, el contacto con fieras y mascotas será eficaz. No es una “técnica” ni se puede pautar en general. No se trata de poner a los autistas con jirafas o a los revoltosos con tortugas. Se trata de respetar a rajatabla la singularidad de cada quien. Y de respetar al animal en tanto alteridad radical. Sólo esto hace posible la experiencia.
El Zoo brinda un marco de seguridad y la posibilidad de interponer algo, un alimento, de modo que el animal, al decir de uno de los chicos: “No me come”. Come lo que yo le preparo. En el Zoo los animales se dejan cuidar, los niños ven que ser cuidados, y cuidar es posible y aceptable. Dejarse cuidar, descansar en una relación de mayor confianza en el otro, relaja, atenúa los sentimientos persecutorios y paranoides.
Es que en el vínculo con el animal el niño se encuentra con alguien confiable, que no miente. Se ha logrado enseñar a hablar a los loros; los animales pueden adquirir enorme cantidad de habilidades de las que los circos dan muestra. Pero hasta ahora nadie ha logrado enseñarles a mentir. En la relación con los animales el niño halla también matrices de una relación con la verdad.
Tal vez esto ocurre porque los animales no hablan. El niño puede creerles y, a la vez, debe sensibilizarse para descifrar sus necesidades, y poner entonces palabras al silencio o al gruñido. Se acercan así a sus zonas mudas y bordean lo propio indecible.
Por otra parte los niños localizan en los animales rasgos de sí, los humanizan. Las fábulas fueron escritas en épocas de tiranos y los animales podían en ellas decir lo que a un humano le hubiera costado muy caro. Así a través de los animales, eludiendo la tiranía del superyó, el niño puede expresar lo que de otro modo no podría decir.
Giorgio Agamben recuerda que en la fábula el hombre enmudece mientras los animales salen de la pura lengua de la naturaleza y hablan. La fábula es el lugar donde hombre y naturaleza intercambian sus papeles antes de volver a encontrar cada cual su propio sitio en la historia. Algo de esto ocurre en el Zoo.
Los animales despiertan sentimientos diversos. Uno que merece ser jerarquizado como trabajo de transformación de lo pulsional es la ternura.
Y en el Zoo no hay mascotas, los animales no están allí mascotizados, lo que les requeriría entrar en relación con una alteridad aún mayor. La serie “V Invasión extraterrestre” planteaba el caso de invasores que, bajo una seductora máscara humana, eran voraces reptiles. Muchos niños y jóvenes que disfrutan de estar cuidando lagartos y serpientes se hacen amigos de animales que, según su cuidador, “no se hacen amigos de nadie”. Entran en contacto con dimensiones de ferocidad indiferente.
En el Zoo tienen una importancia fundamental los cuidadores, que son ubicados por los chicos en un lugar de ideal del yo. Los uniformes les proveen la sensación de pertenencia y les dan, ante los animales, un lugar de proveedores de alimentos. Los animales los reconocen en tanto visten esa ropa. Además el público les supone un saber. Otro reconocimiento para quienes no han tenido muchos.
En un mundo donde las posibilidades de hacer experiencia van siendo expropiadas, donde la nota singular de cada quien no suele hallar pentagrama donde inscribirse, el Programa les ofrece un espacio de inserción, no de mera adecuación. El Programa no funciona en serie, sino de a uno, en singular, aunque se trabaje en grupo. Esa inserción corre el riesgo de todo injerto. Pero puede prender. Y retoñar.

* Ponencia presentada en el congreso “Los animales, su impacto en la salud”, Buenos Aires, setiembre de 2003.

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