PSICOLOGíA › A 160 AñOS DEL NACIMIENTO DE SIGMUND FREUD

Actualidad de “El malestar en la cultura”

El autor propone una relectura del formidable texto publicado en 1930 con la perspectiva de esta época. Y postula que su principal y crucial legado es que no hay satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno. De lo que se trata entonces, advierte, es de crear las condiciones sociales que inhiban en el mundo las pasiones oscuras bajo el modo de la crueldad, la tortura, el asesinato.

 Por Osvaldo L. Delgado *

El 6 de mayo de 1856 nace Sigmund Freud, llamado schlomo-shelomoh, homenajeando así al patriarca de Tysmenitz.

La concepción pseudocientífica de raza lentamente se iba imponiendo, y con ella el desplazamiento ideológico segregativo que va del antijudaísmo al antisemitismo.

Se trata del marco de la época de 1815 a 1933, en la que Jean Claude Milner ubica el espacio temporal en la llamada Mitteleuropa, del desarrollo de la figura del “judío de saber”. Freud, “judío de saber” que nombra la intersección de judío y de saber, toma a la lengua alemana como aquella supuesta al saber.

1933 marca para Milner la declinación de esa experiencia inédita con el ascenso del nazismo.

Es en 1930 cuando Freud publica El malestar en la cultura, agregando el último párrafo en 1931, cuando según su principal biógrafo, la presencia de Hitler ya era una notoria amenaza.

Hay que leer el texto y su legado en ese horizonte. ¿Cómo avizoraba Freud, ese interrogador de la cara nocturna del alma, en contra del racionalismo, del intelectualismo, del clasicismo como lo postula el genial Thomas Mann?

Postulo que el principal legado y crucial para nuestros tiempos es que no hay satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno. Por lo tanto, no por prohibición, sino como un modo de lo imposible.

¿Cómo pensar al hombre, a la cultura, a partir de ese imposible que no es histórico, que no depende de cada cultura ni de cada humano?

Todo el texto El malestar en la cultura es un esfuerzo inaudito para dar cuenta de qué se hace con ese imposible. Por eso son necesarias las llamadas construcciones auxiliares, los quitapenas, la religión, la ideología.

Por eso el programa del principio del placer no es realizable. “Discernir la dicha posible en ese sentido moderado es un problema de la economía libidinal del individuo. Sobre este punto no existe consejo válido para todos; cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la buenaventuranza”. Solución singular y modesta.

Las disposiciones del “TODO” (al que escribe en mayúsculas) son irrealizables.

Es en principio la religión la que para Freud perjudica la elección de cada uno, ya que presentándose como un TODO impone para todos un igual camino “para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento”.

Lo que para Freud tiene mayor potencia para buscar anular, dominar ese imposible de la no satisfacción plena, son las sustancias embriagadoras y tóxicas, ya que influyen sobre nuestro cuerpo, alterando su quimismo, y produciendo a su vez grandiosidad yoica.

En una perspectiva, ésta es nuestra época: adicción generalizada y omnipresencia yoica. Seguramente el tercero es la intimidad como espectáculo y la elevación de los rasgos de goce a la dignidad de S1 colectivizantes.

¿Cuál es un segundo legado de este texto? El lugar de las mujeres. Aclaremos, más precisamente como posición femenina.

Las mujeres entran en hostilidad con la exigencia del imperativo superyoico de la cultura. No se trata de la hostilidad histérica, de la que habla Freud en El tabú de la virginidad y Lacan en el Seminario 17, sino hacia el imperativo de goce.

Es una hostilidad a favor del nudo deseo - goce - amor.

Dice Freud que lo que el hombre “usa para fines culturales (aquí superyoico) lo sustrae en buena parte de las mujeres y de la vida sexual: la permanente convivencia con varones, su dependencia de los vínculos con ellos, llegan a enajenarlo de sus tareas de esposo y padre”.

Lo femenino responde en este punto a la cuestión del padre como modelo de la función, revelando a esta altura lo que formuló en el último capítulo de Psicología de las masas y análisis del yo, respecto a que el amor a una mujer, al igual que el síntoma, tiene un valor disgregativo del efecto masa, y tiene el más alto valor en la existencia humana, ya que atraviesa todas las limitaciones nacionales, de origen, de religiones, etc.

El otro gran aporte es el referido al mandamiento “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Las paradojas de este mandamiento lo van a llevar a formular tanto la dimensión del hombre como lobo del hombre y a su debate con los comunistas y los socialistas. Respecto a los primeros, debate la conceptualización de que la propiedad privada corrompe la naturaleza humana, pero al mismo tiempo Freud formula que “la posesión de bienes privados confiere al individuo el poder, y con él la tentación de maltratar a sus semejantes, los desposeídos no pueden menos que rebelarse contra sus opresores, sus enemigos”.

Y respecto a los socialistas, reproduzco el párrafo: “paréceme también indudable que un cambio real en las relaciones de los seres humanos con la propiedad aportaría aquí más socorro que cualquier mandamiento ético; empero, en los socialistas, esta intelección es enturbiada por un nuevo equívoco idealista acerca de la naturaleza humana”. El equívoco socialista es creer que este cambio en relación a la cuestión de la propiedad eliminaría las pasiones oscuras. Pero esto último, en su pluma, no invalida la cuestión de que ese cambio en las relaciones de propiedad tendría más efecto que un mandamiento ético.

Dice Freud que: al mismo tiempo hay hombres que se “permiten habitualmente ejecutar lo malo que les promete cosas agradables, cuando están seguros de que la autoridad no se enterará o no podrá hacerles nada, y su angustia se dirige sólo a la posibilidad de ser descubiertos”. Estos hombres, en la Argentina, se llaman desaparecedores y torturadores.

La cultura no resuelve las pasiones oscuras. La Alemania de la que surge el nazismo era la sociedad más culta del mundo.

Incluso Freud va a formular que forzar a los individuos a ser mejores que lo que su naturaleza le permite, lleva a lo peor.

Ninguna educación, formación solidaria eliminará la pulsión de muerte. Es más, todo forzamiento en ese sentido sólo albergará el imperativo categórico kantiano y llevará a lo peor.

Es mi punto de vista, de lo que se trata es de crear las condiciones sociales que inhiban, que no posibiliten que se realicen en el mundo las pasiones oscuras bajo el modo de la crueldad, la tortura, el asesinato.

Una sociedad más justa, democrática, con pleno desarrollo de las funciones del Estado, garantizando salud, educación, vivienda, trabajo; permitiendo construcción de proyectos individuales y colectivos, permite la sintomatización de los modos de satisfacción pulsional.

Una sociedad donde no se garanticen los derechos ciudadanos, donde se promueva como ideales las figuras del cínico y el canalla, capturada en la ley de hierro que impone la relación de la ley del mercado con el desarrollo científico-tecnológico no da lugar a la sintomatización sino que promueve las prácticas directas de goce, sin la operatividad de los recursos simbólicos e imaginarios, para vérselas con lo real pulsional.

Una sociedad burocrática y totalitaria, que tome a lo diferente como hostil, como enemigo, imponiendo una uniformidad que aplaste lo singular y realice un empuje a la masa, se transforma en una cruel pesadilla.

Finalmente, el otro gran aporte. Respuesta fundamental al primero: a la no satisfacción plena por obstáculo interno, lo imposible.

Ese aporte es el superyó.

La paradoja del superyó, en tanto que a mayor renuncia de satisfacción pulsional, mayor incremento de la severidad superyoica.

Esta fórmula, perfectamente observable en ciertos fenómenos clínicos y comportamientos sociales, abreva en la primera construcción teórica de la cuestión que dice así: la renuncia de lo pulsional crea la conciencia moral.

Pero la segunda fórmula nos habla de la renuncia de una satisfacción agresiva, vengativa.

“El superyó entra en posesión de toda la agresión que como hijo, uno de buena gana habría ejercido contra ella (la autoridad paterna)”. Se trata de la sofocación no de una moción libidinal sino de una agresión.

Esta segunda fórmula es más acorde a nuestros días, ya que la primera ha estallado por los aires a partir del imperativo de goce del neoliberalismo. El actual es un imperativo sin deuda y sin culpa. Es un imperativo correlativo a la declinación del Nombre del Padre.

Pero cuál es el encono que alberga este superyó en su segunda fórmula. Encono contra esa autoridad inhibidora dice Freud. No se trata ya del padre. ¿Entonces? Es un encono superyoico contra lo imposible, pero la angustia permanece testimoniándolo.

Finalmente, respecto al último párrafo del texto: querido Sigmund Freud, lamentablemente el desarrollo cultural no logró dominar la “humana pulsión de agresión y autoaniquilamiento”. Pero su legado, el psicoanálisis, se presenta como aquello que revela que la pretensión psicopolítica de “intervenir hasta lo profundo de nuestra psique y explotarla” se topa con lo imposible.

* Psicoanalista. Profesor Titular de la cátedra “Psicoanálisis: Freud” I, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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Sigmund Freud, nacido el 6 de mayo de 1856.
 

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