PSICOLOGíA › SOBRE LA CONDICION INEVITABLE DEL MALENTENDIDO

“Nunca te entendí, mi amor”

Por Juan Ventoso *

El malentendido no es un déficit de comunicación, que pueda ser corregido con diálogo. Es una marca de lo real en la lengua, la huella de una imposibilidad.
El mito de Babel trata de explicar ese origen del malentendido, el hecho de que no haya una lengua universal. Puede haber lenguajes formales (matemáticos, lógicos), pero no una lengua universal efectivamente hablada, utopía siempre fracasada. Las lenguas, en su diversidad, marcan que no hay el Uno totalizante en lo semántico sino proliferación, discordia.
Las significaciones “propias” de cada sujeto van a llevar la marca particular del modo de gozar, condicionado por las pulsiones, que se satisfacen por caminos determinados, fijos. Por eso el lenguaje puede ser definido como un aparato al servicio del goce; más que el aspecto semántico, lo que cuenta aquí es la gramática pulsional.
El malentendido es la marca de que no hay soldadura entre lo que se dice y lo que se quiere decir. La no-relación semántica, la barra entre significante y significado, es homóloga de la barra que cae sobre el goce sexual. A partir de ahí, lo asombroso es que no prevalezca el autismo, que sea preciso realizar un rodeo por el Otro para alcanzar esa satisfacción pulsional, y que exista el amor.
No hay, entonces, diálogo del goce de Uno con el goce del Otro. Hay disparidad de los goces. Hombre y mujer no hacen un par, ni una pareja. Hombre y mujer no dialogan, no se entienden (u oyen). La elección del compañero, del partener, sólo se hace por vía de un malentendido. Donde hay un abismo, una fractura, el malentendido fabrica un puente.
El inconsciente es malentendido, ya que hay algo que nunca puede decirse bien: el sexo. El inconsciente articula una significación, pero esa significación, al regir el encuentro entre los seres sexuados, sólo alcanza para la comedia. Es el campo preferido del malentendido, el de los enredos.
También podemos enlazar el malentendido con el síntoma. Tanto uno como el otro tienen esa doble faz, de ser algo que no funciona (para el discurso del amo, del dominio) y, sin embargo, también cumple una función, tiene un uso y sirve a un fin, respecto de lo que realmente no anda.
La familia, efecto del malentendido, podría ser también la familia-síntoma. Es curioso comprobar que las relaciones de parentesco se traducen, para el analista, como relaciones sintomáticas: el niño es un síntoma cuando encarna la verdad reprimida por la pareja de los padres.
Y esto no designa sólo un aspecto patológico, un obstáculo. El síntoma, en su aspecto más interesante, es lo que sirve para anudar, en el punto preciso en que nada preestablecido sustenta la relación.
En este punto, podemos definir a la familia no como un sistema (de comunicación, de parentesco, etc.) sino como un nudo, y esbozar algunas vicisitudes de ese anudamiento: podríamos establecer la particularidad de cada familia como un modo de reparar alguna falla en el nudo supuestamente “ideal” o normal, que no existe como tal.

* Psicoanalista; docente en la UBA; supervisor en los hospitales Argerich y Tornú. Texto extractado del artículo “Malentendido y síntoma de la familia”.

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