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Política o juego sucio
Por Luis Bruschtein
En una sociedad llena de fetiches y doble juego, de cartas escondidas y triquiñuelas, la discusión política puede convertirse en una estupidez, en el recitado de obviedades que esconden las intenciones verdaderas. Puede ser una forma de mirarse las caras y asegurarse que todos somos buenos mientras se imagina la próxima trampa. Se puede decir que tomar una comisaría no es políticamente correcto, por ejemplo. Y claro que no es políticamente correcto.
Y también se puede pensar que en la última semana, entre el recrudecimiento de las marchas piqueteras que culminarían el 26 de junio, amplificadas hasta la crispación por algunos medios, hubo dos asesinatos de activistas piqueteros, en la Boca e Isidro Casanova y por lo menos uno de gatillo fácil en Villa Tessei. Hubo tres muertos. Decir que el asesinato no es políticamente correcto es una obviedad, quizá por eso pocos lo dicen.
Quizás no se dice porque no los relacionan con la política. Es por lo menos extraño. El 25, un día antes de la marcha piquetera, en un comedor popular de la capital se produjo un incidente parecido al de la Boca, aunque terminó sin víctimas. Un personaje gangsteril, que ya había sido expulsado del comedor, se instaló con secuaces en la puerta de acceso para agredir a los vecinos que asistían. El hombre, con antecedentes penales y conocido en el barrio, estaba totalmente fuera de quicio y solamente la madurez de los vecinos evitó que se produjeran víctimas. Los vecinos estaban extrañados por la aparición de este personaje ya que hacía varias semanas que no lo veían. Esa noche, otro personaje similar, conocido por los vecinos de la Boca, asesinó a Martín Cisneros, dirigente de la FTV.
Si lo “correcto políticamente” es hacer como si este país fuera Dinamarca, las agrupaciones piqueteras no lo son para nada. Para crecer en los barrios han tenido que lidiar a su manera con dillers y malvivientes porque, ante la ausencia policial, fue la única forma de impedir que se convirtieran en tierra de nadie. Los delincuentes disputaron el control del territorio con los piqueteros y, en la mayoría de los casos, perdieron. Pero la presión se mantiene, como lo demostró el crimen de la Boca.
Las agrupaciones piqueteras programaron una serie de actos que debían confluir el sábado 26 en el aniversario del asesinato de Kosteki y Santillán. Los mismos medios que en los días anteriores ponían al rojo vivo sus primeras planas con los temas de inseguridad, pasaron a fusilar esa protesta con el mismo tono exasperado. Lograron un efecto paradójico: la misma franja de la población sensibilizada por la inseguridad pareció conciliar en el caso de los delincuentes que mataron a piqueteros. Los malos de la película, para esos medios, fueron los piqueteros, no los delincuentes.
Pero tanto las campañas sobre inseguridad como la antipiquetera se centraron más en el reclamo al Gobierno que en la denuncia de la violencia delictiva o en la crítica a la protesta. Y los dirigentes piqueteros más opositores prácticamente se convirtieron esos días en columnistas de La Nación y Canal 9. Entonces, si la discusión es política, lo mejor sería blanquearla, porque entre casualidades y ocultamientos es cuando la sociedad empieza a sospechar que hay juego sucio.