ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A CAROLINA FAL, DE MEJOR ACTRIZ DE TELENOVELA A GUIONISTA DE “MONOBLOCK”
“Me gustan las cosas que me llevan a la infancia”
Detesta que le digan “rara”, pero habitualmente los personajes que encarna tienen un plus de “particularidad”, como su Martina de Resistiré. También prometen ese tipo de rasgos los personajes que creó para Monoblock, la película de Luis Ortega cuyo rodaje acaba de terminar. Fueron interpretados por la propia Fal, Rita Cortese y Graciela Borges.
Por Julián Gorodischer
Ella actúa y escribe sus propios miedos. Parece tan sencillo cuando lo dice. Mira hacia atrás, retrocede a una infancia “marteliana” con casaquinta en Mercedes, chicos, perros, padres, colegio católico, todo junto para construir la etapa mítica. Hasta allí se escapa Carolina Fal una y otra vez, para apropiarse del idilio y del quiebre, cuando pasó lo del accidente cerebral de su mejor amiga y ya no quiso seguir creciendo –dice–, cuando se quedó atrapada en eso tan duro: “La muerte de un par”. De ese clima de felicidad interrumpida nació Martina, la madre soltera de Resistiré que le dio el premio Martín Fierro a la “Mejor Actriz Protagónica de Novela”, el papel que la acercó, también, a algunos tabúes: la embarazada sexual, la madre que se repone de la muerte de un hijo. “Un personaje –dice Carolina– no pierde el amor del público por estar embarazada de un hombre y amar a otro. No todo es tan simple; la gente puede aceptar la complejidad.”
Heroína de negro, enamorada sin respuesta, embarazada pero “caliente”: todo eso aportó a las noches de las tiras, en repertorio muy parecido a su “paisaje mental”. De allí también empezó a generarse el mundito de Monoblock, el guión que escribió (y acaba de terminar de rodar) para una película de Luis Ortega. No importa dónde ocurre, ni cuándo, ni otros datos realistas que le interesan poco. Le gusta ubicar a esta historia en el plano de los sueños, de las fantasías.
–Monoblock sucede en algún lugar de la mente. Me cuesta mucho trabajar con la realidad. Real quiere decir que a la mañana se desayuna, etcétera. El naturalismo limita, es cómodo, no me parece un mérito decir un texto mientras como una tostada como lo haría en casa.
Carolina reacciona contra las leyes del hiperrealismo, allí donde una buena actuación podría ser la imitación perfecta de la vida, el calco de la experiencia. Pero, por favor, que no le digan “rara”, como acostumbran. Será el primer instante en que se enoje, levante el tono, ruegue que “ése no sea el título”, en una frase que se amplifica, esa línea que la pondría a gritar una rareza que no asume, de la que se aparta. ¿No era acaso rara Martina, en tanto se corría de una norma habitual, de un marco predecible? ¿Ser raro está mal? “No es rareza –dice–, es individualidad. Rareza es discriminatorio, es irónico. No me gusta cómo suena esa palabra, quizá porque siempre me la ponen a mí.” “Individual”, entonces, también será la Nena de Monoblock: renga y feúcha, cuidando a su madre enferma (Graciela Borges), apenas visitada por una vecina-madrina (Rita Cortese) que termina de conformar el Triángulo. Para escribir (por primera vez en su vida), retrocedió a la quinta, a los miedos de la infancia que nunca tuvo y se le actualizan ahora, a los 31, tardíos pero más potentes. “Me marca una mirada un poco trágica de la vida, algunos miedos infantiles que no sufrí de niña y los tengo ahora. Como el terror a que se mueran los padres, que es nuevo para mí. En mi trabajo, la infancia es el motor de todo.”
–Como la deformidad, presente en casi todas sus criaturas: Martina, Martirio (de La casa de Bernarda Alba, dirigida por Vivi Tellas) y ahora la Nena.
–Tengo esa idea presente porque todo el mundo la excluye. Pero no apunto ahí todo el tiempo. Puede parecerlo porque en general está borrada, sobre todo de la tele, o porque se cuenta ablandada, endulzada. En Resistiré yo decía todo el tiempo: “¿Y por qué no?”. Esa pregunta me sacó de lugares comunes, hacía que no me mecanizara.
–¿Y cómo encara la escritura?
–Yo nunca había escrito un diálogo. Apenas algunas cosas antes de dormir. Corregía, sumaba, hasta que llegó el momento de terminar; tenía la cabeza totalmente tomada. Recién ahora puedo empezar a entender lo que escribí: es una rebanada en estas vidas. La cámara llegó cuando lo más grave, para estas tres mujeres, ya pasó, y lo peor está por venir. Y se va justo antes de que empiece lo peor de lo peor.
Tal vez ése sea exactamente el minuto (antes de lo peor de lo peor) en que a Carolina le gusta retirarse, al borde de la caída. Martina estaba “puesta en abismo”, ese espacio suspendido en el que desaparecen estímulos reales, donde no se negocia con el de al lado. El dolor impone una nueva cotidianidad, una forma de estar que no implica llantos ni estallidos, pero sí una actitud pintada en un color: la vestían solamente tonos negros por sugerencia propia. En los bordes de una caída libre también se verá a la Nena, funcional a los cuidados a su madre, velando la enfermedad, limitada por su renquera. Si se pensara una operación “faliana”, sería la apropiación del melodrama, pasado por el tamiz de su economía. Lo que queda es un dolor profundo que se expresa como cadencia, como ritmo, más en silencios que en diálogos.
–A mí me encanta el melodrama –dice Carolina–. Yo veía mucha novela cuando era chica, y funcionaba como una compañía durante todo el año. Yo quería pagarle a alguien para que me pasaran una hora más de Señorita maestra. Yo quedaba encantada con Marco Stell y Graciela Cimer en Dos para una mentira.
–Y después le gustaron los realities, y siguió valorizando géneros “mal vistos”.
–Yo miraba apasionadamente el Gran Hermano, y no podía entender que a alguien no le gustara ver a un chico durmiendo, a una persona desayunando. Yo miro un edificio y me pregunto qué estará pasando en cada ventanita, pero no para hacer un experimento cultural sino por pura curiosidad. Me atraen los tiempos muertos, los momentos comunes de las personas.
–¿Una atracción irresistible por ciertos productos de la cultura popular?
–A mí me encanta Cacho Castaña, hicimos lo posible para que llegara a Resistiré, y algunos me cargaron por snob. ¡Como si supieran qué es lo que me lleva a que me gusten las cosas! A mí, cuando me gusta algo, es porque me remonta a mi infancia, porque es un lazo que me une a mi pasado. Es sincero lo que me pasa; no es una pose.
–Sensibilidad en estado de melancolía...
–La pileta, la siesta, el pueblo, constituyen mi atmósfera. Mi colegio religioso, mi guardapolvo marrón, el perro, el verano, eso es lo que yo soy y voy a ser para siempre. No me suelto de mi origen porque es lo peor que me podría pasar. La muerte de mi amiga, el fin del idilio. De ahí debe venir mi miedo, mi negación a la muerte. Es muy duro perder un par: ¡ya no quise crecer más!