PSICOLOGíA › UN ESTADO CIVIL DEFINIDO POR LA MUERTE DE OTRO
“Estoy viuda”
Un análisis de la viudez, en la perspectiva de género, la muestra como crisis que deja al descubierto –y, por lo tanto, permite cuestionar– estereotipos de la condición femenina: “¿qué se es siendo sin un hombre?”, “¿qué se es, con una identidad que no incluye a la pareja?”, “¿qué se es, en un estado civil que parece condenarla a que el muerto forme parte de su identidad?”.
Por Esther Moncarz *
La viudez suele ser calificada como una de las situaciones más difíciles y estresantes en la vida de las personas y uno de los acontecimientos que demanda mayores esfuerzos en la ardua tarea de reconstruir la propia vida. Es necesario diferenciar distintos momentos en el proceso de enviudar, ya que tendrá ciertas características para las viudas recientes (de alrededor de menos de un año) y otras para las de tiempo extenso (un año o más), cuando, transitando el proceso de duelo, van hallando nuevos modos de organizar sus vidas. Para las viudas recientes, el trabajo de duelo, los cambios en la cotidianidad, los cambios en la situación económica que muchas veces se transforman en una fuente de verdadero agobio, la soledad, la pérdida de otros vínculos –parejas de amigos, familia política–, los cambios en la relación con los/las hijos/as son sólo algunas de las circunstancias que deberá afrontar.
Todas constituyen verdaderos desafíos que, si bien para muchas pueden transformarse en factores de riesgo para su salud física y psíquica, para otras permiten poner en juego recursos insospechados de resiliencia y creatividad, que les posibilitan hallar nuevos lugares sociales y nuevos vínculos.
Una de las primeras realidades que me sorprendieron, en mi trabajo psicoterapéutico con mujeres que han enviudado, fue el rechazo generalizado que encontré en ellas a ser identificadas como viudas. Carole Barret (“La mujer en la viudez”, en Mujer, locura y feminismo, Madrid, Dédalo, 1979) sostiene que “la mayoría de las viudas odian esta nominación porque la gente reacciona ante ellas como si padecieran una enfermedad contagiosa”. Un primer sentido de este rechazo puede discernirse recordando que, como planteaba Freud en “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, nos conducimos “con una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado silenciarla, como si en el fondo nadie creyera en su propia muerte; o, lo que es lo mismo, en el inconsciente todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad”.
Philippe Ariès (La muerte en Occidente, Barcelona, Argos Vergara, 1982) afirma que “hoy resulta vergonzoso hablar de la muerte y sus quebrantos, igual que antaño resultaba vergonzoso hablar del sexo y sus placeres”. Según él, “por considerarla morbosa, la gente habla de la muerte como si no existiera. La única evidencia es la muerte de las personas, de las que nadie habla –y de las que quizás hablemos más tarde, cuando hayamos olvidado que han muerto”–.
Sin embargo, es necesario reconocer que cuando muere un ser querido, a pesar de los intentos de negación, la muerte, con su poder arrasador, adquiere existencia para siempre. Para las que han enviudado, a esta realidad siempre penosa se añade que, en el término “viuda”, la identidad parece quedar inextricablemente unida, sellada a la muerte del esposo fallecido. Para los otros –los que pueden seguir sosteniendo la negación de la muerte– se crea la ilusión de lograr ponerse a salvo de este destino final. Se pretende desconocer que, a menos que la pareja fallezca al mismo tiempo, la viudez de uno de los integrantes es la conclusión inevitable de todos los matrimonios que no terminan en divorcio.
“¿Qué es, para ustedes, ser viuda?”, fue una pregunta lanzada en una de las primeras reuniones de un grupo de reflexión formado por mujeres con distintos tiempos de viudez –entre los 6 meses y los 3 años en la evolución de sus duelos–. “Vieja”, “Sola”, “Soledad”, “Desamparo”, “Ser como una huérfana”, “Palabra terrible, me cae mal”, “Viuda y vieja es lo mismo”, “Para mí es mi hija menor que no tiene un papá que la lleve a ninguna parte”. Estas representaciones coinciden en enfatizar el desamparo, la soledad, la vejez, la carencia, la falta, la ausencia, y hay un rechazo generalizado a identificarse con ellas. Para este grupo de mujeres, la identidad, profundamente conmocionada, cristaliza en una representación carente: viuda, la que perdió al marido. Para ellas, la desidentificación de la identidad que otorgaba el “nosotros” de la pareja pone al descubierto lo ilusorio de aquel sentimiento de completud. Es una representación regresiva que las instala en un lugar de desprotección, que no aceptan. “Yo no soy así”, dirán algunas con fuerza; no decirlo las expondría a quedar entre “las carentes”.
Es como si la condición “viuda” pusiera más en evidencia que quien atraviesa esta crisis vital no sólo debe tramitar la pérdida de un objeto amoroso o de un rol, sino la pérdida de una estructura –la matrimonial– que hasta ese momento la contenía, la determinaba y le brindaba una identidad narcisizada. Perder esa estructura las expone a quedar encerradas en representaciones signadas por la carencia y la desnarcisización.
El lenguaje también acorrala: se es viuda. Se pasa de estar casada a ser viuda. No se dice “está viuda”: más bien “es viuda” o “quedó viuda”. Estar alude a algo transitorio, se puede estar en un lugar u otro, se puede estar de un modo u otro. Ser alude a algo que permanece, a un atributo del sujeto. Es como si el sentido de esta nominación también fuera un obstáculo al lento trabajo de duelo “gracias al cual el yo deshace pacientemente lo que había anudado en una urgencia bajo el impacto de la pérdida. El duelo es deshacer lentamente lo que se había cristalizado precipitadamente” (Juan Nasio, El libro del dolor y del amor, Barcelona, Gedisa, 1998).
Sin embargo, estas mujeres en pleno proceso de crisis identitaria critican y rechazan esa identidad asignada. “¿Viuda también es un estado civil?”, se preguntaba, entre asombrada y angustiada, una joven viuda de 36 años mientras me contaba su sorpresa y su rechazo cuando, al comprar una propiedad, le dijeron que correspondía inscribirla figurando como “viuda de...”. Ella decía: “Si yo nunca usé mi apellido de casada, ¿te parece que ahora tenga que firmar como viuda de...?”. Es de subrayar que, para esta y muchas otras mujeres, lugares sociales naturalizados para generaciones anteriores hoy están rotundamente cuestionados, puestos en crisis. La identidad “viuda de”, que incluía el luto y el medio luto en la vestimenta y en las costumbres, en los modos de relación y también en cierta forma de clausura de la vida y de la sexualidad, pero que otorgaba status social a las mujeres de otras generaciones, es cuestionada y rechazada por las viudas actuales.
En esta crisis quedan más al descubierto, a la vez que cuestionados, ciertos estereotipos de la condición femenina, y así surgen preguntas como: ¿qué se es siendo sin un hombre?, ¿qué se es siendo alguien con una identidad que no incluye a la pareja como una de las posesiones narcisizadas?, ¿qué se es, en este estado que parece condenarla a que el muerto forme parte de su identidad?
En las representaciones sociales y en el lenguaje, la nominación “viuda” parece oponerse al desprendimiento, al desasimiento, como si de algún modo estuvieran clausuradas las salidas y el duelo y la pérdida debieran quedar constituyendo la identidad. También es necesario considerar el conflicto de ambivalencia: la lucha entre desear retener al objeto amado perdido y desear desprenderse de él. Las representaciones sociales y subjetivas enfatizan que alguien sigue existiendo mientras viva en la memoria de quien o quienes lo evocan, haciendo aún más complejo este proceso que así se pone en relación con la culpa.
En el grupo de reflexión, se promueve la revisión de mitos y estereotipos (la “pobre viuda” o la “viuda alegre”) y la creación de nuevas representaciones, tanto del ser mujer como de haber enviudado, a la vez que se contribuye a incrementar las capacidades resilientes, las que el ser humano tiene para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas. Un factor que contribuye a fomentar la resiliencia en las mujeres es el desarrollo de estrategias que generen mayor “empoderamiento”, proceso de adquisición de poder por el cual las mujeres adquieren control sobre sus propias vidas y capacidad para tomar sus decisiones y ser activas respecto del medio social al que pertenecen.
En el plano de la subjetividad, un recurso facilitador de posiciones de empoderamiento lo constituye el ejercicio del juicio crítico, entendido como una posición de sujeto que permite cuestionar valores, ideales, deseos y creencias. Estas mujeres están en pleno proceso: una ha tomado algunas decisiones económicas importantes, cuando esto lo hacía siempre el marido; otra ha encarado un trabajo que le posibilita generar sus propios ingresos; otra ha organizado un grupo para realizar una actividad; todas, en distintos momentos del devenir grupal, se debaten entre desprenderse y aferrarse. Para muchas, la viudez es la primera oportunidad de formularse preguntas acerca de su condición de mujeres, las que han sido y las que quieren ser.
* Extractado del trabajo “La viudez en las mujeres, ¿una crisis vital?”, presentado en las VII Jornadas Internacionales de Actualización del Foro de Psicoanálisis y Género de APBA “El género en crisis. Nuevas subjetividades en la modernidad tardía”.