PSICOLOGíA › EN DEFENSA DEL CONCEPTO DE “RESILIENCIA”

“Recursos comunitarios para sobrevivir”

Por Daniel Rodriguez *

El articulo publicado el 5 de mayo pasado en esta sección, a propósito del concepto de resiliencia, formula atendibles advertencias respecto de los posibles riesgos de su implementación si no prestamos atención a la base conceptual en que se sustenta. Los riesgos implícitos de una aplicación intencional o acrítica de esta resiliencia, que algunos autores latinoamericanos llamaron de “primera generación”, son expuestos claramente en el articulo de Berezin y García Reinoso, no sólo en un plano conceptual, sino a través de ejemplos clínicos concretos. Destacan las autoras el riesgo de reinstalar, a partir de los modelos de resiliencia por ellas considerados, el concepto médico de “desviación” fortaleciendo actuales corrientes neodarwinistas que, en consonancia con los ideales del modelo neoliberal, promueven la sobrevida de los más aptos como mecanismo de realización personal.
Desde su aparición en el campo de la salud hemos asistido durante estos años a una significativa extensión de la temática de la resiliencia a distintos campos disciplinarios, y a un notable crecimiento en el número de publicaciones que se ocupan del tema. La resiliencia, por lo menos desde las propuestas de resiliencia comunitaria que en Latinoamérica y en nuestro país ha desarrollado Elbio Suárez Ojeda (p. ej. en “Una concepción latinoamericana: la resiliencia comunitaria”, en Resiliencia. Descubriendo las propias fortalezas, Paidós, 2001), se ha despegado de su origen biomédico individual para pasar decididamente a insertarse en el territorio de las ciencias sociales y a participar por consiguiente de sus problemáticas e instrumentos conceptuales.
En el aporte latinoamericano al concepto de resiliencia, se pasa de los atributos de los individuos, resaltados por los trabajos estadounidenses o europeos, al análisis de las condiciones colectivas de grupos humanos o sociedades para enfrentar las adversidades y buscar en conjunto el logro de su bienestar, partiendo de la base de que las claves explicativas del sufrimiento no residen en las características individuales, sino en las condiciones sociales, en las relaciones grupales y en los aspectos culturales y valores de cada sociedad. El interés de los primeros trabajos que llegaron al país, centrados en las habilidades y destrezas personales, se fue desplazando hacia el estudio y análisis de los mecanismos sociales de producción de subjetividad y sus posibles efectos.
A esta resiliencia de “segunda generación” le interesa no sólo “la” pobreza como sustrato permanente de desigualdad social, sino también “las pobrezas”, a las que aluden, entre otros y en nuestro país, los trabajos de María Teresa Sirvent (p. ej. “El talón de Aquiles del pensamiento único”, en revista Voces, Nº 10, 2001), que muestran cómo en el mundo actual, bajo el peso de un pensamiento globalizado con pretensiones de único, que, a lo Leibniz, presenta las actuales condiciones de vida como “el mejor de los mundos posibles”, aparecen otras pobrezas dignas de ser tenidas en cuenta: la pobreza política o de participación social, que fomenta el individualismo y el escepticismo político, o la pobreza de comprensión, que alude a aquellos factores sociales que dificultan un manejo reflexivo de la información que nos invade y encolumna pasivamente.
Desde la perspectiva de la resiliencia comunitaria, algunos factores incluidos dentro del territorio de la resiliencia individual, como el sentido del humor o la creatividad, pueden ser analizados desde una nueva perspectiva que los separa de los criticados modelos individualistas, para reubicarlos, junto al pensamiento crítico, como elementos imprescindibles dentro de una subjetividad comprometida.
Es posible que el concepto de resiliencia, al igual que el de “comunidad”, adolezca de cierta imprecisión que lo vuelva irritante, o nos dé la sensación de ser sólo una nueva forma de llamar a antiguas preocupaciones del ser humano, pero lo que no puede negarse, en tanto nuevo significante, es su progresiva incorporación al lenguaje cotidiano, que probablemente da cuenta de una necesidad social de encontrar nuevas respuestas para enfrentar nuestras actuales condiciones de vida.
El concepto de resiliencia, que alguien calificó como un concepto “en tránsito”, aloja diferentes acepciones, algunas de las cuales pueden resultar francamente contradictorias, y si el modelo de resiliencia individual, tomado como base de la crítica formulada, lo convierte en un aquiescente elemento que convalida con su silencio lo que actualmente calificamos como pensamiento único, los desarrollos predominantemente latinoamericanos acerca de la resiliencia comunitaria se inscriben en la línea de un pensamiento crítico en la que, desde diferentes miradas, se analizan posibilidades y recursos de la comunidad para sobrevivir y desarrollarse en condiciones desfavorables de vida en un mundo cada vez más complejo, hostil e inequitativo.

* Director del Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús, en la cual funciona el Centro Internacional de Investigación y Estudios sobre Resiliencia (CIER).

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