Sábado, 30 de junio de 2007 | Hoy
REPORTAJES › ROBERTO GOYCOOLEA PRADO, URBANISTA
El especialista español en revitalización de cascos históricos calificó como un “disparate” la construcción de torres frente a la Reserva Ecológica y sostiene que son “los vecinos los que deben decidir en qué ciudad quieren vivir y no los políticos”. Sugiere que Buenos Aires, además de edificios, debe “preservar su modo de vida, que es la del café”.
Por Eduardo Videla
“Los edificios en torre son el prototipo de una ciudad neoliberal, donde el Estado ha dejado en los particulares el control del espacio público”, dice Roberto Goycoolea Prado, director de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Alcalá de Henares, España. Especialista en preservación de cascos históricos, estuvo en Buenos Aires para participar en las Terceras Jornadas Internacionales sobre experiencias de Revitalización de Cascos Históricos, que organizó el Ministerio de Cultura porteño. Goycoolea cuestiona la experiencia porteña de las torres de Puerto Madero, a las que califica como un “disparate”, porque “han roto el paisaje histórico de la ciudad”. En una entrevista con Página/12, el especialista sostiene que el automóvil “es un enemigo de la ciudad, porque anula los espacios de sociabilización: donde hay autos no se puede reunir gente”. Y explica las nueva tendencias, que apuntan a recuperar, además de los edificios, “las estructuras sociales”.
–¿Qué dificultades han tenido en el proceso de recuperación de cascos históricos en España?
–La restauración del patrimonio en España ha pasado por distintas fases: la recuperación de monumentos, de edificios puntuales, hasta terminar en la restauración de que intenta recuperar cascos históricos, y últimamente está la idea más amplia de recuperar estructuras sociales, relaciones, paisajes urbanos en el sentido amplio del termino.
–¿Cómo se recupera una estructura social?
–Por ejemplo, evitando que los cascos históricos queden sin viviendas, que cambien de uso. Un fenómeno que ocurre mucho es que empresas compren edificios históricos para usarlos como oficinas, o el área se transforme sólo en una zona turística, sin relación con la vida de la ciudad. Hay un fenómeno muy difícil de contener si no es con una subvención pública: cuando se mejora un barrio aumenta la plusvalía y se expulsa al habitante pobre. Entonces, para mantener los tejidos sociales, hay un subsidio del ayuntamiento para que esas personas no se vayan de los centros históricos.
–¿Qué límites debe tener el reciclado para hacer una construcción nueva a partir de una edificación vieja?
–En Madrid, el casco histórico es una construcción de mediados del siglo XIX, construida con una serie de elementos que hoy son insostenibles: carpintería de mala calidad, sin baños, sin cocinas equipadas, donde hay que hacer las instalaciones eléctricas nuevas. Y también han cambiado las estructuras familiares, con menos hijos. Lo importante es que esta rehabilitación no se convierta en una caricatura, lo que se llama el fachadismo: donde solo se conservan las fachadas pero nada de las estructuras interiores. Es cierto que a veces las estructuras son muy antiguas y hay que actuar sobre el patrimonio. Pero más importante que las rehabilitaciones puntuales es la recuperación de la ciudad histórica como modelo de la ciudad a vivir, contrapuesto a lo que es la ciudad moderna que se expande en la periferia: no es lo mismo vivir en un centro histórico que vivir en un barrio de bloques de vivienda.
–¿La idea de preservación está instalada en España o aún se debate hasta dónde se conserva y hasta dónde se demuele para hacer obras nuevas?
–El tema está bastante consolidado en los centros históricos. El problema es en las periferias y tampoco estamos libres de algunas actuaciones inmobiliarias. Ocurre que el mejoramiento de los centros históricos ha supuesto una subida de los precios de las viviendas, por lo tanto, una disminución del número de habitantes, puesto que las familias se tienen que ir y sólo quedan personas solas. Se produce un envejecimiento de la población, que solo se está recuperando ahora con la inmigración.
–¿En qué medida afecta en Madrid la ocupación de viviendas abandonadas y su degradación por falta de mantenimiento?
–Hoy en Madrid hay un fenómeno de okupas muy importante. Tampoco hay que olvidar que la vivienda es una forma de inversión patrimonial. Hay muchos dueños de edificios que los están dejando que se arruinen, están dejando que los ocupen para que se destruyan más rápidamente. Ha salido una figura legal por la que el Ayuntamiento, si un edificio está a punto de convertirse en ruinas, puede obligar al propietario a actuar sobre la edificación y, si no lo hace, expropiar. Esto se hace para evitar la especulación, que se compren pisos y esperar que se deterioren, que lo declaren en ruinas para hacer un edificio nuevo, porque es más rentable hacer una obra nueva que restaurar. Por eso el apoyo del Estado siempre es necesario, bien mediante desgravaciones fiscales o ayuda directa. Porque lo que hay que plantearse es que la conservación del patrimonio no es para el individuo sino para la ciudad. El Ayuntamiento debe intervenir porque los cascos históricos generan riqueza.
–¿Se refiere a los ingresos por turismo?
–No solamente. Buenos Aires atrae mucha gente del Gran Buenos Aires que viene al teatro, a restaurantes y a librerías.
–¿Cómo ve el trabajo que se está haciendo en Buenos Aires en materia de preservación?
–Hay una situación en las ciudades latinoamericanas de períodos de mucha riqueza y períodos de gran pobreza. En los países emergentes, las prioridades no pueden ser como en Europa, actuar sobre una ciudad consolidada, sino que a la vez hay que ir creando la ciudad. Son ciudades en crecimiento, frente a las ciudades estancadas de Europa. Aquí el trabajo de preservación del patrimonio ha empezado relativamente tarde: la Dirección de Patrimonio es de 1999 o 2000. Son situaciones muy nuevas que están utilizando la experiencia europea que ya lleva décadas, adaptándola a la situación local. Es complicado porque aquí queda poco por conservar, los cascos históricos han sido muy destruidos. Pero el manejo que se está haciendo en San Telmo es muy interesante. Creo que la ciudad de Buenos Aires debería insistir, además, en la conservación de un modo de vida, que es la del café, que no sólo es propio del centro histórico sino de toda la ciudad, controlando la instalación de los grandes centros comerciales, manteniendo la vivienda dentro de los barrios, y un sistema de transporte que facilite la accesibilidad.
–En Buenos Aires, muchos vecinos se resisten a la construcción de torres porque afectan la fisonomía de los barrios de casas bajas, ¿cómo debería abordarse este fenómeno?
–El fenómeno de las plusvalías inmobiliarias es lo que más ataca no solo a los centros históricos sino a la ciudad en general. Hay que plantear qué tipo de ciudad se quiere, y las torres representan un tipo de ciudad que no se ha mostrado más eficiente que ciudades con alturas de 8 a 10 plantas. No ha traído beneficios de ningún tipo: no son más baratas de construir, al contrario. Es mucho mejor una ciudad en alta densidad con baja altura que una ciudad con torres. Porque las torres generan presiones sobre el entorno: se destruye un paisaje, una intimidad, una manera de vivir, se generan conos de sombras... Las torres son el prototipo de una ciudad neoliberal, donde el Estado ha dejado en los particulares el control del espacio público, lo cual es un disparate. Hay que tener en cuenta que la ciudad es pública y es de todos, no puede quedar en manos de un especulador sumado a unos funcionarios corruptos. El ciudadano tendría que poder decidir sobre lo que pasa en su barrio, porque lo que ocurra 30 metros más allá de su casa también es su barrio, no es el barrio del político. Esa es una idea que se impuso en los últimos años, la de considerar a la ciudad solo como un bien económico y no como un bien social, que es en definitiva lo que es.
–En Buenos Aires, Puerto Madero combina recuperación de edificios con valor histórico con negocio inmobiliario. ¿Qué opinión tiene de este fenómeno?
–Puerto Madero es una iniciativa muy interesante, con una primera fase de recuperación muy importante, pero que no ha terminado de cuajar por dos cosas: no hay una vinculación clara con el centro histórico, no hay una pasarela peatonal: a Puerto Madero hay que ir, no se llega. No es como el Congreso, adonde uno llega paseando. Y segundo, lo que me parece un disparate, es la aparición de las torres frente a la Reserva Ecológica, que rompen el paisaje tradicional de la ciudad, el horizonte y el río. Han roto la imagen histórica. En definitiva, es una privatización del paisaje, que es un bien público. Esa consideración de que solo importa la propiedad del terreno no puede ser. El caso de estas torres es el ejemplo típico de lo que no se debería hacer en una ciudad.
–¿En qué medidas afectan el tránsito y el transporte público la preservación del casco histórico?
–El problema del tráfico no tiene solución desde un punto de vista neoliberal, de que cada uno puede tener su coche y entrar a la ciudad. Las ciudades se construyeron en una época en que no había coches, y no se pueden expandir. Un coche ocupa muchísimo espacio, un estacionamiento normal son 25 metros cuadrados. La política a implementar debe ser un mejoramiento del transporte público de superficie, del metro y del taxi, y una restricción cada vez mayor al acceso al casco histórico. Londres y Munich, líderes en este sentido, cobran un peaje por entrar y si quieres entrar con un coche en el centro tienes que demostrar que tienen un estacionamiento. El tránsito no sólo se deteriora el casco histórico: el coche es un enemigo de la ciudad, es un instrumento estupendo, pero anula los espacios de sociabilización: donde hay muchos autos no se puede reunir gente.
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