Jueves, 29 de mayo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › DESPUéS DE 36 AñOS DE CáRCEL, ROBLEDO PUCH PIDIó LA LIBERTAD CONDICIONAL
Es el mayor homicida de la historia criminal argentina. Sus anteriores reclamos para salir de prisión fueron rechazados. Ahora volvió a la carga. Aseguran que sufre brotes psicóticos.
Hace ocho años que puede pedir la libertad condicional, pero recién ahora, tal vez motivado por la salida de Ricardo Barreda, Carlos Eduardo Robledo Puch se animó a solicitarla. Claro que este famoso asesino, que en menos de un año (entre 1971 y 1972) mató al menos a 11 personas, la tiene más difícil que el odontólogo. Las mismas fuentes del Servicio Penitenciario Bonaerense que deslizaron la novedad descreen que pase el peritaje psiquiátrico: “Desde el 2001 –dijeron– sufre brotes psicóticos, tiene una personalidad perversa y agresividad contenida”.
El hombre –que fue la pesadilla de los serenos, a quienes solía ultimarlos mientras dormían, después de robar el lugar que cuidaban– ya había reclamado su libertad dos veces, en 1994 y en 1999. Sin embargo, cuando estuvo habilitado para hacerlo prefirió quedarse en el penal de Sierra Chica, según dijo, porque sabía que los jueces no lo iban a largar. Según se supo ayer, Robledo Puch envió una carta al Gabinete de Admisión y Seguimiento (GAYS) del Servicio Penitenciario bonaerense explicando sus intenciones.
Ya ha pasado más tiempo adentro de la cárcel que afuera, y tuvo dos episodios que pesan sobre su conducta. Se fugó en 1973 de la Unidad 9 de La Plata tras ser condenado a reclusión perpetua (lo encontró cuatro días después en una galería en Vicente López, cerca de su casa, Roberto Pettinato –padre del conductor y músico–, entonces director del Servicio Penitenciario Bonaerense). El otro episodio fue a fines de 2001, cuando se disfrazó con una capa y antiparras en medio del taller de carpintería del penal, dijo sentirse Batman e incendió el lugar con un soplete. Entonces lo enviaron a la Unidad de Melchor Romero para recibir tratamiento psiquiátrico.
En esa unidad se reencontró con su padre, luego de siete años. “Antes del reencuentro se habían escrito cartas, y decidieron verse. Fue emocionante para los dos”, contó una fuente penitenciaria que presenció la reunión. De vuelta en Sierra Chica, eligió el pabellón 10, el de homosexuales, y hasta se rumoreó que tiene una pareja estable en la prisión. El tiempo lo dividió entre sus estudios de veterinaria y de ciencias sociales y, como muchos de sus compañeros, se unió a la religión evangélica. Salvo por los dos episodios mencionados, los voceros del Servicio Penitenciarios explicaron que mantiene un buen comportamiento y no tiene problemas de convivencia con los otros internos.
“¿Quién no quiere irse? Pero iré en libertad cuando corresponda, si corresponde. No tengo nada que pedir. Cuando el Estado sea más eficiente, podré salir con bombos y platillos”, dijo la última vez que lo entrevistaron, hace dos años. ¿Qué le queda a este asesino serial afuera de la cárcel? El único familiar vivo es su padre, que lo visita una vez al año para festejar su cumpleaños. Sus dos grandes socios en el hampa, Jorge Ibáñez y Héctor Somoza, murieron antes de que lo atraparan, cuando tenía 20 años. Es que además de asesinar a los serenos, Robledo Puch también mataba a sus cómplices. Ahora, lo acompañan los brotes psicóticos y el asma.
Robledo Puch está considerado como el mayor asesino de la historia criminal argentina. En 1980, el fallo que lo condenó indicaba que se trata de “un psicópata con plena capacidad para comprender la criminalidad de sus actos”. Además de los 11 homicidios, fue condenado por 17 robos, una violación, una tentativa de violación, un abuso deshonesto y dos raptos, además de dos hurtos. Nunca se arrepintió y aunque confesó durante el juicio, años después, cuando daba entrevistas periodísticas negaba todo, diciendo que el juicio era “una farsa”, que nunca había tenido un arma en la mano. “Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”, dijo cuando le notificaron la sentencia.
El pedido no implica que el beneficio le deba ser otorgado, ya que es necesario contar con informes médicos y psicológicos favorables, que indiquen que el preso está en condiciones de gozar de la libertad. Puch, insistió en ocasiones, no sabe bien qué haría si dejara la celda. “Si no me cago muriendo en al cárcel, quiero vivir feliz y tranquilo sin que nadie me reconozca”, dijo una vez. Ese es el tema que más le preocupaba cuando salía de ronda con Jorge Ibáñez: que no quedaran testigos, que nadie lo reconociera.
Sólo una mujer, a la que su socio había violado, sobrevivió a los disparos del “Chacal” o “El ángel de la muerte”, como lo habían apodado los medios. Nunca pudo identificarlo. Finalmente lo entregó su propia madre, el día en que Puch mató a Somoza y pese a quemar la cara y las manos del cadáver, olvidó sacarle el documento del saco.
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