Jueves, 29 de mayo de 2008 | Hoy
EL MUNDO › EL EX VOCERO MCCLELLAN LO ACUSA DE ENGAñAR CON IRAK
Por Yolanda Monge *
Desde Washington
Fue el niño mimado del presidente George W. Bush. Uno de sus más jóvenes y leales colaboradores, importado a Washington desde Texas. La mayoría de los colegas esperaba que tras su retiro y el anuncio de un libro sobre la Administración para la que sirvió como secretario de prensa entre 2003 y 2006, Scott McClellan asestara algún que otro golpe para subir las ventas. Pero no el ruido que ha provocado. McClellan, que cumplió 40 años el pasado mes de febrero, acusa al presidente Bush de “organizar una campaña de propaganda política” en lugar de ofrecer la verdad sobre los motivos de la invasión de Irak. La guerra “descarriló terriblemente” a la Administración republicana, asegura el ex portavoz de la Casa Blanca.
En el libro, a la venta en Estados Unidos este domingo y que lleva por título Lo qué pasó: dentro de la Casa Blanca de Bush y la cultura del engaño en Washington, McClellan cuenta que el presidente “tomó la decisión de alejarse de la sinceridad y la buena fe justo en el momento que más necesitábamos esas cualidades”. Y va más allá al decir que “en una época de permanente campaña electoral, hubo que manipular las fuentes de la opinión pública en beneficio del presidente”. Y añade: “La guerra de Irak era innecesaria. Un grave error”. El último de los Bruto que ataca a Bush, que vivió entre bambalinas los momentos cumbres de la invasión y el desarrollo de la guerra en Irak defendiendo todos y cada uno de los puntos estratégicos de sus superiores, no aprovecha, sin embargo, ninguna de las 341 páginas de su libro para hacer autocrítica. Más bien todo lo contrario. Según su relato de los hechos, él mismo era una de las pocas personas con buena fe dentro de la Administración del presidente Bush.
“Algunos de mis argumentos fueron fruto del engaño”, escribe. “Se demostró que algunas de las palabras que pronuncié, creyendo que eran ciertas, eran falsas. Yo estaba atado por mis obligaciones y mi lealtad al presidente, sin posibilidad de matizar.” En un relato épico y una justificación para comercializar el libro, McClellan asegura que prometió “a los reporteros y al público que algún día contaría la historia como la conozco”. Apelando a sus “fuertes creencias cristianas”, no se queda a gusto con criticar a los políticos, sino que arremete contra los mismos periodistas, a los que acusa de “complicidad” con aquéllos por difundir sus argumentos sin oposición. En la ciudad en la que todo el mundo lleva una grabadora en el bolsillo o un libro de notas preparado para recoger aquellas palabras que en el futuro puedan venderse al mejor postor, el siempre convulso y envidioso mundillo político y periodístico de Washington vivía ayer uno de sus días de gloria. Los ex compañeros de trabajo de McClellan no ahorraron calificativos. De “egocéntrico, deshonesto y poco profesional” le tildó la ex jefa de la oficina antiterrorista de la Casa Blanca Frances Townsend.
Karl Rove, ex asesor presidencial y hombre de confianza de Bush, dijo que “si tenía tan altos valores morales debería haberse atenido a ellos hace años. No le recuerdo hablando de estas cosas cuando trabajaba con nosotros, francamente”. Como era de suponer, en la Casa Blanca no daban crédito. Sobre todo porque cuando el 19 de abril de 2006 McClellan compareció ante el presidente para renunciar formalmente a su cargo, dijo a los medios de comunicación que Bush “había logrado mucho a lo largo de los años con su equipo”. “Me siento honrado y agradecido de haber formado parte de este excelente equipo repleto de buenas personas”, dijo. El presidente le devolvió los halagos. “Uno de estos días nos vamos a reencontrar en nuestras mecedoras en Texas, hablando de los viejos tiempos”, añadió Bush. Hoy parece poco probable ese escenario.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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