Domingo, 1 de febrero de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Gerardo Bianchetti *
La enseñanza de la religión en las escuelas públicas de Salta no constituye un hecho nuevo desde el momento en que la Constitución provincial lo contempla. No es por lo tanto la novedad de esta disposición lo que llama la atención, sino la constatación de la continuidad de una histórica alianza entre el poder político-económico local y la Iglesia Católica, que aparece como la que obtiene mayores logros de esa exigencia establecida por la Ley Provincial de Educación.
Esta Iglesia, que se ha destacado por ser una de las más conservadoras del país, nuevamente se ha visto favorecida con la vinculación a esos poderes, reafirmando su función mediadora para que al “César” se les perdonen muchos pecados, recibiendo como contraparte algunas ventajas por esas “indulgencias”.
En el ámbito de la educación superior, es la Universidad Católica la que se beneficia por esa estrecha relación, ya que es la que provee los intelectuales tradicionales requeridos por el conservadurismo local, para ocupar espacios de poder.
El permanente interés por controlar los contenidos que se imparten a través de la educación en los niveles primario y secundario por parte de las iglesias, principalmente la católica, forma parte del intento por imponer, a las sociedades, una determinada cosmovisión fundada en preceptos religiosos, buscando recuperar el monopolio de la enseñanza ejercido durante siglos y que fuera limitado por el triunfo de las revoluciones burguesas que transformaron la educación pública en una razón de Estado.
En diferentes momentos de nuestra historia, gobiernos de distinta naturaleza hicieron concesiones a las demandas de la Iglesia como forma de establecer una alianza que permitiera defender un determinado orden social. En el caso de Salta, la inclusión de ese “espacio curricular”, con el argumento de que constituye el instrumento adecuado para la “formación en valores”, oculta el principal objetivo, que es el de demostrar y ratificar la influencia y control que ejerce la Iglesia, sobre el poder político.
Si la verdadera preocupación fuera la de lograr construir una sociedad fundada en los valores que se proclaman desde la religión, la sociedad debería escuchar también fuertes reclamos por la explotación de los trabajadores, los negociados por las tierras públicas, la destrucción del medio ambiente o sobre la corrupción de quienes juran sobre los santos evangelios. El silencio sobre esos temas muestra que las preocupaciones pasan por otro lado y que el “César” puede quedarse tranquilo, porque alguien, que también tiene poder, le cuida sus espaldas.
* Profesor de Política Educacional de la Universidad Nacional de Salta.
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