Martes, 26 de octubre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › NUEVA YORK SUFRE LA INVASIóN DE CHINCHES, QUE REDUJO EL TURISMO
Una plaga inusual de chinches de cama ataca a uno de cada diez neoyorquinos. Los insectos llegaron al Empire State, la tienda Bloomingdale’s y el Lincoln Center. No encuentran modo de detenerla y ya redujo notablemente el turismo.
La octava epidemia atacó a Estados Unidos y muchos ya están planeando cargarla a los fantasmas de Bin Laden. Ocurre que en Nueva York una formidable invasión de chinches de cama o en su versión aburrida Cimex lectularius ataca las bases mismas de los valores de la sociedad (norte)americana, la economía. Se preguntarán qué bicho le picó al cronista. La chinche. De cama. Los operadores turísticos están sufriendo la cancelación de reservas, la anulación de proyectos y la disminución de consultas referidas a viajes a Nueva York. Atracciones turísticas como el Empire State, la tienda Bloomingdale’s y el Lincoln Center, otrora símbolos del expansionismo estadounidense, se están rindiendo ante el avance del arrasador pero casi invisible enemigo. De seguro, la comezón derivará, en poco, en films al estilo The Plague, The Plague 2, The Return of The Plague o La Crisálida Asesina. Por el momento, no se le encuentra solución. Por ahora, los neoyorquinos se rascan la cabeza buscando repelente.
Turismo no es sólo agencia de vuelos. También incluye movimiento cultural: se han reducido notablemente las ventas de cine, teatro, tiendas en general y lugares públicos. Después de sufrir la epidemia de la Gripe A, en 2009, The Plague es la peor calamidad natural (bajo sospechas) sufrida por Estados Unidos. El Empire State Building, una buena cantidad de grandes tiendas de la Quinta Avenida, pasando por el mismísimo Lincoln Center, las salas de cine de Times Square y hasta el lujoso hotel Waldorf Astoria luchan a brazo picado contra los diminutos insectos, parecidos a una pequeña garrapata con algo más de alcurnia.
“Hasta que esto no pase, prefiero no acercarme por Manhattan. Todo lo que necesito lo tengo por mi barrio, así que esperaré, porque como te toque, te metes en un verdadero problema”, aseguraba Teri Schnieder, una treintañera estadounidense que dice tener más miedo al costo de desinfectar su pequeño apartamento del barrio neoyorquino de Brooklyn que a las picaduras o al estigma de las marcas en la piel, pequeñas ronchas alineadas en filas de tres o cuatro, muy molestas y demasiado démodés.
La curiosa naturaleza hace que el trabajo de supervivencia de las lectularius consista en detectar el calor humano, trepar por paredes y techos y luego dejarse caer sobre el cuerpo, generalmente dormido, para perforar la piel con dos tubos huecos cual sorbetes, pajillas, o pajitas y alimentarse, sí, las muy caníbales, de sangre humana y en el peor momento, cuando el ser humano está indefenso (fucking chinche). Por uno de los tubos hacen su trabajo de chupasangre y, por el otro, inundan del necesario anticoagulante para seguir chupando el vital elemento, acompañado de un anestésico que duerme la zona y las deja alimentarse tranquilas como sonda petrolífera. Mucho más insaciables y neoliberales que el vulgar mosquito, chupan y chupan durante alrededor de cinco minutos para luego retirarse a sus escondrijos, entre los pliegues del colchón, en las hendijas de las maderas, contra los marcos de los cuadros y de las puertas o ventanas.
La picadura, a las horas, se torna muy molesta, y los afectados temen llevar la epidemia al seno de sus propios hogares. La invasión de lectularius, según una picante encuesta del Daily News afecta a uno de cada diez neoyorquinos. Con un escaso efecto real pero con efectivo impacto en la imaginación popular, las principales tiendas están colocando en sus puertas de ingreso máquinas supuestamente capaces de detectar al vil insecto. Por el momento, nada. Ya están clamando por la inseguridad y bramando por alguna campaña de represalias en algún rincón por ahora ignoto del mundo, aunque la chinche históricamente es propia de Estados Unidos.
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