SOCIEDAD › EN SIERRA DE LOS PADRES, UN ZOO ECOLóGICO APORTA UNA MIRADA DIFERENTE SOBRE LOS ANIMALES

Un paseo como elefante en un bazar

Un león, varias leonas, pumas, patos, pavos reales. Un zoológico que se puede visitar también durante la noche. En la caminata no pueden participar más de treinta personas. Próximo a Mar del Plata, un paseo especial para los más chicos.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

El paseo, que se extiende por dos horas, se hace en la semioscuridad. La noche cerrada se abre un poco con la luz de la luna y las estrellas, más la que aportan las discretas linternas de los guías. Uno de los momentos de mayor impacto es cuando los visitantes llegan, en penumbras, hasta una especie de valle en medio del bosque de tres mil árboles de 120 especies. Una vez acomodados en el piso, sobre esterillas, con los ojos hacia el cielo, hacia la constelación de Orión, se encienden las luces y comprueban que están a la orilla de una laguna donde patos, gansos y flamencos comienzan a danzar sobre el agua al influjo del Concierto de Aranjuez. Como fondo, por momentos tapando el solo del saxofonista, se escucha el rugido de un león de 240 kilos de peso que pelea, con dos hembras de su misma raza, una parte de los 12 kilos de carne que comen a diario. La poderosa voz del rey de la selva no alcanza para acallar el canto de grillos, ranas y patos. Se trata de una recorrida nocturna por el zoo El Paraíso, en Sierra de los Padres.

Inaugurado en marzo de 1994, se encuentra ubicado en el kilómetro 16 de la ruta 226. La caminata, de la que nunca participan más de 30 personas, entre adultos y niños, es presentada por los organizadores como “un canto a la ecología”. Luego de recordar, en forma crítica, las “casas zoológicas” de Moctezuma II, el último emperador del reino azteca, y las prácticas con humanos del invasor Hernán Cortés, Coqui Gastiarena y Lucho Martínez Teco, secundados por María y Oscar, los dos guías, invitan a poner en funcionamiento “los cinco sentidos” para caminar el zoo en la noche y tomar contacto con los animales que tienen “hábitos nocturnos”.

De la recorrida participaron varias niñas. Como si fuera necesario, “por respeto a los chicos” (se referían a los animales), todas hablaban en voz muy baja, para no “despertarlos”, salvo que la sorpresa fuera grande –y hubo varias– o que los adultos hicieran preguntas que requerían respuestas de viva voz. “Una araña”, aventuró una de las chicas cuando María, la guía, abrió una puerta para presentar “al mayor depredador” de la flora y la fauna. En el fondo de la pequeña casita había un espejo que sólo reflejaba hombres, mujeres y, en este caso, niña. “Yo no, yo quiero a los animales”, se quejó la pequeña. La guía señala que el espejo está roto porque un “depredador” le arrojó una piedra el mismo día del debut de los paseos nocturnos.

Sin fumar, y con los celulares apagados, primero se ven animales creados por artistas locales: un King Kong, un elefante, un cocodrilo, todos de piedra y a tamaño natural. El cocodrilo está en medio de una de las tantas lagunas internas, cubiertas de flamencos que parecen posar para las fotos. En medio de la oscuridad, los guías orientan por los olores: jazmines, eucaliptos, tilos. Hay un aroma que choca: “El famoso ‘olor a chivo’”, cuando se llega al lugar donde están cabras, ciervos y otros animales coronados con cuernos.

Las estrellas y una tímida luna tienen otro color vistas desde la oscuridad del bosque por los blancos que dejan, a veces, los arrayanes, los pinos y los robles. La especie más exótica, que florece sólo de noche, es el llamado “árbol de los pavos”. En realidad, un grupo de pinos gigantescos en cuya cima duerme una bandada de pavos y pavas reales. Se elevan más de 20 metros hasta la copa de los árboles, a pesar de que son pájaros de vuelo corto. “Hacen vuelos cortitos y, con paciencia, llegan a la cima y se echan a dormir allí”, cuenta María. Entre árboles y animales silvestres que cruzan el camino, entre “gnomos” y “brujas” que sobrevuelan –más algún murciélago real que crea un leve escozor entre los visitantes–, el paseo va llegando a su punto culminante: los grandes felinos.

Mimito es un puma que apareció, hace unos años, en el puerto de Mar del Plata. Es la fauna local, autóctona, igual que los gatos monteses. Uno de los gatos no lo quiere mucho a Coqui Gastiarena, el dueño del zoo. Para demostrarlo, Coqui llama al puma y la respuesta inmediata es un gruñido. La jaula de los leones es pasión de multitudes. Está perdida entre los árboles, al punto de que casi no se advierte la presencia del grueso alambre que los mantiene en cautiverio. El gran león está tieso, con las dos leonas rondando en torno suyo. Basta que aparezca sobre el techo de la jaula un trozo de carne, para que todo cambie. Las hembras, como ocurre en la selva, son las primeras que salen a “cazar” la comida que mueve en forma alocada, desde el techo de la jaula, uno de los cuidadores. Las hembras saltan, sin poder atrapar la presa. Finalmente el macho, elevándose del suelo a pesar de sus 240 kilos de peso, logra atrapar el manjar y, como buen león, se come la mejor parte.

Es un paseo para chicos, por los “duendes” y los animales que rondan por todas partes, y para grandes, con lecturas de poemas de José Martí, Hamlet Lima Quintana y la música de Atahualpa Yupanqui o el injustamente olvidado Abel Fleury. Las visitas nocturnas terminan con pizza, empanadas, gaseosas y cerveza a voluntad, todo a un costo de 120 pesos para los adultos y 80 para los más chicos. “Los cupos de visitantes no pueden ser más de treinta, porque no podríamos atenderlos como se merecen”, explica Gastiarena, justificando el costo. Las visitas nocturnas se realizan los jueves y los sábados. Si llueve, se suspenden para el día siguiente (viernes o domingos). El zoo se puede visitar todos los días, en el horario de 10 a 19.

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La escultura de un elefante se confunde entre los chillidos nocturnos y miles de ojos que miran en la espesura.
Imagen: Alejandro Elías
 
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