Sábado, 4 de junio de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Francisco “Tito” Nenna *
La calidad educativa no cabe en una estadística. Suponer que el éxito de la escuela depende del andarivel que ocupe el país en una serie de parámetros definidos por instituciones que miden resultados de pruebas a estudiantes de Finlandia o Argentina, sin contextualizar las diferencias, es un abuso cuantitativo sobre las tramas sociales y políticas.
En ese sentido, los docentes señalamos que el concepto en cuestión no es patrimonio de académicos seducidos por el neoliberalismo sino un derecho de los trabajadores de la educación consagrado por la Ley Nacional de Educación y la propia Constitución de la ciudad. Lejos de renegar de la discusión, reclamamos se considere nuestro lugar en este debate porque estamos convencidos de que tanto la calidad como la evaluación portan significaciones históricamente determinadas.
Por eso, advertimos sobre la procedencia de la preocupación que de pronto exhiben por este tópico sectores que poco se han comprometido con la educación pública hasta aquí. El interés por esas mediciones nació asociado a miradas economicistas con el propósito de ponderar y orientar la inversión en la materia para obtener “mejores productos”.
Así, es preciso definir los criterios que se utilizan para pensar la calidad. Porque es imposible abordar el tema sin considerar la integralidad del sujeto.
Sabemos que la evaluación es inherente a los procesos de enseñanza y aprendizaje. Pero nos oponemos categóricamente a la perspectiva que recurre a estos mecanismos para atar los salarios a los resultados o blandirlos como instrumento disciplinador de alumnos y docentes.
Quienes breguen por estos sistemas para rankear o abonar la competencia entre trabajadores encontrarán la resistencia de la comunidad educativa. No hay margen para introducir exámenes asépticos que no contemplen inversión, financiamiento, pertinencia curricular, estrategias de enseñanza y articulación de instancias de formación.
La medición de la calidad educativa debiera servir, en todo caso, para evaluar los modelos políticos antes que para sancionar a los docentes. Allí donde no se construyan escuelas ni se dote de herramientas para una educación mejor se evidenciará el fracaso de un proyecto ideológico por encima de las dificultades pedagógicas.
No es casual que la primera medida de Néstor Kirchner haya sido la resolución del conflicto docente en Entre Ríos, a dos días de asumir como presidente de la Nación, como tampoco es azaroso que el macrismo subejecutara el presupuesto de infraestructura escolar. La calidad educativa, en última instancia, es inseparable de la voluntad política y la consistencia ideológica.
* Legislador por Encuentro Popular para la Victoria.
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