Jueves, 26 de enero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › EN VILLA GESELL, UN BALNEARIO PENSADO PARA PERSONAS CON DISTINTAS DISCAPACIDADES
Las carpas, los caminos hacia la arena y el mar, las instalaciones. Todo está preparado en el balneario para que no haya obstáculos. Y hay también elementos especiales para que todos puedan acceder al agua. Es la playa integrada de Gesell.
Por Soledad Vallejos
Desde Villa Gesell
“Al principio no me gustaba, no quería mucho, me daba un poco de miedo. No sé, miedo de caerme al agua. Pero ahora ya no. ¡Me caí tantas veces que me acostumbré!”, dice Rocío Guerra, la gesellina de 18 años que espera, en medio del viento, la llegada del profesor de kayak. Detrás, antes de que el médano desemboque en playa llana, una veintena de personas miran el mar desde dos pequeñas hileras de carpas. Viste neoprene, lleva el pelo corto, atado en una colita, y sonríe cuando ve que van dejando el kayak amarillo flúo ahí donde termina el caminito de madera del balneario. Un poco más allá, una señora no para de reírse a bordo de una silla de ruedas bajita, con ruedas superpoderosas y misteriosos objetos naranja fosforescente a los lados. Nicolás Tortarolo, durante el año docente del Instituto Municipal para Sordos e Hipoacúsicos Helen Keller y jefe del Area de Discapacidad del municipio local, pero en verano alma pater del balneario, explica que es una silla anfibia “y de industria nacional”. “La probamos pasando la rompiente cuando empezó la temporada. Es genial: eso naranja son flotadores, y tiene una manija. Podés entrar al agua con la silla y la vas orientando según hacia dónde querés ir.” Así transcurren las horas en la “playa integrada” de Villa Gesell, la primera y también única del país, aunque va por su tercera temporada.
Aquí, chicas, chicos y personas adultas con diferentes tipos de capacidades diferentes (“no sólo las físicas, sino también las viscerales, esas que no se ven, como pueden ser las intelectuales, ponele”, dice Nicolás) comparten carpas, caminos sobre la arena y todas las instalaciones que el balneario municipal y gratuito pone a disposición para demostrar que “la playa puede ser de todos”. “Mucha gente llega y se sorprende. También ves casos de gente grande, personas mayores, que pensaban que nunca más iban a poder acercarse al mar, estar cerca de la arena”, explica Nicolás, para señalar algo que de tan evidente resulta invisible: para muchas personas, transitar una playa puede resultar arduo. Ahí arriba, antes de la pendiente del médano, dice Nicolás, descansa un señor que sufrió un ACV a fin de año, antes de las fiestas. “Y pensó que nunca más iba a poder. Y vino acá, de casualidad, no sabía, su mujer bajó del auto y pidió ayuda para acercarlo al mar. Y nos encontró a nosotros.”
Los números dicen que de todos modos, de a poco, con timidez pero decisión, esas personas se van acercando a los médanos, la orilla, el agua. En 2010, cuando esta playa integrada se inauguró y estaba lejos de las diez carpas de esta temporada, y todavía un poco más lejos de las actividades, los registros indicaron sesenta usuarios. El año pasado, el número había trepado a doscientos setenta. En lo que va de 2012, ya han pasado setenta y cinco. “Es mucho”, señala Nicolás.
–¿75 es mucho?
–Claro, porque este público con capacidades diferentes suele salir de vacaciones en febrero, no en enero. ¿Por qué? Porque se encuentran con menos gente y menos obstáculos. Pero ya te digo, este año notamos un aumento.
Mientras el segundo kayak, uno de los que Rocío llama “los chiquititos”, colorado, sigue al primero en su camino hacia la orilla, Nicolás enumera cómo la Villa, paso a paso, va facilitando la integración de todas las personas, sean cuales fueren sus cuerpos, sus capacidades: “En la avenida 3 y todo el boulevard, si te fijás, todos los postes indicadores de calle, a un metro veinte de altura, tienen los nombres en Braille”, la Municipalidad firmó convenios con los concesionarios de playa y comerciantes gastronómicos y hoteleros para que todos los menús estén disponibles en Braille, en unos días “empezamos clases de pintura integradas, con una profe que da clases en la escuela durante el año”, y “ocho de las diez sillas anfibias, de industria nacional, mejores y más baratas que las que teníamos antes” (que eran europeas y costaban cerca de dos mil euros cada una), están distribuidas en distintos balnearios privados. “Así no queda ésta como ‘la playa de las personas con discapacidad’ y las personas pueden elegir a dónde quieren ir a pasar el día. Claro que acá es pública y gratuita.”
Pasa Jerónimo sonrisa al viento. Arrastra el kayak colorado, “de los chiquititos”, agua adentro, aunque las olas se resisten, porque la bandera, más colorada todavía que la navecita, por algo advierte lo que el agua ratifica: el mar está arisco. Insiste una, dos, tres veces Jerónimo, mientras acá en la costa, Rocío, que además de perder el miedo a fuerza de porrazos hace cinco meses ganó orgullo por remar en una competencia nacional, en Mar del Plata, sonríe. A la mañana cumplió su turno como empleada de la playa integrada (“armo carpas, traigo sillas, ato las lonas”), el primer trabajo de su vida. Ahora, de tarde, todavía pisa la arena pero sabe que en un rato estará allá, al otro lado de la rompiente. Rocío tiene una discapacidad intelectual desde siempre. Ve el agua y la sonrisa se le vuelve indeleble.
El kayak más grande acaba de hacerse al mar llevando a una persona, el profesor Pablo Krotsch (deportista de elite y campeón nacional de kayak, a pesar de convivir con las consecuencias permanentes de una parálisis cerebral), y a una personita: Ezequiel. Desde la orilla, su padre entorna los ojos, repite “cómo le gusta, cómo le gusta el agua”. Todavía se maravilla de cómo cambió su hijo, de once años, que padece autismo y cierto grado de esquizofrenia, desde que aprendió a remar contra la corriente para cruzar la rompiente y volver. Allá, lejos, el kayak se da vuelta. Acá, el padre ríe con ganas y grita “¡te tocó a vos esta vez, Eze!”. Ezequiel ríe.
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