Viernes, 7 de diciembre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › PENURIAS DE LOS VECINOS DE BLANCO ENCALADA ANTE CADA INUNDACIóN
Con las lluvias intensas, la tradicional calle de Belgrano se convierte en una vía navegable. A los daños padecidos por los comerciantes se suman los destrozos en autos. Todo indica que la escena volverá a repetirse este verano.
Por Gustavo Veiga
Blanco Encalada es la vía navegable más tradicional del barrio de Belgrano. La escena se repite hace décadas y parece sacada de la película El viaje, de Pino Solanas, que en 1992 mostraba una Buenos Aires tapada por el agua. La marea corre desde avenida Cabildo hacia las vías del ferrocarril Mitre –en la misma dirección del tránsito– y arrastra lo que encuentra a su paso: autos, mercadería, bolsas de residuos, maderas y plantas. Mario Res es un carpintero canoso que hacía trabajos en la calle inundada. Su Renault 19 color bordó, chapa BEM 448, recorrió una cuadra marcha atrás hasta voltear un semáforo sobre el que quedó detenido. Cuando quiso tocar la puerta, una descarga de corriente eléctrica lo disuadió de repetir el intento. Ala, una mujer armenia que no perdió el acento de su pueblo, dice que “el agua subió como nunca en los últimos diez años”. Su local de modista está ubicado en el número 2285 del arroyo Vega. Perdón, de Blanco Encalada, que le pasa por encima. Un par de coches casi se le meten en el pequeño comercio, pero un árbol grueso los detuvo un par de metros antes de la puerta.
Postales como ésas, de una inundación que se repite cada vez con más frecuencia (la última había sido el 9 de noviembre), confirman un viejo vaticinio del jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta. “Si llueve, nos volveremos a inundar.” Ante ese pronóstico previsible, ¿qué hace el gobierno de Mauricio Macri? Ayer quedó comprobado cómo interviene en estos casos. En la esquina de Cabildo y Blanco Encalada, inundada primero y congestionada después porque no funcionaban los semáforos, se observaron cuatro agentes del cuerpo de tránsito con sus pilotines amarillos intentando poner orden en el tránsito, más una camioneta de apoyo. Los demás efectivos eran de la Policía Federal o de los Bomberos del Cuartel V de Belgrano, que dependen de aquélla.
A lo largo de un trayecto de cinco cuadras, sobre Blanco Encalada, se inundaron, flotaron y salieron a navegar la calle unos veinte autos convertidos en anfibios. Dos, un Gol patente IAL 867 y un Citroën C4, GRK 217, subieron a la vereda y se montaron ligeramente uno sobre el otro. Un árbol los aprisionó, como si se tratara de góndolas venecianas amarradas en el Canal Grande cuando arrecia una tormenta. Enfrente, Fabrizio Lizardo, un joven de Lugano que trabaja en la zona, miraba resignado los dos grandes bollos que tenía su Eco Sport después de estrellarse contra un tronco. “Es la primera vez que me pasa esto. Vine como todos los días y de repente me encontré con la camioneta flotando y chocada contra el árbol. El gobierno nacional y el de la Ciudad deberían hacer algo”, se quejó. Mientras, pedía que le sacaran fotos a su vehículo. “Es para el seguro”, le aclaró a un hombre que retrataba a los coches siniestrados.
Un Volkswagen EWT 679 había quedado atascado en Cabildo, semitapado por el agua. Su dueño, cuando consiguió acercarse al corazón de la inundación, comentó que estaba en un instituto médico, donde se sometió a una resonancia magnética y, cuando salió, no vio más el auto. Lo había arrastrado la corriente casi 200 metros. A dos cuadras de allí, en Blanco Encalada y Cuba, el carpintero Res esperaba la llegada de un auxilio para evitar que su Renault 18 siguiera dando descargas eléctricas. Vecinos habían precintado de manera precaria el lugar donde el auto arrancó un semáforo.
Cuando el diluvio amainó, los comerciantes empezaron a sacar las compuertas y el agua de sus negocios. Un grupo de curiosos conversaba sobre el atribulado supermercadista chino que no había podido impedir que flotaran sus heladeras. Un colectivero a bordo de un interno de la línea 114 era corrido por peatones a los que casi había atropellado en el cruce con Cabildo por zafar de un atasco. Hasta un agente de tránsito había corrido peligro, alertado por un compañero que le gritó “¡Cuidado!”. No resultaba sencillo poner orden ahí, donde minutos antes un vecino a bordo de un kayak había dado una vuelta campana en plena regata sobre el asfalto. O los transeúntes de avenida Cabildo, que tenían que amarrarse a una soga para cruzarse de vereda cuando la crecida avanzaba arrastrando a los más osados, que intentaban sortear la caudalosa Blanco Encalada sin ayuda.
De a poco, ya pasadas las 6 de la tarde, volvió la normalidad. Aunque no tanto como para evitar un pensamiento hecho pesadilla: que el arroyo Vega se desbordara otra vez. La lluvia intensa había regresado después de tomarse un descanso. Y con ella los peores presagios. La barrera natural en que se había convertido Blanco Encalada en Belgrano transformó el barrio en un caos. Hasta Monroe hacia el Norte y Juramento hacia el Sur, centenares de autos quedaron atrapados en un tránsito detenido por los embotellamientos durante casi dos horas. Sus conductores, más afortunados que los navegantes de Blanco Encalada, tuvieron que estirar su paciencia hasta el infinito.
En edificios, casas y comercios de la zona se multiplicaban las críticas contra el Gobierno de la Ciudad. “Ausente”, “inoperante” fueron los adjetivos más suaves que se escucharon. Una señora que cruzó la ría de Belgrano amarrándose a la soga atada por un policía de vereda a vereda insultó a cámara a Macri y redondeó su bronca con un “gracias a Dios no lo voté”. En el mismo barrio donde sacó uno de los mayores porcentajes de votos cuando fue reelecto en 2011, los vecinos de la calle Blanco Encalada asocian al jefe de Gobierno con cada inundación.
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