Viernes, 14 de noviembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Irene Intebi *
Cuando leí la columna de Laura Gutman recordé una novela excelente de Georges Simenon, Carta a mi juez, en la que un condenado por el asesinato de su mujer le explica al juez que lo sentenció por qué lo hizo. Mientras lo leía, pensaba que el texto de Gutman era una reflexión seudoliteraria y avanzaba en la lectura esperando el remate o el comentario que dejara entrever el punto de vista del no pedófilo/a, del no agresor/a. Pero no apareció. Parafraseando el dicho español: era lo que había.
La autora pretende ofrecer una explicación de por qué alguien agrede sexualmente a niños y niñas. La falla garrafal que comete es que desconoce cuáles son las distorsiones cognitivas –las fallas en la manera de pensar– que guían a quienes abusan. Se aferra al supuesto sentido común y a los prejuicios que servirían para aliviar las conciencias y entender aquello que, sin esfuerzo y sin investigaciones, resulta incomprensible.
El desconocimiento y la precariedad hacen que los párrafos de Gutman sean peligrosos para la salud pública de la población infantojuvenil. El abuso sexual de niños/as y adolescentes es un problema sanitario –afecta la salud física y mental–, además de vulnerar derechos fundamentales. Para graficar la gravedad de los efectos potenciales de su mensaje, me atrevo a decir que resulta equivalente a aconsejarle a alguien que estuvo en contacto con una persona infectada por el virus del Ebola que tome té de perejil. Es un mensaje sin fundamento, que deja desprotegidos/as a quienes necesitan que su problema sea enfocado con seriedad y cuidado.
En los últimos años, los/as expertos/as en temas de protección infantil coinciden en la importancia que tiene –incluso para la prevención– trabajar y ofrecer recursos de rehabilitación y tratamiento tanto a víctimas y a adultos/as protectores/as como a quienes han cometido las agresiones sexuales. Los hallazgos de los/as profesionales que han investigado e impartido tratamiento a estos/as últimos/as no apoyan para nada la visión que transmite Gutman. Los/as agresores/as sexuales no son personas de mente atormentada. Son, para decirlo sintéticamente, personas con mentes disociadas que no pueden empatizar con sus víctimas, no pueden ponerse en su lugar ni comprender sus sentimientos. Con lo cual, la brújula de sus agresiones son sus propias necesidades. No están hambrientos ni son torpes. Son impulsivos, con frecuencia inteligentes y hábiles en sus estrategias tanto para involucrar a sus víctimas como para garantizar el secreto y, eventualmente, su impunidad. No tratan de nutrirse sino que vampirizan a los/as niños/as a los/as que agreden. No se enamoran de los/as niños/as. Los/as utilizan como se utiliza un objeto que no tiene necesidades, pensamientos ni sentimientos: como se puede usar un tenedor o una cuchara que, además, se descarta cuando no sirve más. No buscan proteger ni amar porque son personas que presentan rasgos egocéntricos y tienen serios problemas para empatizar, para ponerse en el lugar de los demás.
Los/as niños/as necesitados/as, solos/as, desamparados/as pueden recordarles a los/as niños/as que fueron pero... también son los/as más vulnerables, los/as que no van a ser creídos/as, a los/as que pocos o nadie presta atención o cuida. En definitiva, los/as que garantizan el secreto y la impunidad.
Cuando se relacionan con un niño tierno no sólo lo/a tocan, lo/a acarician, lo/a abrazan, se frotan contra él. También –entre otras agresiones– se hacen tocar, se masturban frente a sus víctimas, practican y se hacen practicar sexo oral, eyaculan sobre ellos/as, los/as penetran vaginal o analmente sin tener en cuenta la edad, los/as lastiman física y/o emocionalmente. No sólo les compran regalos y comparten la confidencialidad: los/as seducen, los/as engañan, les mienten, traicionan su confianza, los/as confunden, los/as manipulan, los/as amenazan.
Por eso, lectores y lectoras interesados/as en comprender cómo funciona la mente de alguien que puede agredir a sus semejantes, sigamos leyendo buena literatura: Simenon y su Carta a mi juez.
* Psiquiatra infantojuvenil y psicóloga.
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