Martes, 16 de junio de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Rocco Carbone *
El heteropatriarcado es un sistema cultural complejo.
Violencia. Se trata de un dispositivo violentogénico (violento desde sus genes que es desde su génesis) y que implica relaciones de posesión que quedan marcadas explícitamente en la lengua. A través de significantes políticos (las gramáticas los llaman inocuamente Posesivos) que se materializan en el laboratorio de la lengua toda vez que decimos mi mujer, mi casa, mis hijos, mi pareja, mi marido. Relaciones de posesión que indican subjetividades o cosas desempoderadas del ser para (pasar a) ser de otro. Y ese otro es el hombre (o quien ocupa el lugar de enunciación masculino). El hombre que es quien ocupa el rol de titular “natural” del poder, la soberanía del poder, la potestas. Hombre anfitrión, pater familias, dueño de casa, señor del lugar. Pater que, maximizado, configura la Patria.
Cuerpo. El heteropatriarcado se entrama alrededor del cuerpo del hombre y simbólicamente alrededor de un signo anatómico –de la presencia de un signo anatómico–: el falo. La presencia o ausencia de ese signo implica un mecanismo on/off: de activación/desactivación de distintas modalidades de poder y de distintas legitimidades que se activan y tienen vigencia desde el espacio familiar hasta los distintos espacios sociales. De esto desciende que el heteropatriarcado le otorga al hombre distintas modalidades de poder y distintas legitimidades sociales.
Masculinidad. El heteropatriarcado ha construido la masculinidad (el sexo masculino) como el único que tiene existencia ontológica. Esto es: al hombre como subjetividad superior. Si quisiéramos decirlo en términos de derechos: se (le) atribuye una mayor cantidad de derechos. Derecho a ser servido primero en la mesa a la hora de comer en el seno familiar, derecho de volver a cualquier hora, derecho al control sobre lxs demás, derecho a acceder a la cuenta de Facebook de otrx, derecho al piropo sobre un cuerpo ajeno...
Inferior. Complementariamente: el heteropatriarcado ha inferiorizado a la mujer. Amplia mayoría en términos numéricos y minorizada en términos de poder. Ha inferiorizado/minorizado a la mujer y a todo el arco de la diversidad sexogenérica partiendo de la homosexualidad masculina. Para el heteropatriarcado, el cuerpo del homosexual es homologable con el cuerpo de la mujer y por eso ambos pueden ser sujetos discriminados, sujetos de represión, dependencia, subalternidad. A todas esas subjetividades diversamente deseantes las ha situado en la categoría de “sexo débil”. Opuesto al “único” sexo que tiene existencia ontológica: el masculino/fuerte. El heteropatriarcado ha minorizado/debilitado a la mujer y al homosexual masculino. De ahí que hacer valer la violenta identidad masculina en el marco de la hegemonía hetero es convencer que no se es puto y que no se es mujer.
Debilidades. De esto desciende que el heteropatriarcado es una estructura de pensamiento y de poder (de lxs) “antidébiles”, que se reproduce en una cantidad infinita de ademanes y que expresan el mismo sentido en contextos diferentes: relaciones inequitativas. Y esos ademanes son actitudes, ideas, selección de palabras, chistes, maneras de situar el cuerpo, prácticas... Roles que implican dos posiciones sociales y políticas. Una de esas posiciones está en estado de dominación/imposición. Otrx, en estado de sumisión/subordinación. (Esta es la parte de la historia que el heteropatriarcado comparte con el capitalismo y el colonialismo. Si es que no se trata de sinonimias más o menos precisas.) Posiciones vigentes desde el ámbito familiar, pasando por las instituciones, los códigos, las leyes, los ámbitos sociales, hasta ese adhesivo que va pegado a la parte posterior de muchos de nuestros autos: la familia adhesiva. Esa que no es ni familia ni adhesivo sino ideologema obsceno. Ideologema adhesivo mitificado por el heteropatriarcado y en el que la figura paterna es la primera de la serie y que (en general) tiene un tamaño mayor respecto de todos los demás componentes familiares: cierran caniches.
Peligro. Cada vez que el heteropatriarcado es puesto en estado de crisis, interrogación o tela de juicio, reacciona de forma violenta. Y es en este contexto, hoy, que hay que discutir el femicidio y las estructuras profundas –sociales– que lo posibilitan. Que no haya ni una menos implica que no haya ni uno más. Y de esto desciende la necesidad (en el sentido griego del anankaion aristotélico: inevitable) de un nuevo contrato social que replantee nuevas relaciones de poder despojadas de dominación.
* Universidad Nacional de General Sarmiento. Conicet.
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