SOCIEDAD › HISTORIAS DEL PUEBLO DE FRONTERA DONDE SE INAUGURO LA PRIMERA ESCUELA BILINGÜE
Vivir en el límite
En el recreo, los chicos hablan en portugués. En la casa, miran los canales del Brasil. Muchos adultos trabajan o hacen sus compras del otro lado de la calle que hace de límite. En Bernardo de Irigoyen, Misiones, la escuela se hizo cargo de esa realidad.
Por Andrés Osojnik
Desde Bernardo de Irigoyen,
Misiones
La calle no tiene nombre. O sí. La mujer sentada en la vereda pregunta al marido, que está en la casa. Sí, tiene nombre, dice, pero no se acuerda. Una vecina apunta que ella lo supo cuando fue a pedir que le instalen el teléfono, pero lo tiene guardado y no se lo acuerda. Qué más da. Es la calle del barrio Santa Rita, que después se transforma en el 100 Viviendas. Es la calle por donde uno camina en la Argentina y si la cruza lo hace en Brasil. Es la calle donde en una vereda se habla castellano y en la otra portugués. Y se va a comprar a un lado u otro, según convenga. Y se puede hinchar por Corinthians de cualquier lado, salvo cuando juegan entre sí las selecciones de ambos países. Ahí sí, cada uno es cada uno y pobre del que pierde. A metros de esa calle, desde ahora los chicos argentinos estudian el idioma portugués, pero también la historia, la geografía y las costumbres brasileñas. Que son las de ellos mismos, en la primera escuela bilingüe de frontera del país. Del otro lado, otro colegio hará lo mismo, pero al revés.
La calle que no tiene nombre está en Bernardo de Irigoyen, esa ciudad misionera que las maestras enseñaban como la más oriental del país. Ahora tiene unos 15 mil habitantes. El otro lado de la calle es Dionísio Cerqueira, una localidad del estado de Santa Catarina, el mismo que varios cientos de kilómetros al este termina en las playas de Florianópolis y Camboriú.
Si la integración en la costa ocurre sólo en verano, de este lado es un dato de la vida cotidiana. “Uno siempre lucha con el brasilero”, dice María Isabel Simón (ella se presenta como Simón María Isabel), y lo de “brasilero” ya denota la influencia que tiene incorporada. Igual, no es necesaria la sutileza. A la tercera palabra que pronuncia, uno se hace la pregunta inevitable.
–¿Usted es argentina o brasileña?
–Soy nacida aquí, pero uno se crió en la frontera. Nosotros hablamos no bien el castellano, pero somos argentinos.
Simón María Isabel es la mamá de tres chicos que van a la escuela 604, la Juan Carlos Leonetti, que ahora abandonó ese nombre que recuerda a un militar vinculado con la represión para pasar a ser la Bilingüe Intercultural Nº 1. Ella trabaja “del Plan” en la municipalidad y su marido hace changas porque es desempleado. Y a la noche, cuando le da el tiempo, mira las novelas de la tele. Ahora están dando Esmeralda, a las ocho y cuarto de la noche, y La señora del retiro, una hora más tarde. En canales brasileños, claro.
“O Chaves do oito”
Aunque no es la única explicación de lo que los sociólogos llamarían la “transculturización”, los medios son decisivos para la influencia brasileña en la frontera misionera. Los canales argentinos quedaron rezagados, por escasos, por atrasados, por aburridos. Y ganaron los del Brasil, sobre todo en la era del uno a uno, cuando comprar una parabólica para captar las señales de ese país costaba apenas 200 pesos. Ahora uno camina por el lado argentino y frente a las casas sólo ve antenas que bajarán la Red Globo, STB, Bandeirantes. La televisión por cable local ofrece doce canales: cuatro son brasileños.
Los chicos de la ex Leonetti nacieron y se criaron con esas señales. Antes de que las madres miren Esmeralda en la STB y a La señora del retiro en la Globo, el control será de ellos.
–¿Qué es lo que miran?
–De todo –cuenta Rafael Rojas, del 7º B–. Películas, dibujitos, lo que sea. A mí lo que más me gusta es O Chaves.
–¿Chaves?
–Sí, el Chavo. Y Chiquinha, la Chilindrina.
En el grado todos aprueban la elección. Y pasan a contar que Seu Madruga es Don Ramón, Doña Clediude es Doña Florinda, y el profesor Jirafales es Girafales, pronunciado con “ye”. Aunque se enoja de la misma manera que en castellano. Otros agregan que está bueno el Pica Pau, que para cualquier otro chico argentino es el Pájaro Loco. Y también ven “a pantera cor de rosa”.
“Lo que ellos aprenden de la televisión es muy fuerte –explica el maestro de ellos–. Por ahí se los ve en el recreo jugando a las bolitas y de pronto se ponen a hablar en portugués sin darse cuenta. Bueno, a uno también le pasa. Si uno está con amigos, por ahí tiene un chiste para contar, y hacerlo en castellano no tiene gracia.”
Paco Dzikosky, el maestro, tiene 28 años y nació allí mismo, en Bernardo de Irigoyen. Por eso sabe de qué se trata. “Si veías tele era brasileña, si te mandaban a comprar algo, ibas al Brasil”, recuerda.
–¿Los brasileños dominan del mismo modo el castellano?
–No. El brasileño te habla en portugués y si entendés bien, y si no también.
–¿Y los del otro lado, miran televisión argentina?
–No, ¿qué van a mirar? Si no hay nada –responden los chicos argentinos.
–¿Además de entender portugués, qué más saben del Brasil? ¿Conocen el himno, por ejemplo?
Los del 7º B no contestan. Muestran su cuaderno de clase. En la contratapa figura el texto íntegro del himno brasileño.
Las oportunidades
Al borde de aquella calle sin nombre que se recuerde, Dalus Alberto –también así se presenta– ayuda a arreglar autos. Tiene 31 años y está contento porque “el lugar se está poniendo lindo”. La calle sin nombre será asfaltada en breve y será bautizada. O al menos tendrá su nombre puesto en algún cartel. Mientras trabaja, en la vereda de enfrente juegan algunos chiquillos. Gritan en portugués. Los postes del alumbrado están pintados de amarillo y verde. Un gran tanque de agua de este lado exhibe dos franjas celestes y una blanca. Son los únicos estertores de un nacionalismo en el que nadie repara.
El barrio 100 Viviendas es una especie de cuña argentina, geográficamente hablando, metida dentro del Brasil. Para llegar a él, lo más común es cortar camino y cruzar por territorio brasileño. Dalus Alberto está contento por el asfalto y porque en breve tendrá una changa del otro lado. “Acá todo está parado, en cambio allá siempre se mueve la cosa”, explica. La cosa es el trabajo: Dalus Alberto revela que ése es el motivo de tanto éxodo argentino y cuenta que históricamente siempre se consiguió “más laburo que acá”. Y explica que ésa es una razón más por la que los argentinos van para allá y se ocupan de aprender el idioma, cosa que no ocurre –o sucede en mucha menor medida– al contrario. “Hay mucho laburo en la construcción y en la colonia”, dice. La colonia es el campo y si bien reconoce que “lo que se consigue es en negro”, al menos es algo. Añora la era de la convertibilidad, cuando por un jornal podía llegar a recibir 100 pesos. “Ahora te pagan entre 18 y 20 pesos, pero bueno, es algo”, apunta.
Con las mismas razones, muchos argentinos cruzan la frontera –es decir, la calle–, para comprar más barato. Aunque los años de ahora no son los del uno a uno, el azúcar, el pollo y la carne de vaca siguen costando menos allí. Los brasileños vienen en cambio a buscar vino, cerveza, dulce de leche y harina. El intercambio es permanente.
–¿No hay problemas con la Aduana?
La madre de otro chico de la escuela ahora bilingüe responde: “No, a los que vivimos acá nos conocen. Pero si vienen de otro lado y quieren pasar, los revisan”.
El otro intercambio
Tantas idas y vueltas entre brasileños y argentinos quedaron selladas en el proyecto lanzado ayer por los ministros de Educación de la Argentina y Brasil, Daniel Filmus y Tarso Genro. Desde ahora, para los chicos de la escuela habrá dos tardes a la semana dedicadas al portugués.
–Todo indica que a los chicos argentinos les será más fácil que a los brasileños. ¿Es así? –le preguntó este diario al director de la escuela, Juan Carlos Morinigo.
–Sí, a ellos les cuesta más el castellano, la pronunciación se les complica. Los nuestros están más asimilados a la cultura brasileña.
–¿Eso les trae algún problema en el aula?
–A veces sí. Por ejemplo, en portugués existe el conjunto “vr”, cosa que no sucede en castellano. Y se escribe “proibido” sin hache. Los chicos ven todo el tiempo los carteles y en la televisión ese tipo de cosas, entonces acá se les complica. Lo que nosotros hacemos es aprovechar los saberes previos y de ahí mejorar. Ahora, con la escuela bilingüe, van a aprender bien el portugués y no el portuñol que hablan.
Tal vez ya no vuelva a ocurrir lo sucedido en una anterior visita de Daniel Filmus, cuando un chico del jardín vio al hombre de barba y exclamó feliz:
–¡Ese es Lula!