SOCIEDAD
Otro intento fallido complica aún más el rescate en la Antártida
Tres hombres bajaron a las profundidades de la grieta en la que cayeron los dos argentinos, aunque no alcanzaron el fondo. Los rescatistas ya los dan por muertos. La búsqueda continúa.
Por Pedro Lipcovich
“El interior de la grieta es totalmente distinto a lo que se pueda imaginar desde la superficie: es como la diferencia entre el aspecto de una persona y el que tendría si se le quitara la piel”: el tono involuntariamente macabro de esta comparación –efectuada por el responsable del operativo de búsqueda en la Antártida– se corresponde con el hecho de que, según admiten ya los rescatistas, al biólogo Augusto Thibaud y al suboficial Teófilo González debe suponérselos muertos, luego de haber sufrido una caída libre de por lo menos 150 metros. Ayer, tres hombres descendieron a las profundidades; ninguno llegó a tocar el fondo de la grieta, de cuya profundidad sólo se sabe que no puede superar los 300 metros, donde se encuentra la tierra firme antártica. Tampoco será fácil encontrar allí cadáveres, porque la grieta no sólo es honda sino que tiene más de 50 metros de largo, y las pequeñas lámparas en los cascos de los rescatistas no pueden iluminar esa extensión. Hoy se decidirá si es necesario incorporar equipos de iluminación más poderosos, que deberían ser llevados desde fuera de la Antártida.
El equipo de rescate apeló a las matemáticas: “Calculamos que la moto accidentada avanzaba a no más de 20 kilómetros por hora; su masa era de unos 560 kilos, sumando los 400 del vehículo y 80 por cada tripulante; con estos datos y en caída libre hasta una profundidad de 150 metros, sin pegar en las paredes, debió haberse desplazado unos 30 metros hacia adelante”, explicó a este diario el coronel Mario Gabriel Dotto, segundo comandante antártico, a cargo del operativo.
En función de esa matemática, ayer el suboficial principal Luis Cataldo bajó por el extremo sur, el punto más lejano de aquel por donde, el sábado a las 11 de la mañana, había caído el vehículo de Thibaud y González, cuando encabezaban un convoy de tres motos de nieve que, desde la base uruguaya Artigas, viajaba hacia la base argentina Jubany. Cinco metros más atrás bajó otro rescatista, el coronel Víctor Figueroa, y más cerca del punto de la caída descendió el suboficial Angel Bulacios. “Bajaron hasta aproximarse a los 150 metros sin tocar fondo. No encontraron nada, ningún rastro, ni un pedazo de plástico o metal de la moto”, resumió Dotto.
A esta altura de la búsqueda, “tenemos que ser realistas –admitió el jefe del operativo–: no es posible resistir una caída de más de 150 metros y hay que presumir que las víctimas fallecieron en el accidente”.
El cuadro de situación cuando, anoche, se suspendió la búsqueda hasta hoy, estaba marcado por el hecho de que, aun a esas profundidades, “la grieta es muy larga, no tiene menos de 50 metros”, según estimó Dotto. Sin embargo, en la superficie, el agujero visible no supera los 15 metros. Es que “la grieta está tapada por capas sucesivas de nieve acumulada. Además las paredes no son lineales, hay irregularidades, intersticios, cuevas. La geografía allá abajo es totalmente distinta de la que puede suponerse desde arriba. Es como la diferencia entre el aspecto de una persona y el que tendría si se le sacara la piel”, comparó.
Justamente porque la grieta, allá abajo, es tan extensa y compleja, “estamos abocados a la logística que nos permita iluminar el fondo. La luz en los cascos permite sólo una observación local”. La iluminación podría obtenerse “de un generador portátil o algún sistema a baterías. Pero estos equipos no están disponibles en la Antártida, habría que llevarlos”, se preocupaba el responsable del operativo.
En cualquier caso, los rescatistas volverán a bajar hoy. ¿Hasta qué profundidad habrá que llegar? “No lo sabemos. Sólo suponemos que no puede superar los 300 metros, donde ya tiene que estar la tierra”, contestó Dotto.