SOCIEDAD › DUDAS SOBRE DOS TESTIGOS QUE FAVORECEN A CONZI
El precio de la desmemoria
Un testigo reconoció que los Conzi le pagaron 25 mil dólares por una bala que le había quedado en la nalga la noche fatal. El otro resultó olvidadizo: fue acusado de falso testimonio.
Por Cristian Alarcón
Tan ingobernable resultó la cara de Horacio Conzi que, ayer, en el segundo día del juicio oral en el que se lo acusa por el asesinato de Marcos Schenone, prefirió ni mostrarla. Fue una buena idea. Se hubiera estresado un poco más con los testimonios de tres personajes que se convirtieron en una piedra en el zapato de sus defensores: un remisero que dijo haber cobrado de los hermanos Conzi 25 mil dólares para sacarse y entregarles una bala extraída de su nalga, y los hermanos Carabatta, Gisella y Leonardo. Ella, una de las mujeres que iban en el auto al que dispararon desde una camioneta, y su hermano, empleado de Conzi, quedaron en una posición incómoda. Leonardo, un joven carpintero que se encarga de las refacciones y los muebles del restaurante Dallas, fue tan desmemoriado que la fiscalía lo denunció por falso testimonio. Y la idea de testigos comprados quedó flotando en el juicio.
La mañana fue para los otros dos pasajeros del Galaxy bordó en el que viajaba Marcos Schenone la madrugada del 16 de enero de 2003 por la Panamericana: en el asiento del conductor, el remisero Rolando Fernández; a su lado, el amigo de Marcos, Gustavo Pacheco, el único de los que iba en el coche que no recibió disparos. Pacheco dijo que no pudo reconocer al hombre que les tiró. Sólo se agachó, dijo, y cuando el auto se detuvo vio el cuerpo de Schenone balanceado hacia adelante. Ya había muerto. Escuchó que Paula Alonso, la chica que noviaba con Marcos, dijo que los seguía “el dueño de Dallas o uno que se quería hacer pasar por el dueño”.
Marcos Schenone también alcanzó a verlo: “Es Horacio”, escuchó Fernández. “¿Y si paramos y aclaramos las cosas?”, intentó Marcos. Pero Paula dijo no. Y Gisella fue más explícita: “No quiero meter en problemas a mi hermano”. Ese fue el punto que ayer motivó un careo entre Gisella y el remisero. El hombre, un enorme señor de traje y pelo blanco, fue el centro de atención de la mañana, cuando aseguró: “Yo vi en un programa de televisión, de (Mariano) Grondona, que Hugo Conzi quería una bala para probar la inocencia de su hermano y yo me la tenía que sacar porque me molestaba y esa bala tenía valor. A mí me quedaron 25 mil dólares”.
¿Cómo se explica el interés y la suma pagada por una bala que luego de ser peritada terminó siendo de la Pietro Baretta secuestrada a Conzi y con la que mataron a Schenone? Al parecer al inicio de la instrucción, esas dos balas fueron la obsesión de Hugo Conzi y de la defensa. Estaban convencidos de que el fiscal de San Isidro Mario Kohan había fraguado el primer peritaje balístico. Ese peritaje había demostrado que las balas halladas en el auto habían salido de la 9 milímetros secuestrada en casa de los hermanos. Pero el tesoro que guardaba el remisero en su cuerpo no sirvió: era la bala disparada por la Beretta de Conzi. Algunos investigadores aseguran que el intríngulis se comprende sólo si los empresarios gastronómicos cometieron un error: entregaron el arma pensando que no era la correcta.
Personaje de arrabal, el remisero no dudó en sincerarse sobre su poco aprecio por la vida ajena. Dijo que a pesar de los tiros que pudieron matarlo perdona al que los disparó. Se reivindicó tan católico que propuso el ejemplo de Juan Pablo II, quien perdonó a su agresor Alí Agca. “A mí lo que me importa es que estoy vivo, voy a la cancha y tengo a mi hija viva, luego de pasar por una operación de cáncer”, dijo Fernández. “¡Porque a él no le pasó!”, alcanzó a decirle la mamá de Marcos, Elsa Schenone, y se descompuso. Al remisero no se le movió un pelo. Así como contó eso, también puso contra las cuerdas a Gisella Carabatta. La contradijo al contar que la chica también reconoció a Conzi como el único conductor de la Cherokee desde la que dispararon. Algo que ella niega. Por eso el careo en el que ella se aferró a su versión y él, campante, reiteró sus dichos.
Por la tarde declaró Leonardo Carabatta. Su nombre había salido al ruedo en la declaración de Gisella, el lunes. “El es el único sostén de la casa”, había dicho la muchacha, quien reconoció que esa noche –cuando Conzi los hizo echar del boliche apenas vio a Marcos y Paula besándose– se preocupó por la situación de su hermano. Ayer él fue arrinconado por la fiscal, Gabriela Baigún, que siguió en su rol de acusadora, ahora con una defensa más alicaída enfrente. Carabatta dijo que nunca habló con Gisella de quién había disparado ni con los encargados de Dallas como Sergio Colazante, el gerente al que llamó a las cinco de la madrugada. “Ella lloraba”, se excusó. “¿Las 24 horas?”, ironizó Baigún, para pedir luego que lo procesen por falso testimonio. “Es que necesito trabajar”, fue lo más claro que logró decir Leonardo Carabatta.