SOCIEDAD › HABLA EL JEFE DE LA PRIMERA MISION AL POLO SUR
“Pensaban que éramos locos”
A 40 años de aquella operación, su jefe, el general Jorge Leal, recuerda los peligros y dificultades de la travesía que duró 46 días. “Había que demostrar que podíamos llegar a ese límite”, dijo.
Hace 40 años, diez integrantes del Ejército se atrevieron a atravesar por tierra 1500 kilómetros, con temperaturas cercanas a los 40 grados bajo cero, para llegar hasta el Polo Sur. Se trató de la Operación 90, la primera misión argentina en llegar a ese inhóspito sitio. Estuvo comandada por el general de brigada (R) Jorge Leal, quien luego fue el primer presidente del Centro de Militares por la Democracia (Cemida) y que ahora, a los 84 años, recuerda las dificultades con que se encontraron en la expedición porque no contaban con “los modernos aparatejos que hay ahora” para concretar tan difícil viaje, que se hizo en trineos y vehículos oruga y demandó en total 46 días.
“Si los argentinos sostenemos que nuestro país llega desde La Quiaca hasta el Polo Sur, era importante demostrar la capacidad que teníamos para llegar hasta ese límite. Por eso la expedición fue importante”, asegura Leal, al explicar los motivos de los oficiales que emprendieron el camino que culminaron el 10 de diciembre de 1965.
La meta no era fácil de alcanzar. “Las dificultades fueron varias, por no decir muchas”, comenta Leal. “Pero éramos todos antárticos, con entrenamiento y capacitación específica para ese terreno, de manera que teníamos los problemas previstos”, señala. Paradójicamente, el enemigo era el mismo al que aprendieron a apreciar en los 46 días de travesía: la propia Antártida y sus particularidades. Tormentas polares, temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, grietas que hacían peligrar tanto a los vehículos como a las personas y lo difícil de ubicarse en ese inmenso manto blanco fueron los principales problemas.
“Fuimos con el equipamiento que había en la época. Con trineos, perros y vehículos oruga. No existían los aparatejos que hay ahora. No teníamos GPS, unos aparatitos chiquitos que apretando dos o tres teclas le da la ubicación exacta. Con eso hubiésemos tardado la mitad de tiempo”, explica.
Un lugar distinguido en las mochilas lo ocupó una baraja española. “Me acuerdo que fue el 10 de noviembre, cuando despertamos en las carpas y había una tormenta que hacía imposible avanzar. Había vientos arremolinados de 50 kilómetros por hora y muy poca visibilidad. Así que volvimos a la carpa a jugar una partida de truco. Eso muestra el buen ánimo del grupo, que fue determinante para el éxito de la operación”, considera.
Un recuerdo se escribió en su memoria durante el regreso. “Veníamos caminando y yo sabía que faltaban cinco minutos para el 25 de diciembre. Entonces reuní a todos y les dije que en esas circunstancias lo único que podía ofrecerles era rezar un Padrenuestro. Y así lo hicimos. Nos sacamos los gorros y los guantes, y por supuesto nos congelamos bastante”, confiesa.
La segunda expedición por tierra al Polo Sur se hizo recién en 2000. Para Leal, “lo importante ahora ya no es seguir llegando, lo importante es trabajar en ciencia y en investigación en el territorio antártico. Y no que vayan a contarles los dedos gordos a los pingüinos, sino que se planifique y se elaboren programas científicos”.
En aquel tiempo, conocer la ubicación en tamaña blancura necesitaba de la misma pericia que navegar en el océano. “Los dos topógrafos del grupo tuvieron que hacer un curso especial de navegación en altas latitudes. Y cada vez que queríamos conocer la ubicación, para lo que usábamos el Sol, tenían que hacer cálculos y tablas. Y a veces nos enojábamos con ellos porque nos parecía que no terminaban nunca de hacer las mediciones. Pero por suerte habían aprendido bien el sistema de navegación. Si no, hubiéramos ido a parar a cualquier parte de los 14 millones de kilómetros cuadrados de la Antártida”, rememora risueño.
Las risas también se escucharon de parte de quienes los ayudaban con la planificación antes del 26 de octubre, cuando partió la expedición. “Era una época muy inestable políticamente. No duraban los presidentes, no duraban los comandantes en jefe, y a cada uno que venía lo teníamos que convencer de la necesidad de llevar a cabo la operación. Además, algunosde los que participaron de los preparativos se reían porque pensaban que estábamos locos, que queríamos hacer algo imposible”, dice cuatro décadas después de haberles mostrado su error.
Informe: Lucas Livchits.