Lunes, 20 de febrero de 2006 | Hoy
En Tucumán, los colegios de las zonas montañosas tienen clases durante el verano y vacaciones en invierno, porque en esa época es imposible acceder. Cómo viven los chicos que estudian al revés que el resto de la Argentina.
Desde Tafí del Valle, Tucumán
La escuela 390 de Tucumán podría ser una institución educativa como cualquiera, pero unos detalles hacen que sea sólo parte de unas pocas. Su ciclo lectivo va a contramano de los habituales colegios del llano: de septiembre a mayo, los chicos estudian mientras el resto de los alumnos del país está de vacaciones. No por capricho de las autoridades del Jardín de la República sino por el capricho del clima. Está ubicada a 1976 metros sobre el nivel del mar, en la localidad de Los Cuartos, pleno Tafí del Valle y a 107 kilómetros de “abajo”, como le llaman los chicos a la ciudad capital. El mal tiempo y el frío del otoño y el invierno impide a los alumnos asistir a clase. A esa altura, las temperaturas pueden llegar hasta los 10 grados bajo cero. Incluso, suele caer alguna nevada. Alejada de la villa, la mayoría de los chicos caminan varios kilómetros desde sus casas para poder llegar a clase.
Este colegio de alta montaña fue fundado el 10 de diciembre de 1954, pero funciona en su lugar actual desde el 28 de enero de 1971. Allí van unos 400 alumnos, entre la EGB 1, 2 y 3, los que día a día caminan de dos a tres kilómetros para entrar a las aulas a las 8 y media, donde los espera el desayuno y una jornada a puro estudio. Al mediodía llega el almuerzo, donde el plato principal puede ser locro. Y antes de que se haga la hora de volver, la merienda.
Elizabeth es maestra de primer grado y hace 15 años que trabaja en la escuela Nº 390 de Tafí del Valle. Es de la ciudad, pero alquila una casa en el valle, cerca de la escuela. “A veces vengo una semana, o el fin de semana. Me gusta dar clases acá”, relata. Ella vive con su hijo de 11 años, que está cursando el sexto grado en la misma escuela donde su mamá ejerce la docencia para los chicos de primero. “Después de 15 años, extraño mucho la ciudad (Tucumán capital); por más que estés durante mucho tiempo extrañás siempre tu lugar, no es donde una ha crecido. Yo vivo con mi hijo y es por eso, tal vez, que no tengo grandes problemas de extrañar a la familia, aunque sí a la ciudad”, reconoce la docente.
“Antes estudiaba en la facultad de Bioquímica –recuerda–; la gran decepción de mis padres fue que abandoné la carrera. En tercer año miraba las fórmulas en el pizarrón y decía ¡por Dios, qué frío es todo esto! Después la vida me llevó a ejercer la docencia.” Elizabeth cuenta que estudió en un colegio donde “todos debían seguir en la facultad”. “Para mis padres, yo debía seguir una carrera universitaria. El magisterio estaba mal visto. Después de tantos años, todavía es difícil el tema de nuestra profesión porque es como que una no tiene categoría en la sociedad; sobre todo en las escuelas rurales o de montaña como ésta”, dice. Para ella, trabajar en un ciclo escolar diferente al resto “es lo mismo, porque el clima no hace notar que es verano”. “Acá estás en pleno febrero y es como si nada. No hay playas ni gente que se tome vacaciones”, explica, y subraya que “en esta época del año, a diferencia del resto, puede que haya más turistas que visiten el valle, pero eso no hace la diferencia”.
Para los alumnos de las escuelas de alta montaña, las vacaciones de invierno son en verano, por extraño que parezca. Cuando llegan las fiestas de Nochebuena y Fin de Año, los chicos están en pleno ciclo lectivo; por ello, desde el 23 de diciembre hasta el 6 de enero los alumnos se toman vacaciones.
Además de los chicos que caminan desde la puerta de sus casas hasta la entrada del colegio en un viaje sin escala, varios de los alumnos de la 390 toman un colectivo de línea que los acerca sólo un poco, porque del valle –por donde circula el ómnibus– hasta la escuela, deben subir paso a paso el camino de tierra bordeado por asimétricas piedras y con el marco imponente de los cerros del valle. Con sol o con lluvia, con mucho o poco frío, la mayoría va a pie igual, como algunos de los maestros. Otros más afortunados viajan en remís, o en una camioneta que funciona como una especie de micro escolar improvisado; pero son los menos, pues la mayoría es de bajos recursos. Sus padres son peones de campo, obreros de la construcción, artesanos, empleados de la administración pública o beneficiarios de los planes sociales.
Uno de los que camina todos los días para ir a la escuela es Francisco. Tiene 10 años y va a cuarto grado. A él le gusta compartir el día con sus compañeros, y en nada lo afecta, tanto a él como al resto de los alumnos, que la época de clase sea durante el verano. “Con mis compañeros lo que más nos gusta es gimnasia, porque corremos, jugamos a la pelota y salimos al patio”, cuenta. Eso que los chicos llaman “patio” podría ser para cualquiera la vista de entrada al paraíso. El “patio” tiene como marco los cerros, las casas típicas de montaña, los caminos rocosos y las nubes que parecen estar al alcance de la mano, en el corazón del turístico Tafí del Valle.
Sin embargo, a pesar de lo imponente del paisaje, para Elizabeth “te tiene que gustar estar en los valles porque si no, es duro, sobre todo por las distancias”. De todas maneras, esas distancias dejan de ser importantes para la maestra cuando llega la hora de comenzar la jornada escolar. “Soy una agradecida porque trabajar en algo que no te guste debe ser feo; me siento bien siendo maestra acá, en la montaña”, admite.
La semana que pasó, hubo visitas que alteraron la vida cotidiana.
Mientras todos se preparan para recibir al ministro de Educación, Daniel Filmus, que se disponía a inaugurar nuevas aulas, entre ellas una de informática –donde los chicos podrán acceder a Internet por primera vez en el colegio–, la lluvia irrumpió en el escenario de la naturaleza. “Si llueve venimos caminando igual, como todos los días”, dice Francisco.
La 390 es una de las 29 instituciones escolares del departamento de Tafí del Valle, de las cuales el 93 por ciento está en el ámbito rural, es decir, en las afueras de la villa, dispersas por los cerros.
En un día de alboroto por la visita del ministro, varias autoridades de otras escuelas de la zona fueron invitadas a participar del acto oficial. Una de ellas fue Dora Clotilde Díaz de Silva, directora de la escuela Gobernador José Manuel Silva, que nada tiene que ver con su apellido. “Hicimos una travesía para llegar acá”, subraya la docente de la escuela que está en Ojo de Agua, a unos 12 kilómetros de la 390. “Para venir agarramos a una maestra que tiene auto: cruzamos dos ríos, pasamos por un puente peatonal y de este lado nos esperó la docente con el coche”, relata. También recuerda que “los alumnos de la Gobernador Silva viajaron no hace mucho a Mar del Plata y cuando vieron el mar, lo chicos decían ¡esto es más grande que el dique! Nosotros, desde la escuela vemos el dique de La Angostura. ¡No se le ve la punta (al mar),! gritaban los chicos”.
A pesar de estar de visita, a ella la une una historia muy particular con la 390. “He sido maestra de este colegio durante muchos años, y acá están mis amigas y colegas; incluso personas que fueron alumnas y alumnos míos y que hoy traen a sus hijos”, destaca. Mientras van saliendo del horno las obligadas empanadas tucumanas, Dora cuenta que para los chicos “cada viaje es algo nuevo”. “Algunos nunca bajaron a la ciudad –subraya– otros apenas la conocen. En muchos casos, los maestros ponen plata para que los chicos viajen.”
Cuando la lluvia amaga con parar, Matías, de ocho años, y Paula de siete, salen “porque en el gimnasio cubierto –donde se desarrolla el acto– está aburrido”. Matías tiene un hermano de nueve años que está en tercero de la misma escuela y reconoce que le gusta estudiar e ir a al colegio. Pero su materia favorita es, al igual que Francisco, Educación física. Ciencia y tecnología, técnica agropecuaria, plástica, música y taller rural, entre otras, le gustan “pero ahí nomás”. Todos los días hace casi dos kilómetros caminando para ir a la escuela.
Mientras por los parlantes se escucha el Himno Nacional, en el cierre del acto, Juana mira a los más chicos que están sobre el escenario y se le llenan los ojos de lágrimas. Ella trabaja en la limpieza del colegio desde hace más de diez años, pero vive al lado de la escuela desde que ésta comenzó a funcionar allí, en la localidad Los Cuartos, de Tafí del Valle. “Para mí, la escuela es algo muy especial”, dice la pequeña mujer, a quien la une toda una vida con la 390.
Informe: Luciano Zampa.
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