Martes, 19 de septiembre de 2006 | Hoy
La familia de un chico de 17 años ahorcado en el centro de rehabilitación asegura que no fue suicidio, como indicó el juez. Dice que el muchacho había denunciado que allí se vendía droga.
Maximiliano Pereyra, de 17 años, falleció en noviembre del año pasado en el Centro Nacional de Reeducación Social (Cenareso). En la causa, ya cerrada bajo la carátula de “suicidio”, consta que el joven se ahorcó con una sábana en un quincho de la institución. Pero sus familiares y amigos, quienes ayer reclamaron frente al instituto que se reabra el expediente y se vuelva a investigar el caso, creen que el motivo de la muerte es otro: una denuncia del joven sobre la presunta venta de drogas en el propio centro de rehabilitación para adictos. “Esto no es un suicidio. Maxi vio algo grosso y lo mataron”, aseguró la tía del muchacho fallecido, Lucía Pereyra. El director del instituto, Marcelo Bono, descartó la existencia de un “homicidio” y aseguró que “el suicidio se debió al deterioro físico y psicológico por causa del consumo de paco”.
El cuerpo del joven apareció en la madrugada del 29 de noviembre de 2005, en un pequeño y “precario” –como indica la causa– quincho que tiene el edificio. Después de casi un año de internación, el episodio ocurrió horas antes de que Maximiliano fuese dado de alta, tras haber cumplido un tratamiento de desintoxicación por consumo de cocaína.
Junto a las Madres del Dolor y con carteles que mostraban el pedido de “Justicia para Maxi”, familiares y amigos se juntaron ayer por la tarde en la puerta de la institución ubicada en Combate de los Pozos 2133, en el barrio porteño de Constitución, para exigir que se investigue si el joven fue asesinado por denunciar la presunta venta de drogas dentro del Cenareso; para que se reabra la causa, que ya fue cerrada bajo la carátula de “suicidio”; y para que “alguna autoridad dé la cara”.
“Maxi no hizo eso. Las fotos del cuerpo –sacadas en el velatorio por un familiar del joven– muestran que no fue un suicidio. Tiene moretones, marcas muy cortantes en el cuello que con una sábana no se hacen, además de que esa sábana nunca apareció, hay una mano morada; no se mató”, explicó a Página/12 la tía del muchacho y agregó: “Maxi nos contaba que un grupo de internos salía todos los días con la excusa de que iban a vender artesanías en las plazas y cuando volvían llevaban drogas y las vendían a otros pacientes”.
Para el titular de la institución, Marcelo Bono, “se trató de un caso de suicidio debido al deterioro físico y psicológico originado en el consumo de pasta base de cocaína, paco, junto a grandes cantidades de alcohol”. “Fue evidente –sostuvo Bono– que las marcas en el cuello habían sido producidas por un conjunto de siete cadenitas con motivos religiosos que tenía alrededor del cuello” y que “se le incrustó en su piel por la presión de la sábana”. Además, negó las acusaciones de los familiares del joven sobre que algunos pacientes hayan comercializado drogas en la institución. Las autoridades del Cenareso dijeron, en una declaración testimonial, que el muchacho “había dejado una carta de despedida”. Sin embargo, sus familiares aseguran que “no era de despedida, sino una de advertencia”.
Por su parte, Claudio Mazaira, abogado que representa a la familia Pereyra, aseguró que “la causa, que dice que tras haberse realizado la autopsia ‘el cuerpo no presenta marcas’, no coincide con las fotos que sacó un familiar del joven. Esos datos de las lesiones no estaban en el expediente”. “Lo que pedimos –puntualizó– es que se tengan en cuenta estas fotografías como prueba, para que se reabra la causa que insisten dejarla como suicidio y que se pueda investigar el hecho.”
Informe: Luciano Zampa.
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