Martes, 9 de septiembre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Enrique C. Vázquez *
Durante la virtual interpelación que debió afrontar Mariano Narodowski el viernes 29 de agosto en la Legislatura porteña, a partir del conflicto provocado por las tomas de colegios, el ministro no pudo responder consistentemente a casi ninguna de las preguntas formuladas por los diputados.
En su intento por defenderse, Mariano –como gusta firmar sus cartas dirigidas a los docentes– sostuvo que el problema no son sólo las becas sino el conjunto de las políticas de inclusión en el área educativa. No le fue mejor con esta estrategia, ya que le llovieron críticas sobre los recortes en temas tan sensibles como el Programa de retención de alumnas-madres, alumnos padres y embarazadas, los subsidios a cooperadoras, las escuelas de reinserción y el programa Zonas de Acción Prioritaria.
Pero lo que aquí está en discusión es una cuestión aún más global. Se trata de lo que, de manera grandilocuente, Mauricio y su ministro llaman Proyecto Escuela. El conflicto por las becas puso al desnudo las carencias de un gobierno que se llenó la boca durante la campaña electoral hablando de sus equipos técnicos y del largo tiempo de elaboración de las políticas que aplicarían una vez en funciones. Sin embargo, en los colegios secundarios, además de los mencionados recortes, no se vio mucho más que la absurda imposición de cantar “gloria y loor al gran Sarmiento” en todos los actos escolares. Y cuando se generalizaron las tomas de colegios, asomaron los perfiles ideológicos de la política educativa del GCBA.
El ministro hizo todo cuanto pudo para que los docentes se divorciaran del reclamo estudiantil. Primero envió un fax a las escuelas en el que decía que “la toma/ocupación de un edificio escolar supone el cese inmediato de toda actividad educativa”. Luego se hicieron llamadas telefónicas a los colegios para que los profesores no dieran clases y se pidieron listas de los alumnos involucrados en las tomas. Finalmente, y por si quedaba alguna duda, el ministro recorrió las radios, anunciando que en los colegios tomados las clases estaban suspendidas.
En parte, la maniobra fue exitosa: en casi todos los colegios los estudiantes que participaron activamente de las tomas fueron minoría y los profesores que priorizaron el diálogo con los alumnos permaneciendo en las aulas fueron pocos. Como se ve, el discurso del ministro operó sobre los jóvenes y los adultos cuya conciencia y compromiso son más débiles.
Sin embargo, el maratón de 24 horas de clases continuadas que se hizo en uno de los colegios tomados –el Nicolás Avellaneda–, en el que nunca se suspendieron las clases, mostró otra realidad. Una realidad que el ministro admitió no conocer en la reunión de la Legislatura, cuando esgrimió que no le era posible saber qué ocurría dentro de los colegios tomados y que su fuente para tener un panorama de la situación eran las fotos que había publicado un matutino porteño.
En la misma reunión con los legisladores chicaneó a un diputado, acusándolo de que avalaba con sus dichos una “pedagogía de la toma”, pues el legislador había sostenido que, de no haber habido en la Argentina medidas de lucha desprolijas o contrarias a las normas vigentes, hoy no tendríamos sufragio universal, ni derechos sociales.
Cabe preguntarse, entonces, ¿cuál es la pedagogía del ministro? ¿La de las aulas vacías? ¿La de profesores que no dialogan con sus alumnos? ¿La que pone límites con amenazas veladas o explícitas? ¿La de las listas negras? ¿La del orden sin debate?
En estos días, muchos jóvenes demostraron que quieren aprender junto con sus profesores a ser sujetos activos de un cambio social. Que no quieren que su formación como ciudadanos los convierta, de aquí a poco, sólo en votantes cada dos años y en prolijos pagadores de ABL. Y no se trata de endiosar a los adolescentes sino, simplemente, de estar con ellos y de no tenerles miedo. Este conflicto puede ser una oportunidad para que todos aprendamos y, de paso, colaboremos con la educación de Mariano.
* Historiador. Profesor del Colegio Nicolás Avellaneda.
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