SOCIEDAD › OPINION
Los tres grupos del periodismo
Por Alfredo Leuco
El secuestro de Antonio Echarri va a quedar por mucho tiempo y por muchos motivos en la memoria colectiva de los argentinos. Probablemente va a marcar un antes y un después en el comportamiento del periodismo que se puede dividir en tres grandes grupos:
1) Los que trabajaron bien y no hicieron otra cosa que cumplir con su responsabilidad al frente de un servicio público.
2) Los que trabajaron mal por su propia voluntad o empujados por sus editores y cometieron una serie de barbaridades éticas bajo los efectos de la droga del rating fácil y la primicia precoz.
3) Los que trabajaron para el enemigo porque aprovechan cada noticia para fogonear el achicamiento de las libertades y el crecimiento del estado policial y el odio hacia todo lo diferente.
A los integrantes del segundo grupo les tenemos que decir basta. Hay que detenerse aunque sea un centímetro antes del precipicio. Consiguieron que los vecinos de Echarri los miraran con odio y les cantaran “que se vayan todos/y que no quede ni uno solo”, como si en lugar de periodistas voraces hubieran sido funcionarios corruptos. Es el momento de decir basta a tanta salvajada mediática sin comparación con lo que ocurre en ningún país del mundo. Ese basta, ojalá se convierta en un nunca más y en un llamado fervoroso y fraternal a mis colegas para que construyamos mecanismos simples de autorregulación. No podemos permitir que el Estado se entrometa en esto porque corremos como siempre riesgos de censura. Ya tenemos claro que uno de los trabajos del periodista es revelar lo que el poder quiere ocultar. Por eso somos nosotros mismos –como ocurre en muchos lugares civilizados– los que tenemos la obligación moral de encontrar algunos puntos mínimos, ciertos denominadores comunes que nos comprometan a todos en el respeto y la re-jerarquización de esta profesión que llegó a tener altos niveles de credibilidad y que se viene cayendo aceleradamente a pedazos. No invento nada. Copio de buenos códigos de ética y dejo la iniciativa picando para que todo periodista de buena voluntad le sume sus propias ideas.
* Me comprometo a no realizar coberturas en vivo y en directo de un secuestro o de una toma de rehenes mientras está ocurriendo.
* Me comprometo a no acosar a los familiares de las víctimas y a respetar todas sus decisiones hasta que el caso quede resuelto.
* Me comprometo a no publicar información que pueda hacer peligrar más la vida de las víctimas del delito.
* Me comprometo a desarrollar mi profesión con el primer objetivo de defender siempre la vida de las personas.
* Me comprometo a cumplir y a hacer cumplir en lo que de mí dependa la frase “pienso en los demás, luego existo”.
Pero hay algo más grave que viene ocurriendo y que en el caso Echarri tuvo una de sus más claras expresiones. Hablo de la consolidación de un grupo de tareas que no pueden ser caracterizados como periodistas y que para identificarlos podríamos bautizar para-periodistas. O si prefiere: operadores políticos. O facilitadores de negocios. No son nuevos pero ahora están casi todos juntos. Es hora de marcar claramente las diferencias con los miles de esforzados y honestos periodistas que todavía hay en este bendito país.
Por eso anoche aplaudí de pie al ministro Juan Pablo Cafiero cuando dijo con coraje ciudadano: “los de Canal 9 y Radio 10 apostaron a la muerte. Querían un cadáver. No puede ser que quieran tirarme un cadáver para pedir mi cabeza. Son el brazo mediático del autoritarismo en la Argentina. Son los que quieren un Ramallo dos. Es decir que frente a estas situaciones se resuelva todo a los tiros, a sangre y fuego”.
Por eso aplaudí nuevamente de pie cuando el periodista Horacio Verbitsky agregó que “quieren desestabilizar un intento de saneamiento policial que está llevando adelante una combinación que se da por primera vez entre ungobernador decente y un ministro decente. Y por eso también les molesta que ustedes les rompan algunos negocios. Quieren recrear el clima de 1975 y como no hay motivos, los inventan... “
Hadad, el jefe del estado mayor ya no aparece en cámara ni hace micrófono aunque muchos dicen que se muere por volver. Es el estratega. Los jefes de operaciones fueron Viale y Gelblung pero fue Mauro el que se llevó todas las condecoraciones. Atendía su teléfono celular en cámara y decía en una actuación berreta y macabramente irrespetuosa para la familia Echarri: ¿Cómo está la cosa, che? Y de inmediato emitía sonidos guturales que intentaban transmitir sufrimiento, dolor, consternación. Después se preguntaba ¿quién hizo circular la versión de que el papá de Echarri estaba muerto? Y bajezas por el estilo. El suboficial Feinmann llegó a leer un presunto mensaje de Pablo a su padre y dijo con la cara más dura que de costumbre “papá, aguantá que falta poco. Te quiero: Pablo”. Penoso.
Pobre Pablo, pobre padre y pobre de nosotros con sátrapas de este calibre que además en muchos casos integran la agrupación enriquecimiento súbito.
Antonio Echarri, la víctima, lo dijo con todas las letras: “Las noticias idiotas y gansadas que dijeron en los medios en muchas ocasiones me complicaron la situación”. El propio Pablo nos desgarró el corazón a todos cuando desencajado gritó en la puerta de su casa que “les pido a los medios de prensa... Es indispensable poner un manto de silencio y piedad. Por mi familia, por mí y por la vida de mi padre”.
No me gusta mezclar al viejo Bertolt en todo esto pero conviene advertir que primero se llevaron a los políticos y ahora vienen por nosotros. Esperemos que no sea tarde. Hoy más que nunca está claro que la ética para los periodistas cumple la misma función que las estrellas para los navegantes. Sin ellas, perdemos el rumbo... y nos estrellamos.