Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › NICOLA SPINELLI, EL SOCIO MAS ANTIGUO
El año pasado fue homenajeado por la cooperativa: había cumplido 54 años como socio, recién estrenaba los 80, y seguía definiéndose como productor. Todavía es el más antiguo de la cooperativa que sigue en actividad. Nicola Spinelli es un hombre menudo de sonrisa radiante y gestos tan profundamente italianos como su acento y las palabras que pronuncia. “Cincuenta y cinco años tengo acá adentro. Llegué a la Argentina el 20 de abril de 1955. Este tenía diez meses”, empieza a contar con orgullo de inmigrante y señalando a “éste”: su hijo, un señor que pasa los cincuenta, ríe y se aleja para no robar protagonismo al padre. “Vine con mi señora, la nena tenía dos años.” Nicola llegó al país como veinteañero, escapando de la Italia de posguerra y dejando atrás su pueblo en Abruzzo, al que volvió algunas veces pero nunca para quedarse. Lo cuenta con movimientos ágiles y con la precisión numérica de quien no perdió detalle en la vida, y no va a perderlo ahora.
–¿Qué hacía allá?
–Trabajaba en el campo con papá. Pero no flores: verdura. Acá llegué, estuve tres meses y medio en una fábrica. En el ’60 compré un terreno, en el ’61 me mudé. En el ’67, con la helada, salvé dos cultivos de crisantemos con fuego. Las tapé. Saqué 700 mil pesos. Jamás saqué otro cultivo así.
A las flores aprendió a quererlas, cuidarlas, hacerlas crecer, de la manera más esforzada y segura, “mirando”.
–Uno me enseñó a cortar antes de que saliera el sol, porque si se corta después la flor queda negra. Con la primera canasta saqué cuatrocientos pesos. Mucho. Mucha plata era. Flor roma. Me acuerdo de todo. Antes, un hombre en Chacarita llevaba todo; hacía plata y me iba a la casa.
–¿Y ahora?
–Vengo acá con mi hijo. Eh, claro, hay muchos que se fueron. Yo no, nunca falté.
–¿Ni enfermo?
–Enfermo no estuve nunca. Este año recién me dijeron “andá al médico” porque tuve una infección que mamma mia. Dos meses falté. Hay que pasarlo para credere. Antes, siempre decía “obra social, ¿para qué?”. Qué va a hacer. Son cosas de la vida. Pero yo nunca di discusión con nadie. Lo compra todo, lo vende todo.
En el puesto familiar, Nicola vende esos helechos frondosos que acompañan ramos y arreglos florales desde siempre. “Antes tenía claveles y crisantemos, pero la tierra se cansa. Y la verdad que irme más lejos a esta altura... no quiero vender, para qué. Mis hermanas están en Italia. Siempre me dicen ‘venite ¿qué hacés ahí?’. Pero todavía no. Cuando vine, hice lo que hice, tengo lo que tengo por trabajar. Siempre tengo en la cabeza que me quiero ir. Mi señora nunca quiso. Pero yo siempre digo: muerto, mándenme a Italia.”
Viene de familia longeva y de historia conocida. Su padre murió hace cuatro años, con 98 ya cumplidos (“antes estaba bien, fue de repente”) en Italia. Pero antes había incursionado en la Argentina agroexportadora del Centenario, porque el padre de su padre lo había traído. “Estuvo acá con sus ocho hermanos. En 1910 volvió a Italia, estuvo siete años trabajando y después vinieron la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial. Se casó. No le gustó acá. No quería que yo viniera. Pero yo quería.”
–¿Por qué quería venir a la Argentina?
–Los italianos somos así, al punto más lejos queremos ir. Estamos en todo el mundo. Yo, sin invertir, hice lo que tengo: la casa, los pibes, compré doce vehículos. Tengo la casa en Panamericana y 197, en General Pacheco. Hice tres viajes a Italia; mi señora fue dos veces. Claro, ahora no rinde.
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