SOCIEDAD › LOS QUE SE REUNEN EN BUSCA DE LOS ABOLENGOS

Por los viejos buenos tiempos

Félix Martín y Herrera es ese caballero que desde hace un tiempo reúne en un dos ambientes de Barrio Norte a un grupo de amigos más viejos por la sucesión de abolengos que por edad. Cada uno tiene más de 70 años de vida, a los que han sumado otros cientos de la estirpe. Los antepasados más remotos de don Félix, dueño de la casa y anfitrión de los encuentros, pueden encontrarse entre los primos de Remedios de Escalada de San Martín o incluso entre los barcos de los conquistadores. De eso se habla aquí todos los sábados, cuando se acomodan en su departamento un grupo de la Junta Sabatina. Leen latín, revisan manuscritos, mientras van reviviendo cientos de historias de muertos, entre las que el propio Martín y Herrera ha encontrado los abolengos propios y los de su mujer, que no es una esposa a secas sino una novena generación de patricios, explica él.
En este caso, la condición se la deben a don Fernando Arias Velásquez, uno de los españoles llegado a las Indias con los conquistadores. Entre los pocos datos presentes, la familia sabe que fue uno de los primeros colonos indianos, presente durante la fundación de la provincia de Salta. “Desde ahí —cuentan— arrancan varias generaciones de Velásquez, de maestros de campos, que no era un título militar pero tenía mucho prestigio.” Con los años, los Velásquez pasaron de maestros a políticos en ejercicio con Tomás Arias, bisabuelo de su mujer y por entonces gobernador de Salta. Poco más adelante, “el abuelo se hizo abogado; el padre médico. ¿Y ella? —se pregunta el anciano—. No, ella es Hija de María del Sagrado Corazón, porque ahí hizo el bachillerato”.
Entre los sabatinos reunidos en estos encuentros está Carlos Muzio- Sáenz (guión al medio, aclara) Peña: “Va todo junto y no sé por qué —se pregunta— la historia se ha empeñado en separarlos”. Este Sáenz-Peña es descendiente de los fundadores del nuevo continente por vía propia y por su esposa. Ella tuvo antepasados entre los que llegaron con Pedro de Mendoza para la fundación de Asunción. Sáenz-Peña, en cambio, halló en su propia familia a “montones de nombres de sangre entre los españoles fundadores de las trece primeras provincias argentinas”. Como Martín y Herrera, Sáenz-Peña se dedicó durante años a la compilación de documentos sobre este tipo de herencias. En esos años estudió especialmente las características de su sangre. No hizo estudios genéticos, pero a través de otras pruebas ha logrado demostrar, asegura, que es uno de los hidalgos de sangre pura, uno de los conceptos tal vez más peligrosos que rodea a los cultores de la elite sin manchas. “Reciben protocolos conocidos como estatutos de pureza de sangre de la corona española —dice Rodríguez Molas— que antiguamente servían para determinar que entre los antepasados no había negros, mahometanos, moros o judíos.”
Félix Martín y Herrera atravesó por uno de esos exámenes cuando lo nombraron caballero por primera vez. Era el año 1961, en Buenos Aires existía la Orden de los Caballeros de Malta, una de las cofradías formada en la época de las cruzadas religiosas. Para incorporarse, don Félix necesitaba una recomendación de la hermandad de Buenos Aires y doscientos años de historia genealógica probada y documentada. Si pretendía, además, los títulos de honores y de devoción debía demostrar que sus apellidos no eran uno ni dos sino cuatro, y con garantías. Por ese entonces, él no era ni tan viejo ni tan sabio, motivo por el cual sólo logró reunir tres buenos apellidos. Aún así, envió una carta al Gran Maestre de la Orden con residencia en Roma pidiéndole las condecoraciones de caballero. “Le puse que este fulano, es decir yo, humildemente desea ingresar a esa noble y antigua corporación en cumplimiento de sus celebrados fines.” ¿Cuáles eran esos fines? Tal vez no lo sabía. “Los caballeros argentinos me habían aprobado y cuando el obispo me puso la cruz en una capilla de la calle Tres Arroyos me dieron mis funciones: proteger a los débiles, hacer limosna y ser católico práctico.” Después de aquel año fue nombrado doce veces más caballero de distintas órdenes, mientras los caballeros deMalta, en tanto, comenzaban a ablandar algunos de sus dogmas. En este momento, explican aquí, quien intente una de esas bendiciones sólo debe demostrar que su apellido tiene 200 años de historia. Eso basta para ser nombrado miembro de la orden por vía sanguínea, una titulación de mejores condiciones que las hereditarias: “¿Por qué es mejor? —pregunta don Félix—, porque el hereditario sería sólo para adelante, pero el in sanguinis también va para atrás”.

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