Sábado, 30 de abril de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
Es público y notorio que muchas personas, sin ser militantes del kirchnerismo, ni exégetas del Gobierno, lo apoyamos en muchos aspectos, las más de las veces pronunciándonos y, eventualmente, con el voto. Personalmente, ya enumeré en estas páginas las razones por las cuales pienso que la Presidenta es la mejor opción que nos ofrece el presente democrático argentino.
Pero si es cierto que somos muchos y muchas, quizás una mayoría del país, quienes brindamos ese apoyo de diversas maneras, también lo es que en muchas ocasiones se hace muy difícil compartir ciertas decisiones gubernamentales, algunas por acción y otras, como ahora, por omisión o silencio.
Y es que resulta francamente insostenible el silencio oficial frente a los compatriotas de la etnia qom que en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires están reclamando que se los escuche y se atiendan sus demandas.
Vienen de Formosa, claro, y uno sabe que esa provincia es gobernada por un hombre absolutamente fiel al kirchnerismo. Más aún, Gildo Insfrán es un kirchnerista de la primera hora, y si mal no recuerdo el primer gobernador que se pronunció en favor de Néstor Kirchner en 2003.
Pero eso no amerita que se le brinde desde el gobierno nacional tanto silencio complaciente a un gobierno provincial que dista mucho de ser un buen ejemplo de demócrata. Insfrán llegó al poder en 1995, después de haber sido diputado y vicegobernador. Hizo reformar la Constitución provincial y así fue reelegido en 1999, y en 2003, y en 2007, y quién sabe si ahora otra vez, en 2011...
Dicho sin ironía: está mal. Ni 16 años de gobierno ni el silencio protector son buenos para ninguna democracia, por más que lo hayan votado los formoseños, y por más legalidad formal que lo respalde. Está mal.
En ese contexto debe leerse el atropello a la comunidad aborigen La Primavera, sobre la ruta 86 y a casi 200 kilómetros de la capital formoseña, en noviembre pasado. Muertos y heridos, más la apropiación indebida de parte de su territorio son sólo el último eslabón de una larga historia de humillaciones.
Ya el 10 de septiembre, o sea dos meses antes, en una carta al gobernador Insfrán, los qom decían: “Ante la proximidad del festival del pomelo, nosotros queremos advertir sobre la posibilidad de represión policial, militar y legal...”.
Y sucedió nomás. Y ante el silencio como respuesta, y dado que son un pueblo tenaz, harto de todo hartazgo, marcharon hasta Buenos Aires, donde se supone que atiende Dios. O por lo menos las autoridades nacionales.
Y ahí están, y no se van a ir. Estoy seguro de ello. Como estoy seguro de que la Presidenta debería llamarlos ahora mismo, escucharlos e interceder para que se termine la afrenta histórica. Y no sólo por los qom de Formosa, sino por todos los pueblos originarios de la Argentina. Que son muchos y tienen un derecho humano fundamental conculcado: la tierra de sus ancestros.
Súmesele a eso la situación de Clorinda, que el país conoce ahora gracias a la carta abierta que le escribió la hermana Martha Pelloni al gobernador Insfrán hace un par de semanas, cuando fue a dar una capacitación en tanto coordinadora de la Red Infancia Robada. La valiente monja denunció las condiciones de corrupción fronteriza, la trata de personas, la explotación sexual de niños/as y adolescentes, el tráfico de órganos y el submundo de drogas que circulan con impunidad en esa frontera, mientras “Gendarmería de ambos países estaban sentados tomando mate y ni siquiera pedían documentos. La oficina de Migraciones estaba cerrada. La gente cubría de un lado al otro varias calles, incluyendo el puente con puestos de celulares, todo tipo de electrónica (...) Particularmente me impresionó la cantidad de niños esclavos laborales porque no tenían más de 15 años. Niños mulas porque lo que llevan en el cuerpo por ley no se revisa (...) La droga va y viene, los mismos chicos y taxistas te muestran quiénes son los que venden y mandan pasar de un lado a otro”. Todo lo cual sucede y nadie denuncia porque ahí, dice Pelloni, “la gente tiene miedo de hablar”.
En los procesos políticos lo mejor que pueden hacer los ciudadanos que brindan apoyo no es aplaudir, que de eso siempre hay, sino señalar lealmente lo que está mal, lo que falla. Y ante esta huelga de hambre en plena Avenida 9 de Julio, y la cruda denuncia de Martha Pelloni –que son testimonios de una provincia en la que la democracia funciona renga, por lo menos– el silencio como respuesta resulta absurdo, además de ser irritante y cada vez más sonoro.
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