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Los narradores, actores, clowns, músicos, profesores de letras y artes plásticas que hacen el programa El ECuNHi hace Escuela tienen mucho para contar. Cuentan, por ejemplo, que no son los mismos después de cada visita de las escuelas. Que de verdad son otros cada vez. Lo que parecen frases hechas va cobrando sentido profundo en el relato de las experiencias con los chicos y las escuelas. Y queda claro que, como en todas las experiencias produndas de la vida –como el amor, como los hijos, como las pérdidas– si lo único que caben para contarlos son frases hechas, esas frases esconden mundos.

Asistir al contacto con el arte de chicos que nunca antes habían tenido ese acceso es una de las experiencias de ese orden. “Nosotros no damos una bajada de línea desde la acción. Cuando quedás solo con los chicos y los instrumentos, y escuchás a chicos que te cuentan que nunca hubieran pensado qué era para ellos hacer música, y que empiezan a accionar y en media hora sucede algo artístico, eso es realmente transformador. Y no sólo para ellos”, cuentan, por ejemplo, los profes de percusión. Cuentan que los chicos salen diciendo: “Che, ¡hay que comprar tambores para la escuela!”. Que no se les hubiera ocurrido. Y que eso, para ellos como docentes, es un premio grande.

“El proyecto da la oportunidad del hecho artístico a todos. Muestra que es posible hacer, y contar, para todos”, siguen contando los talleristas. “Aquí ha ocurrido que chicos les cuenten a sus maestras, por primera vez, que tienen familiares desaparecidos. Ellos tenían un buen espacio de diálogo en el aula, pero recién acá se abrió el espacio para contar cosas como ésa. Porque lo que queremos transmitir es: acá está permitido”. Aquí también llegan escuelas para chicos con capacidades especiales, que en los profesores generan un mayor compromiso y un mayor desafío, y posteriormente, relatos hermosos.

“La pregunta más típica, antes de la visita, es: ¿y por qué hay payasos?, ¿no es una falta de respeto? También es bastante común que los chicos de secundaria vengan con la idea de que van a estar en una suerte de película de La noche de los lápices, que pregunten, por ejemplo, si van a ver los lugares donde se torturaba. No hace falta explicarles mucho a esos chicos, solamente los invitamos a seguirnos en el recorrido. De a poco van bajando, entendiendo lo que se les propone. A medida que avanza la mañana, las preguntas son otras. El trabajo es con la memoria, pero desde otro lugar, a través del arte y de las expresiones artísticas de los propios chicos. El planteo es totalmente diferente. Y lo que devuelven los chicos siempre, de una manera u otra, termina sorprendiéndonos, siempre. Los que aprendemos somos nosotros. Nos vamos transformados.”