Viernes, 23 de marzo de 2012 | Hoy
Roberto Giacondo (marido de Claudia Izzia): “Mi señora tenía 47 años recién cumplidos, trabajaba como vendedora en un local de cueros. Nunca tomaba el tren porque le tenía miedo como yo, y por esas cosas de la vida se subió aquel día. Desde Morón se tomó el Sarmiento hasta un centro médico del barrio de Once porque tenía turno para hacerse una mamografía. La noche anterior, como estaba de vacaciones, le dije que la llevaría en auto hasta Once, pero ella me respondió: ‘No, descansá’ y me fui a dormir. Me desperté a las 8.40. Cuando prendí la radio escuché la noticia y fui a ver qué pasaba en la televisión. A partir de ese momento, con el hermano de Claudia, comenzamos a buscarla por todos los hospitales y la morgue, y como no teníamos respuesta fuimos a la morgue de Chacarita. Mi cuñado fue quien la reconoció por un colgante que siempre llevaba con ella. A partir de ese día ya no puedo vivir porque con Claudia éramos muy unidos y nos cuidábamos el uno al otro. Recuerdo que cuando salí de la morgue iba directo a tirarme debajo de un colectivo, pero algo me frenó a hacerlo y sé que fue Claudia la que evitó aquello. Estoy con psicólogo hace un mes porque no puedo dormir y menos salir a trabajar. Yo la podría haber salvado si la hubiese llevado en el auto y se me fue de las manos de un día para otro”.
Karina Celle (hija de Darío Celle): “Mi papá tenía 50 años y vivía en Merlo. Era todo en mi vida y estaba siempre que lo necesitábamos. Era una persona alegre. Trabajaba como coordinador de remises en horario nocturno y el 22 de febrero llegó a casa, se duchó, se vistió y salió de nuevo para comprar unos repuestos para su moto. Cómo es posible que fue a comprar algo y vuelve en un cajón, es algo que no se explica. Cuando nos enteramos de lo que había pasado tratamos de comunicarnos con él y como no contestaba el celular comencé la recorrida por los hospitales y la morgue. La búsqueda duró 30 horas, hasta que el jueves apareció en la morgue, lugar hacia donde antes no había llegado. Además de ese calvario, tardaron unos 21 días en darnos el acta de defunción y encima de todo esto, la abogada nos dijo que por la autopsia que le hicieron ‘estuvo vivo después de la tragedia’, sin que nadie lo percibiera. A un mes de ese cruel momento que viví, ninguna persona vinculada a la empresa o al Gobierno se acercó a ofrecernos asistencia psicológica a los familiares. Mi papá nos dejó a mí, a mis dos hermanos y a mi mamá. Sin embargo, nuestra vida tiene que seguir, aunque cuesta levantarse cada día y no verlo andando por la casa. Simplemente pido justicia por él y por el resto de las víctimas y heridos de esta brutal tragedia que pudo evitarse”.
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