Domingo, 19 de octubre de 2014 | Hoy
Por Mariana Carbajal
“Pensamos que la escuela es capaz de producir las transformaciones para una inclusión verdadera”, destacó Mariana Vera, coordinadora del Programa de Retención Escolar de alumnas embarazadas, madres y de alumnos padres, que funciona desde hace quince años en escuelas secundarias públicas de la Ciudad de Buenos Aires para evitar la deserción escolar de estudiantes que enfrentan la llegada de un hijo. En una entrevista con Página/12, Vera recordó los comienzos de esta experiencia inédita en el país.
–¿Cómo nace el Programa de Retención Escolar de alumnas embarazadas, madres y de alumnos padres?
–Yo trabajaba en un Centro de Atención Familiar en Villa Lugano, que dependía de Desarrollo Social. Hacía talleres con adolescentes. En 1995, una amiga me acercó a la EMEM Nº 4, una escuela vespertina, cuya directora era Norma Colombato, una docente muy comprometida, que falleció hace algunos años. En esa escuela había muchas alumnas embarazadas y me pidió que armara un espacio de reflexión y escucha, para que pudieran pensarse como estudiantes, como mujeres, además de madres. Empezamos con diez chicas. A partir de esa experiencia, otros directores de la zona con el mismo perfil que Norma nos convocaron para pensar una estrategia para que las alumnas que quedaban embarazadas no abandonaran la escuela. Empezamos a escribir el proyecto con Gisele Tenembaun entre 1998 y 1999. En los primeros años del programa trabajamos con grupos de reflexión y escucha en cuatro escuelas, replicando ese primer dispositivo del grupo en la EMEM Nº 1 del Distrito Escolar 13, que está frente a Villa Cildáñez, la Nº 1 del DE 20, de Mataderos, la Nº 3, del DE 19 –adonde concurren chicos y chicas de la Villa 1.11.14, del Bajo Flores–, y la Nº 5 de DE 21, de Lugano.
–¿Cuáles fueron las ideas que motorizaron el proyecto?
–Nuestro objetivo fue y es trabajar con los docentes, pensando que la escuela es capaz de producir las transformaciones para una inclusión verdadera. En esos primeros años veíamos que las chicas elegían al preceptor para contarle la noticia del embarazo. Entonces, nos planteamos recuperar ese rol y legitimarlo. Para eso creamos entre 2000 y 2001 la figura de “referente institucional”. Son docentes que quieren desempeñar esa tarea extra, adultos a los que las chicas pueden acudir, confiar.
–¿Encontraron resistencias en algunas escuelas para aceptar el programa?
–Sí. Por prejuicios, por negar la sexualidad en adolescentes. No lograban entender los objetivos del programa. Sentían que nosotras premiábamos a las chicas. No entendían que expulsándolas se les estaban vulnerando sus derechos, que esa mirada, en la que se ponían en juego muchas veces valores personales de los docentes, alejaba de la escuela a las alumnas madres. Tuvimos que focalizar en el rol docente. Había cierta tensión. Empezamos de a poco creando las condiciones institucionales de acompañamiento, en cada una de las escuelas. La idea fue que en lugar de despedirlas, les dijeran: “Te invito a que vengas a estudiar”. Hoy tenemos 279 referentes en 148 escuelas medias, técnicas, artísticas y normales. Nuestra apuesta es que cada actor de la escuela brinde ese acompañamiento pedagógico, que no sea sólo el referente, sino la escuela la que vela por la inclusión de estas chicas y chicos.
–¿Cuál es la función del referente pedagógico?
–Tienen que hablar con los profesores cuando las alumnas embarazadas se ausentan por el parto. Las acompaña a través del vínculo pedagógico. Se encarga de hacer derivaciones a los hospitales o centros de salud, cuando es necesario. Es una función de enlace.
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