SOCIEDAD
“Era un padre para mí”
“A veces, cuando estábamos los dos solos, me preguntaba si me masturbaba. Yo pensé que lo hacía porque éramos amigos. Además, yo le tenía mucho respeto. Pero un día que había ido a la casa a cenar, me dijo que me quedara a dormir. Incluso llamó a mi mamá para avisarle. Tiré un colchón al lado de su cama para ver una película, pero me pidió que me acostara con él. Me pareció un poco raro, pero me tiré a su lado porque era casi como un padre para mí. Cuando estaba cerca de él, empezó a tocarme los genitales. Y mi primera reacción fue pegarle una patada”, cuenta a Página/12 J., cuya timidez no le impide describir cada uno de los episodios que vivió cuando tenía sólo 13 años. Aquellos tiempos en los que iba diariamente a cumplir sus tareas de monaguillo a la iglesia donde Luis Sierra era párroco.
Esa noche, J. le pidió al sacerdote que lo dejara dormir en el living. Pero antes pasó por el baño, para llorar por lo que había sucedido. “Estaba muy confundido, no podía creer lo que me había pasado, me parecía muy extraño”, recuerda este joven que, con sus 17 años, siente que “recién ahora” entiende bien lo que le pasó. “Lo veo a él y me da asco”, resume el joven, quien contó a sus padres lo que le había sucedido después de nueve meses.
Tras esa noche, las insinuaciones de Sierra continuaron, según asegura J. “Cuando iba manejando, me tocaba la rodilla y yo la corría. O lo iba a saludar y me corría la cara para darme un beso en la boca. Una vez, en un viaje que compartimos con gente de la iglesia, me estaba bañando y me abrió la cortina de la ducha para mirarme”, continúa el joven. J. señala que el cura “ya había empezado a decirme cosas (antes del abuso) y no le gustaba que saliera con chicas. Tenía todo preparado para hacer lo que hizo.”