SOCIEDAD

“Nosotros no tenemos más que esto”

A veces ni siquiera el pago semanal es suficiente. Esta semana perdió su carga uno de los cuatro camiones estacionados sobre Paraguay entre Riobamba y Ayacucho. El propietario del camión cuenta que, como cada viernes, el día 17 a las nueve de la noche le entregó su cuota de 85 pesos al patrullero de la seccional. Aún así, dos días después la policía lo detuvo, bajó a los treinta cartoneros de a bordo y mientras quemaban las cosas “nos cortaban las piernas: porque –dice uno de ellos– eso es lo que hacen, no se dan cuenta que no tenemos otra cosa para hacer más que esto”. José E. T. es uno de los camioneros. No es dueño de una papelera, ni de una fábrica, sólo trabaja como fletero, como la mayoría de los cincuenta camiones estacionados en penumbras en los alrededores de la Facultad de Medicina.
–¿De dónde son?
–De la 17.
–¿Cómo de la 17?
–Sí –explica–: acá, en la jurisdicción de la 17, paramos los de Fiorito, en la quinta está la gente de Berazategui y en la tercera está el Mudo Farías y el coche de Los Polaquitos.
En la 17 están Los Poca Plata, el camión de Horacio, Los Cocos, Mario, el de López y además está el de Juanchi. La mayoría lleva y trae a vecinos de Fiorito por cinco pesos la noche: cada uno carga en el camión las bolsas que junta. José Eduardo Santander recién este año comenzó con los viajes. “Sí, porque mi abuelo no es el que tiene el banco”, bromea mientras va contando que el año pasado no tenía ni siquiera un carro propio para trabajar. Por ese tiempo lo contrataban los camioneros todas las noches para recoger cartones, le daban un carro y al final del día le pagaban 8 pesos. “Mirá, lo mío sí que es progreso: yo me dedico a las latas, y a los cobres. Antes me pagaban al final de la semana 45 pesos y eso si no faltaba; ahora me compré un carro y gano 150 pesos por semana.” Santander está echado a un costado del carro esperando el regreso de sus compañeros de zona.
Estos camiones no tienen relación directa con los depósitos aunque los pasajeros los visitan todos los viernes. Ese día el trabajo empieza a la mañana temprano. Cada uno separa y ordena los cartones acumulados durante toda la semana y a la noche, mientras una parte de la familia vuelve a la Capital, otra camina bordeando el Riachuelo hasta el puente de Pompeya para comenzar una espera larga. Durante toda la noche la gente hace cola frente a los galpones de las papeleras esperando que abran. A la madrugada empiezan a entregar el papel y hacia la tarde regresan a sus casas.

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