SOCIEDAD › UNA RECORRIDA POR LA VILLA
“Si nos echan, volvemos”
Por C. A.
Juran las fuentes, cuando se las entrevista afuera, que es imposible caminar por territorio narco. “El hizo el altar del Señor de los Milagros dentro de la villa: es un poco generoso. Es como un presidente. La gente le avisa que le robaron las cosas. Pero no lo vas a ver, para llegar al fondo tenés que pasar treinta tipos más”, dice un ex sicario que ya no presta servicios para el jefe peruano de la 1.11.14. Pero un paseo del cronista y el fotógrafo con la guía de un vecino, atravesando la villa desde la calle Varela hasta la avenida Bonorino, termina sin conflictos. Si es cierto que nada se mueve allí sin que la estructura paralegal montada en el barrio lo sepa, habrá que agradecerles a Salvador y los muchachos que hayan permitido la recorrida.
Los pasillos de la 1.11.14 no son estrechos caminos bordeados por ranchos de chapa y cartón como en decenas de otras villas de la ciudad y el conurbano, aunque sus buenos pasadizos casi secretos se conservan en el laberinto. Son más bien calles que en otra época significaron derrumbes de casas con topadoras, el real y principal enemigo de los vecinos durante la dictadura y las democracias. “Varias veces nos echaron, siempre volvimos”, dice una señora de canas que se cansó de pararse junto a los curas de la villa frente a las máquinas. La doña se ha instalado con un almacén muy parecido a los otros en una de las calles centrales. Desde afuera los negocios parecen pequeños, pero por dentro están equipados y surtidos. Abundan los cibercafés: aire acondicionado y veinte computadoras conectadas por chat con los migrantes, hermanos y primos bolivianos, paraguayos y peruanos repartidos por el resto del mundo.
En el recorrido algunos se atreven a hablar y coinciden: “El muchacho preso es inocente”. Sólo un detenido hay en la causa por la matanza del Señor de los Milagros, que investiga el juez Domingo Altieri: se llama Roger Zubieta, es limeño, y su esposa está por tener un bebé en el Hospital Piñeiro. La policía lo detuvo cuando intentaba ayudar a uno de los heridos mortales. “Se estaba ahogando con su sangre y se agachó a acomodarlo cuando lo agarró la policía. Llevaba un cargador y por eso le achacan las muertes. Pero él no es de la otra banda, es más bien amigo de los atacados”, lo defienden Lucía y su esposo, dos bolivianos dispuestos a salir al cruce “por el buen nombre del barrio y su gente”. Si en algo están de acuerdo es en que los atacantes vinieron de afuera. “Son gente de Retiro”, dicen.