Chirolas
Por Fernando Krakowiak
Más allá de las promesas neokeynesianas del Gobierno y de los temores de los economistas del establishment, el gasto público se halla en los niveles más bajos de su historia. La ejecución primaria consolidada de Nación, provincias y municipios caerá este año al 24,5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), 1,9 por ciento por debajo del año pasado y 4,9 por ciento menos que el promedio alcanzado durante la convertibilidad. Siempre y cuando se termine ejecutando el total presupuestado. El monto resulta escaso si se lo compara con los recursos que destinan los países limítrofes. En Brasil, el gasto público consolidado bordea el 40 por ciento del PIB y en Chile, donde se despliega un Estado “mínimo” elogiado por los economistas liberales, llega al 26 por ciento del Producto. La restricción del gasto se evidencia en el déficit habitacional, la falta de obras de infraestructura, los altos índices de pobreza y en el deteriorado poder adquisitivo de los trabajadores estatales que han debido soportar una inflación cercana al 40 por ciento con sus ingresos congelados. En los próximos días el Gobierno presentará en el Congreso el proyecto de Presupuesto 2004 sin introducir grandes cambios. Los salarios y las jubilaciones seguirán congelados y el Ministerio de Planificación podría contar apenas con 500 millones de pesos más para impulsar el plan de obras públicas. Así el gasto seguirá cayendo con relación al Producto para cumplir con el superávit primario de 3 puntos del PIB que el presidente Néstor Kirchner se comprometió para acordar con el Fondo Monetario.
Esa decisión del Gobierno no rompe con la lógica que durante los últimos años ha venido identificando al gasto público como uno de los responsables de la crisis argentina. El gasto fue señalado como el factor que llevó a la caída de la convertibilidad, se lo identifica como el elemento a disminuir para generar confianza y reactivar la economía, como una potencial amenaza para la inversión privada y como un fantasma inflacionario. A continuación Cash presenta las principales falacias que rigen en torno del gasto público.
1. La convertibilidad no se pudo sostener por el “aumento” del gasto público. Desde la ortodoxia económica se afirma que la paridad entre el peso y el dólar podría haberse sostenido si se hubiera aplicado un fuerte ajuste fiscal para ponerle freno al “desborde” del gasto público. Sin embargo, los datos del Ministerio de Economía demuestran que entre 1991 y 2001 el gasto primario aumentó apenas 1,4 por ciento del PIB, cifra escasa si se tiene en cuenta que la primera medición está tomada en un contexto hiperinflacionario y la segunda en plena recesión. El economista Jorge Gaggero señaló en un trabajo reciente que si se miden las variaciones entre 1986, el año más estable de la década del 80, y 1997, fecha previa al comienzo de la recesión, el gasto público primario no sólo no creció, sino que cayó 1,7 por ciento. Entre las causas del desequilibrio fiscal Gaggero identifica la reforma previsional que desvió los aportes jubilatorios del Estado a las AFJP y las desgravaciones impositivas que intentaron compensar el impacto negativo de la rigidez cambiaria sobre los márgenes empresarios. El impacto de ambas políticas entre 1994 y 2001 fue de 63 mil millones de pesos, equivalente a un promedio anual de 2,8 por ciento del PIB.
2. Para salir de una recesión hay que equilibrar el Presupuesto recortando el gasto público. Fue la muletilla más utilizada por los economistas del establishment para defender la teoría del círculo virtuoso. La eliminación del déficit a través del recorte del gasto público permitiría restablecer la confianza haciendo caer el riesgo país, situación que posibilitaría atraer nuevas inversiones que ayudarían a reactivar la economía. En los hechos los sucesivos ajustes fiscales lo único que lograron fue una mayor contracción del consumo y un menor nivel de actividad que repercutió cada vez más en las arcas públicas. Ahora que el déficit desapareció lo quereclama el FMI es mantener el gasto público comprimido para garantizar un nivel de superávit primario que les genere confianza a los acreedores y a los potenciales inversores. Así dicen que se lograría un crecimiento “sustentable” en el mediano plazo. Mientras tanto, en Europa y Estados Unidos profundizan el déficit fiscal para escaparle a la recesión, tal como recomendaba John Maynard Keynes. Hace pocas semanas Francia admitió que alcanzará un déficit superior al 3 por ciento del PIB y Estados Unidos uno del 4 por ciento.
3. La inversión pública desplaza a la privada. Para desalentar la inversión pública en reiteradas ocasiones se afirmó que la misma desplaza a la inversión privada, la cual es más eficiente y genera empleos “genuinos”. Sin embargo, en los países centrales y en varios periféricos la inversión pública no rivaliza con la privada sino que se complementa. El Estado es el único actor capaz de invertir con un criterio global y pensando en el largo plazo cuando los resultados aún son inciertos. Se calcula que el 80 por ciento de los inventos que dieron origen a las Nuevas Tecnologías de la Información fueron consecuencia de la inversión pública, incluso la Internet fue creada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Las grandes inversiones en energía y transporte también son financiadas por los estados y luego explotadas por el sector privado.
4. El gasto público genera inflación. La inflación es otro de los fantasmas que se agitan desde el establishment cuando se menciona la posibilidad de expandir el gasto público para recomponer salarios o impulsar la inversión. El argumento es atendible cuando la demanda aumenta y la oferta es inelástica, pero en la Argentina el aparato productivo tiene una capacidad ociosa cercana al 30 por ciento que necesita de una reactivación del consumo. Las fábricas automotrices venden 15 mil unidades por mes y tienen una capacidad instalada para producir 50 mil unidades mensuales. Además, la economía argentina permanece abierta y si los precios se disparan existe la posibilidad de importar.
5. El gasto público actual es “excesivo”. En las últimas semanas comenzaron a alzarse algunas voces de economistas que alertan sobre un incipiente aumento del gasto público que podría poner en duda la capacidad de repago de la deuda en la futura renegociación. El dato no se corresponde con la realidad porque el gasto primario (antes del pago de intereses) ha caído fuertemente en términos reales luego de la devaluación. Sin embargo, el Gobierno promete mantenerlo en los niveles actuales haciéndose eco de una falacia que parece haber sobrevivido a la década del 90.