Jue 30.12.2010
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MAYO: ESPECIAL “BOLAS NEGRAS”

No se olviden de Shakira

› Por Javier Aguirre

”Jabulani...” “Waka-Waka...” “Vuvuzela...” “Mancuso...” ¿Cuándo fue que esas palabras tuvieron un rol esencial en nuestro vocabulario cotidiano, nos taladraban la cabeza desde la tele, nos copaban la parada en cualquier conversación, hasta, casi, que nos importaban realmente? Es como si fueran rezagos de una vida anterior, que llegan –vuelven– a la cabeza a través de una sesión de espiritismo, y que nos conectan con una existencia pasada como sudafricanos, o en todo caso como presas de aquel brote mundialista que se desmadró como pandemia en mayo de 2010, y que duró hasta que el gol de Iniesta en la final le diera el título a España y condenara a Holanda a la maldición de mil años de amargura (es lo que les pasa a las selecciones que pierden tres veces la final de un Mundial).

El NO confió el timón de las turbulentas aguas futboleras a Bolas Negras, su sub-suplemento mundialista, tribunero y (sud)africanista, y así emprendió un safari que no molestó a leones fofos, ni a elefantes malhumorados, ni a ninguna otra criatura de las que duermen panza arriba en los pastos de los parques nacionales del Continente Negro. Bolas Negras procuró evitar la agenda-Toti Pasman, y no recorrer Sudáfrica por las autopistas de la FIFA sino por caminos de ripio que no salen en Google Earth: escrutó con ojos entrecerrados el primer Mundial de las redes sociales, se encandiló con la perla blanca –bueno, negra– del indie sudafricano (los BLK JKS, créditos de Johannesburgo), ratificó que la contraseña “Maradona” abre hasta las puertas del apartheid, denunció la impunidad de la mafia de las figuritas de futbolistas que sobrevive a la cultura digital con la complicidad de los quiosqueros, testeó los muy pegadores dopings africanos no convencionales, hurgó en la tradición rocker del prócer vivo Nelson Mandela, picó los soundtracks de videojuegos mundialistas, desentrañó la “pista sudafricana” que salpica el origen de los Kaiser Chiefs, se llevó un táper con muestras de la dieta de los futbolistas de alta competencia, acusó –con justeza y justicia– de “canción de pac-man” al himno oficial de Shakira, chusmeó el catálogo de la tecnología oportunista –de los antivirus ultrapasados a los botines ultralivianos–, desconfió de las siempre mufas arengas publicitarias contra los brasileños; perreó a ritmo de kwaito, el reggaetón sudafricano (¿será correcto decir “perreo” o correspondería hablar de “leoneo”, “leopardeo” o “jirafeo”?), culpó a los demonios subsaharianos por la eliminación de la Selección Argentina, y hasta enfrentó las dos cosmovisiones de las máximas estrellas pop del fútbol argentino: el Messi–Beatle versus el Diego-Stone.

“Jabulani...” “Waka-Waka...” “Vuvuzela...” “Mancuso...” Son palabras que parecen haber perdido todo sentido, pero que se materializan con traicionera familiaridad en nuestras bocas, como un mantra ajeno y remoto, pero que no resulta ni tan ajeno, ni tan remoto. Es que el partido de ayer ya quedó atrás, y ahora lo más importante es el próximo desafío. Vale para el fútbol. Vale para el rock.

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