JULIO: NUEVOS MILITANTES SOCIALES EN AMéRICA LATINA
› Por Federico Lisica
Uno de los posibles significados de la palabra “militar” es “concurrir en una cosa alguna razón o circunstancia particular”. Durante un año en que la militancia juvenil adquirió mayor visibilidad para algunos (como si hubiese sido una cepa anestesiada antes de la muerte de Néstor Kirchner o de las tomas en los colegios secundarios), el NO desentrañó las formas en que esa acepción toma un sentido vital y urgente. Bueno, al menos las puso en tapa. Aquella crónica reveló cómo “los nuevos militantes sociales en América latina” conviven con miserias enclavadas en el continente (pobreza, paramilitares, esclavitud y más), pero con la mirilla puesta en el cambio. El peruano Rogeiro Mejía (21 años) carga sobre su espalda más de 20 kilos de peso por días hasta llegar al Camino del Inca. “Rogeiro tiene sueños. Para eso estudia Administración en la Universidad del Cusco. Para eso tolera heroicamente los embates del agotamiento físico por sólo cuatro dólares. El turista paga más de 300 y puede preguntarse a dónde va el dinero. Y responderse: no a los trabajadores como Rogeiro.” La “Amérika Perdida” tiene otras historias por contar. Esa “juventud intercultural” venezolana en Maracaibo (“la mayor consumidora de Blackberries de Latinoamérica) que “pasa entre grupos indígenas que viven en comunidad y con ancestrales tradiciones, pero vistiendo occidentales jeans y mocasines”. O esa “juventud atemorizada” colombiana, poco antes de la elección presidencial, marcada a fuego por la acción de las FARC, el reclutamiento forzoso de grupos paramilitares y que, en el medio de ese embrollo, busca la felicidad a través del arte con grupos como Zarzal y Neiva y Peripecias. La postal de cocaína y bases estadounidenses se quiebra a fuerza del vallenato, baile y teatro.
Más cerca en el mapa, pero igual de testimonial, surgió la militancia de Camilo Blajaquis, un pibe que estuvo en cuatro institutos y dos penales, ganándose “golpes y bardos por ser poeta”. Ya salió en libertad, está a cargo de la revista literaria ¿Todo Piola? y editó su poemario. “Era un re cachivache. Tengo cuatro balazos de la policía en la pierna derecha, uno en la izquierda y uno en la panza. Así que te podés imaginar lo que era”, le dijo a José Esses. El estudiante de Letras en Puán habló así de “su” revolución: “Me encanta el clima de la facultad, pero soy muy crítico de la militancia actual. En la facultad veo banderas, pero no un espíritu revolucionario. De la boca para afuera somos todos revolucionarios, somos guevaristas, pero la onda son los actos, los hechos. Para pretender una revolución, primero hay que revolucionarse a sí mismo, si no, es un absurdo total”.
La militancia (extra)musical asomó en otras de las notas de ese mes. Junto a su debut actoral en el cine gracias a Miss Tacuarembó, Ale Sergi de Miranda! se alegró por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario. Bajo la excusa de la presentación de Un volcán, los integrantes de Gran Martell repasaron su forma de hacer rock (“un plafón de sonidos que resignifica –sin copiar– lo que era el rock cuando el rock era”, escribió Cristian Vitale). El ex Redondos Tito Fargo, el ex Divididos Jorge Araujo y Gustavo Jamardo se mostraron como viejos militantes del tocar y críticos del “marketing que maneja la artística”. Una (re)visión sonora que viene de atrás (“para mí, una banda de rock es una banda que transgrede en algo...”, analizó Araujo), pero que propone hacia adelante (“tendrá que aparecer una música con otro nombre”, se esperanzó Fargo). Fantasmagoria también utilizó un elemento natural para nombrar su última placa: Un río. Más allá de las trincheras de edad, los debates sobre el estado del movimiento cultural de mayor impacto en la cultura joven une a ambos grupos. “Tal vez el rock ya no sea el espacio de una revolución posible, pero, ¿importa? En aquella época era claro que te oponías contra los milicos o hasta podías decir: ‘Me opongo al sistema’. ¿Hoy qué decís? ¿Te oponés al sistema? ¿A cuál? ¿Al operativo?”, expresaron con amargura.
Y si ese ojo de la tormenta hoy pasa, en gran medida, por Internet, vale recordar otro artículo de ese mes sobre Wikileaks. Uno de los primeros hechos en el periodismo local sobre el espacio de las filtraciones de documentos oficiales. El NO reveló el catálogo hecho por la policía de San Luis sobre “hippies, punks, los ‘baiquers’ (sic), los ‘hit hop’ (¡más sic!) y emos”. Eso sí: Julian Assange no terminó preso por el descubrimiento de Facundo García.
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