Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
Hay un fantasma que camina por el corredor de la fama y es el de la estrella de rock aburrida que juega al golf. Alice Cooper fue uno de los primeros rockeros que cayeron en ese estereotipo, y si bien esa imagen no fue decisiva a la hora de mandar su carrera a pique en los 70 luego del hat trick de álbumes que lo convirtió en leyenda (Killer, School’s Out y Billion Dollar Babies), fue un collar de melones del que le costó deshacerse. El mito dice que Alice Cooper dejó la bebida, se puso a jugar al golf y lanzó una serie de discos horrendos. Eso sucedió, pero no en ese orden.
Difícil saber cuándo Alice Cooper comenzó a decaer artísticamente, pero Muscle of love (1973), ya venía envuelto en una caja de cartón y eso no presagiaba nada bueno. Lace & Whiskey (1977) fue repudiado unánimemente, y los comentarios no volvieron a ser buenos hasta Trash, producido por Desmond Child, habituado a hacerle ganar carradas de dinero a Bon Jovi.
El golf cuenta a Alice Cooper entre sus máximas celebridades, y en un ranking de músicos figura segundo (el primero es Adrian Young, baterista de No Doubt y Gwen Stefani), con Justin Timberlake que lo sigue en un distante tercer lugar. Mucha gente recuerda al viejo Alice, que llegaba al court de golf con dos carritos; en uno iba él, con su instructor y sus palos, y en el otro remolcado, una torre de latas de cerveza de una marca que vio caer sus acciones cuando Alice acató el ultimatum médico.
En cambio, su show en vivo siempre ha rozado la excelencia dentro del género del hard-rock teatral. Pero ha sufrido cambios. “Ya no hay animales –explicó hace un tiempo–. El incidente del pollo y el cambio climático nos afectó: la gente no tiene idea de la facilidad con que las boas contraen una pulmonía. Un pequeño cambio calor/frío, y sos reptil muerto.”
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