Martes, 17 de julio de 2012 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINIóN
Por Norma Giarracca *
Las “tomas” y protestas de los estudiantes de los colegios secundarios de la UBA realizadas la semana pasada se convirtieron en un tema de los medios de comunicación y las redes sociales. Los jóvenes enunciaron como demandas principales lograr un comedor estudiantil no privatizado, contar con buena alimentación y, en el Nacional de Buenos Aires, agregaron la solidaridad con un no docente de 78 años. La cantidad de críticas, burlas e interpretaciones irónicas de periodistas en ciertos medios y de otras personas que se expresan en las redes sociales motivaron esta breve reflexión.
No hay dudas de que vivimos momentos de pasajes, de transiciones societales así como epistémicas (modos de ver el mundo), tal como hace años nos advirtió Boaventura de Sousa Santos. En esas transiciones conviven dos o más paradigmas sin que alguno tenga necesariamente la hegemonía de la visión de lo que nos ocurre. Vivimos momentos de bisagras.
Los jóvenes ponen en acto algo que el “sentido común” vigente en cuanto a protestas (de izquierdas o derechas) no contempla y que irrita a quienes no pueden percibir o adaptarse a los aportes interculturales en relación con las transformaciones que el mundo expresa con una intensidad inusitada. Los jóvenes tienen mayores posibilidades de hacerlas suyas y oponerse al statu quo porque aún mantienen mucho de “rebeldía” (y poco de resignación) en sus subjetividades. Esto puede observarse en todo el mundo y no hacen falta mayores explicaciones. Los estudiantes secundarios de la UBA se atreven a pedir que la institución no privatice con fines de lucro sus espacios y que recupere la idea de “bien público”, es decir servicios que no buscan la ganancia sino satisfacer necesidades. Pero además se atreven a pedir que les otorguen alimentos sanos, lo cual supone cuestionar la comida denominada “chatarra” de la mayoría de los bares que se manejan con bajos costos y altos precios, como el manual neoliberal ordena. Y, como si esto fuera poco, demuestran solidaridad y “respeto” por un anciano.
Quienes los critican no pueden comprender estas demandas, es evidente que no están –permítasenos la metáfora– “formateados” para hacerlo: pedir bienes públicos, autogestión, comida sana (muy ligada al tema de los agroquímicos), solidaridad con una persona mayor; todo esto está fuera del sentido común que dejó instalado la cultura neoliberal. Algunos dijeron “está bien que pidan gas si tienen frío en invierno, pero un bar no privado y nutricionista...”. Otra crítica más interna dice “cómo pedir la permanencia de ese anciano no docente cuando a los profesores de más de 65 años los están obligando a jubilarse”. Dejamos de lado los comentarios que muestran rasgos autoritarios de nuestra sociedad que tanto preocupan, porque en algunos casos cuando hablan con los jóvenes se asemejan a ficciones de personajes separados no por una simple generación sino por varios siglos. De lo que se trata es de pedir por gas y todo lo que necesiten las escuelas secundarias y también las interesantes demandas de estos colegios; se trata de hacer entender que la jubilación es un derecho y no una obligación y, que como lo indica una ley de la Nación y fallos judiciales, los profesores pueden optar por quedarse hasta los 70 años y si alguno –docente o no docente– no tiene los aportes completos, pueden realizarse excepciones por solidaridad y respeto. Una cosa no debe sacar espacio a la otra. Las apuestas por los “bienes públicos” tanto como por los “bienes comunes”, la autogestión, la solidaridad, el respeto, los alimentos sin tóxicos y accesibles para todos, la educación pública en autorreflexión permanente, la “democracia sin fin” que supone “igualdad sin fin”, forman parte de esas bisagras que se van construyendo en estos tiempos de pasajes y que algunos se obstinan en negar.
* Profesora e investigadora de la UBA.
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