Sábado, 20 de enero de 2007 | Hoy
20 años en el espejo: Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas
Por Boris Muñoz
Desde Nueva York
Publicado el 19 de octubre de 1997
El mensaje terminante fue enviado con un amigo personal, luego de una semana de cartas infructuosas:
–Dile que, si es un verdadero periodista, él sabrá qué tiene que hacer.
Desde las nueve y media de la mañana, el periodista novato esperaba pacientemente sentado en un sofá del lobby del Hotel Mark. La voz en el teléfono de la habitación le había dicho: “Salió temprano. Usted sabe que se la pasa de agasajo en agasajo”. Pero algo le decía que estaba ahí, en su habitación, leyendo tranquilamente los diarios colombianos, que un hombre con bigotes de charro mexicano acababa de alcanzarle.
A las once y media el veterano Premio Nobel salió del ascensor y caminó hacia la puerta del hotel sin mirar a los lados y con el paso rápido del que no quiere ser descubierto. Iba abrigado con un saco de cachemira negro y, debajo, un suéter deportivo que dejaba ver el cuello de una camisa blanca con rayas negras. Unos diminutos lentes oscuros –redondos, de montura antigua– ocultaban sus ojillos de aceituna negra. La forma de vestir y los inesperados anteojos generaban un perfecto contraste con la celebérrima cabeza de rulos color ceniza y los bigotes de leche. Al borde de la puerta se detuvo. Por fin, después de todo: ahí estaba García Márquez. Era el primer día de un otoño resplandeciente y en las calles de Nueva York hacía un frío que calaba los huesos. El periodista novato dijo:
–Señor García Márquez. Mucho gusto. Lo estoy buscando para hacerle una entrevista.
–¿Para qué me quiere hacer una entrevista? En Latinoamérica hay una magnificación viciosa de la entrevista. Creen que todo el periodismo se reduce a la entrevista. No entienden que la entrevista tiene sentido sólo cuando el entrevistado tiene algo que decir. Y yo no tengo nada que decir. Es mejor que no pierda su tiempo conmigo –dijo buscando con la vista la enorme limusina plateada que lo transportaba a lo largo y ancho de la Gran Manzana.
Controlando su estado de nervios, el periodista novato se atrevió a responder:
–Usted sabe cuál es la misión de un entrevistador.
–Yo nunca en mi vida he escrito una entrevista. Puede buscar en todo lo que he escrito y, si encuentra una entrevista mía, tráigamela que se la compro. Cuando trabajaba como reportero me iba a los lugares, observaba muy bien a su gente, tomaba algunas notas en una libreta y al volver escribía todo, recreando la situación de memoria. Vamos a tener que invitarlo a los talleres de la Escuela de Periodismo para que aprenda algunas cosas del oficio.
–Pero los editores...
–Los editores –dijo elevando su dedo índice hacia el cielo– mándelos a la mierda.
–¿A la mierda? ¿Cómo?
–Bien lejos, a la mierda. Usted no tiene que hacer lo que quieren los editores. –Acto seguido, García Márquez miró su muñeca y se dio cuenta de que había olvidado su reloj en la habitación–. Mire, es muy tarde. Tengo una cita a las once y media y olvidé mi reloj por el apuro. ¿Usted conoce el significado de la palabra ocupado? Yo soy una persona ocupada y lo que menos me gusta es que me pongan en situación de decir que no. No me gusta que me obliguen a decir no.
Todo esto dicho sentenciosamente, mientras tomaba al novato periodista por el brazo y caminaba hacia la limusina.
–Pero usted sí tiene cosas que decir. La semana pasada se reunió con el presidente Clinton. Y el problema de la desertificación de Colombia, en el asunto drogas...
–Mi reloj... voy a llegar tarde. Vamos a hacer algo: espéreme aquí en el hotel. Cuando vuelva, hablamos quince minutos. No sé por qué no entienden que uno es una persona ocupada –alcanzó a oír el periodista novato, mientras la cara de García Márquez desaparecía tras el cristal oscuro de la limusina. Antes de arrancar, el chofer (el mismo hombre con bigotes de charro mexicano que dos horas antes le había hecho llegar a la habitación 1451 los diarios del día) salió del auto con un mensaje: “El maestro García Márquez le manda decir que no se vaya”.
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