Jueves, 4 de febrero de 2010 | Hoy
Por Arturo Carrera
Vespertillo: pequeño murciélago que sale a pasear al atardecer, y que suele prenderse de las faldas de las mujeres que caminan al borde de la laguna, asustándolas, transformándolas lentamente en Hijas de la Noche.
Las jóvenes Parcas... gritan, ríen, musitan extrañas órdenes; y finalmente, arrastran hacia la penumbra a los pequeños que también ríen, tenuemente pintados por la exigua luz del lugar.
No fue en Sicilia, no fue aquí
I
Los hombres dormían. Los niños
cabeceaban.
Las jóvenes muchachas conversaban y sus risas
iban a la brisa única
de la laguna.
...no fue aquí, no fue en Sicilia.
La huella del pie de un niño
que “paseó” con su madre antes que ella durmiera,
fue lamida apenas por la espuma
de los bordes...
Los perros del anochecer, furiosos,
se mordían.
La misma brisa alza ahora la misma huella,
la nervadura quejumbrosa de la reminiscencia
como un paso en los sueños.
Dos niñas en la arena del mar
construyen su propio circo mínimo, allá,
donde un botín de alfabetos y catástrofes
parecen delatar: “Nosotros somos ese botín
de alfabetos y catástrofes”.
No es en Sicilia, no es aquí.
En gradosluz la insistencia del verano
visita un arco iris oscuro que tenuemente
se disipa.
Las mujeres con su fábrica de noche todavía cierta
cuentan sus probables verdades de amor.
La innoble apariencia no las toca;
no las excluye y
las protege.
II
Dejo esta laguna frente a ti,
esta laguna que nos ignora y sin embargo
nos circunda, nos une por primera vez,
nos va reuniendo.
Nos atrevemos a sentir cómo tantas formas
se adhieren y se apoderan de un cuerpo que ya no es nuestro.
(...)
hay gaviotas en sus nidos todavía quejándose
como si nos reconocieran
(no es aquí, no es en Sicilia...)
esta laguna nos ignora y sin embargo
nos circunda,
no nos aísla.
Me animo a escuchar con qué sigilo
el espacio y tantos sonidos como risas, voces,
se adhieren y se apoderan de un cuerpo
(pero tan adelante
de nosotros).
III
que esta tierra me trague.
que esta naturaleza me trague.
allá van las bandurrias volando hacia la laguna,
otra vez al atardecer, pero sin la rutina
del vuelo.
pasan envueltas en un halo parecido al de la luna,
como una corona anticipada,
como un velo.
paseos, paseos,
paseo de las pequeñas parcas alrededor de la laguna,
no en Sicilia, no aquí, sino
en ese ignoto continente donde los inmigrantes
que me amaron ahora vuelven conmigo a emigrar,
se unen fácilmente, como animales de un arca
al antiguo reclamo,
al antiguo rumor a vida de la laguna
vida sin historia, sin geografía, sin Colón,
sin el reclamo del escudo familiar
que Mandelstam llamó
“el vaso de agua hervida”.
en Monte Hermoso, a pocos pasos del mar,
debajo del mar.
Las huellas de niños que paseaban con sus madres al atardecer están intactas todavía,
como azúcar amarilla, como miel olvidada
que un arqueólogo supo probar
y fijar:
o atender, como el pájaro de los Upanishads
(mientras el otro pájaro gemelo no se contenta sólo con mirar...);
él mira, calca la huella, le saca
fotos
la detiene en otra sospechosa memoria,
¿pero no es ése también el signo de la connivencia, de los amores,
de las uniones caligráficas?
¿Qué me une al paseo,
qué me une a esas misteriosas mujeres tan pequeñas, tan altas como mi madre?
...qué,
sino esos diminutos pasos tras la fugitiva
que memoriza un espacio
y un tiempo siempre entregados para ella
sin materia,
oscuros, en partículas leves
que se disipan en residuos desorganizados,
intangibles,
eso que alguna vez nos pareció la naturaleza
es acaso su Realidad.
...pero Rodolfo González detuvo
ese contorno de polvillo de oro para mí
y detiene
esa usura de presencia para mí.
Y así como la Enana de la muerte se hace pis
en una burbuja de ámbar,
ahora estira nuestra lengua hilándola,
pasándola por ese ojo de aguja donde pasa
la historia de la femineidad.
Oh arena,
arena para todas ellas,
para todos nosotros,
arena para mí
Este viento de lija pule cuidadosamente
nuestra juventud. Se lleva ese residuo
en zig-zags, en puntillos coralinos
que vuelven acaso por última vez
al mar.
Los dioses están juntando almejas.
Han cavado unos pequeños lagos, han fabricado
alrededor unas montañas de chocolate casi líquido.
Tienen cofias ridículas,
bañadores de lana...
...pero vamos en la playa
de la mano de esas madres ojizarcas,
que giran y giran implacables
como sed.
el pie de esos niños
es cada niño en cada niña,
cada criatura que se mueve junto al mar: ¿qué
les dice la sangre que no es todavía
secreto?
No es en Sicilia, no es aquí,
...huellas protegidas por el mar
debajo del mar;
alguien lleva en la mano la carta que una mañana cayó en la estría
de la luz,
aquel mensaje en hojas de limón
hacia Giarre –¿quién dijo que una hoja de limón
es un ticket a Sicilia?–
aquella dicha contenida como en su sobre
el dolor: “...care sorelle uniche...”
Nos une esta laguna que dejo junto a ti,
junto a vos,
el tú y el vos son el fondo de barro y el fondo de arena soldados por esos pies de soldaditos
de oro
que se ríen del mar.
El agua cubrió sus pasos,
selló el tambor de sus pasos
a pocos pies, allá
donde después de siete mil años fuiste el primer verano de huérfano
a festejar:
a pisar toda la lisura de ausencia
en el mar; toda la inexplicable mínima presencia
que tu corazón desconocía aún,
Oh pavor brevecito,
infante pavor
y a las risas con tus primas otras vez, divinas,
sí; parcas maravillosas: en la ola,
junto a su antigua curvatura al romper,
en la flor a reír, a girar
Y después en el borde a hundir, y a probar
tu autito rojo,
el Ford
sin el Da.
con tu desesperación invisible
contenida en tu manita
con un poco de sal.
Y Sara Zurama, y Mirtha Noemí, y Zulma
con sus mallas en nido de abeja de colores
y vos con camiseta,
L: “...22 meses y camiseta: lo dice esta foto, parecés
un “gringuito”, como te solía llamar Arturito (el otro que firmaba las cartas en diminutivo), tu papá.”
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