VERANO12

EL HUEVO Y LA GALLINA

Alfredo Casero dice que no hay “en joda” y “en serio” en lo que hace, como bien demuestran los doce temas de Casaerius, el formidable disco que acaba de editar. Mientras la Sony evalúa usar su tema “Shimautá” en el disco oficial del Mundial de Corea y Japón, Casero espera tranquilo el estreno de Todas las azafatas van al cielo, su primer protagónico en el cine (acompañado de Norma Aleandro e Ingrid Rubio, con dirección de Daniel Burman) y ofrece un mensaje para todos los argentinos.

–Esta canción, “Shimautá”, ¿la encontraste en un restaurante?

–No solamente la encontré de casualidad sino que es una canción que había quedado trabada en esta parte del mundo vaya a saber por qué. El compositor que hizo esta canción se llama Miyazawa Kazufumi, un okinawense, que es como decir un artista joven super-top de Japón. Hizo esta canción, le dio forma folklórica y la mandó al mundo. A mí me la hizo escuchar Gustavo Agarigue pero la canción estaba viajando en la cabeza de la gente. Yo estaba haciendo un disco y le hice escuchar dos temas a Fernando: “I remember you” y otro tema de jazz y él me dijo que me haría escuchar algo que tenía ese mismo swing. Y me dijo que era de Okinawa, que es una isla con clima tropical, con agua clara y peces, donde hay montañas y un montón de bellezas, de donde salió el karate, después me enteré. Son muy especiales; la isla está muy cerca de China y hace relativamente poco en la historia que se integró a Japón porque era un imperio aparte. Un lugar muy raro.

–¿No te dan ganas de visitarlo?

–Me encantaría, para cerrar un círculo. En realidad se cerró cuando le escribí a Miyazawa. La canción dice: “Canción de la isla, subite al viento junto con los pájaros, a dar y llevar puro mi sentimiento más allá de los mares”... Y llegó. Ellos le dieron la orden a la canción y la canción se fue y yo lo único que hice fue trabajar de antena y nada más.

–¿La canción era más tradicional, más folklórica?

–Era. Pero con el productor la armamos de la manera como yo la sentía. Al final de la versión original hay una especie de celebración. Los okinawenses, siempre que terminan algo, lo festejan, y bailan y bailan, no dejan de bailar, creo que se llama ochinanchú o algo así. A ese festejo, nosotros lo hicimos en tecno.

–¿Y las otras canciones del disco?

–Bueno, ésta vino al final, pero las otras son bárbaras...

–En el librito que viene con el CD aconsejás que tal canción es para fifar, otra para fumarse y así...

–Hay canciones para lo que quieras, algunas son para fifar y en otras si querés te podés fumar un caño. Está “Avec”, que es de Charles Aznavour. Y yo me acuerdo de mi vieja, que era una mujer muy, muy linda, igual que cualquier mina que hoy miraría y me la comería, y yo me imagino a esa mujer enamorada de una canción. Mi mamá amaba esta canción y yo me preguntaba por qué la escuchaba tanto. Después está “Mi combi”, que es un divertimento, en realidad es el porqué de hacer “biband”, porque sí, no tengo que aclarar nada. Yo desestimo muchísimo las letras.

–En la canción japonesa, la letra es tan buena que, si escuchás la música, transmite el contenido...

–Es lo que creo yo también. Yo siempre le pregunté a gente que escuchó a Led Zeppelin o a Yes, si sabía lo que quería decir “Siberian krathrpz” y la gente no sabe, porque eran códigos muy de allá y de una época del hippismo... En la globalización, hasta que nos pongamos de acuerdo de qué manera llevamos los sentimientos de un lado para el otro, la música es lo único que nos queda.

–Bueno, también está el teatro o la literatura. Yo creo que si les leés un poema de Juanele Ortiz a los japoneses, la van a entender perfectamente...

–Bueno, también está eso de traductores y traductores. Yo a veces me mato para conseguir una buena traducción del Shakespeare que no sea del annus dramaticus 1604, porque en realidad me convendría una del 1800 que está mucho más buena para el español, pero que no la hayan hecho los curas, ojo. Cosas que busco para darle a mi hijo porque, si no, qué le voy a dar. ¿O le voy a dar un libro hecho por una editorial española de la época de Franco que no va a tener un montón de cosas? Te voy a recitar la letra de “Shimautá”: Cuando la flor del deigo (que es una flor roja, creo) comienza a florecer, comienza el vendaval. Cuando está florecida llega la tormenta, y atraviesa la isla una gran tempestad... y mucha tristeza además. Dentro de un cañaveral te encontré y dentro de un cañaveral nos separamos.... Canción de la isla, subite al viento con los pájaros, y recorré la distancia de los mares para llevar puro este mensaje y nuestras lágrimas derramadas. Nuestra pequeña felicidad de cantarle a las ondas de la flor del deigo. Dentro del cañaveral cantaré, hasta el fin del mundo. Canto esta canción para que todos oigan, y sientan que la guerra y la tempestad son cosas tristes para los que se quedan en la isla. Dios creador, permití llevar puro este mensaje alrededor del mundo.

–También hay letras de amor que son tuyas en el disco.

–Lo que pasa es que, en medio de todos los dolores que da la modernidad y de los nuevos arreglos que hay que hacer y los nuevos encuentros que hay que llevar a cabo, también hay que renovar todos los contratos, los matrimonios, por ejemplo. Viene eso de “yo te quiero mucho, pero no me hinchés las bolas en esto, esto y esto”. Te voy a leer una letra y vas a ver que te pega: Donde te leo estás, en cada cosa, en cada libro estás, en cada verso, en cada color. Y ni hablar si me pongo a recordar lo que era amarte, tu sabor, tu piel, tu pelo que cae como cascada fina de avellanas, de haber compartido unas pocas mañanas, que iguala, avecina en mentiras y culpas y lo bello pasa, y lo bueno pasa y te leo odiándome para olvidar lo que fue amarte, ¿viste? De aquellos amores te hablo, cuando te digo que será dulce resistir la tentación de sucumbir a la locura. ¿Viste? Es “Amores locos”, del disco.

–Te jugaste en esa letra, te expusiste...

–Claro. Tengo miles de estas letras, pero no puedo largarme como poeta porque ¿sabés qué? Me cagan de arriba de un palo. Vos viste que a los poetas los cagan de arriba de un palo. Por eso pongo una entre medio de un montón de cosas. Escuchá: Amores locos, cosas plateadas que te encandilan como una liebre para matarla. Amores locos, mil navajas cortan arteros mil corazones como si nada. A mí me parece que es parte de mi poesía. Tiene que ver con mi amor. Y cada una de estas cosas me da la impresión que le sirven a alguien. Cómo te diré que aquella flor que era este amor se marchitó, fijate esto porque ahora suena kitsch, pero en la década del ’60 qué, ¿eh? Que el pájaro de sueños que tuvimos ya voló, que el vino estimulante del deseo se acabó. ¿Cómo te diré que ya mis ojos se cansaron de llorar? Que ya mis brazos se durmieron de esperar, crucificado en la agonía de tu adiós, de tu tal vez, de tu quizás. Está bueno, ¿no? El video que estoy haciendo con esto es muy loco. Esta canción y muchas de las cosas que han hecho Sandro y Anderle son bárbaras. Por eso pongo un poco también a Sandro y un poco a Aznavour: porque son de la misma época postexistencialismo, ésa de la boina con un piquito en la cabeza, cuando Gillespie ya era gordo y Alberto Greco hacía el vivo-dito.

–¿A Sandro lo conociste?

–Lo vi tres veces personalmente y siempre me tiró la mejor. Una vez estaba haciendo un programa y lo invité y me mandó una botella de whisky que la guardo en la caja de seguridad del banco con la nota que traía. Yo no tomo, pero tengo la botella como trofeo; para mí es un regalo especial.

–¿No le mandaste tu versión de esa canción suya?

–La cosa sucedió así: fui a un programa de Teté Coustarot, la canté y entonces llama “Roberto de Banfield” y dice que me agradece, porque era él, el tipo estaba escuchando el programa. Yo lo quiero un montón, porque me parece tan auténtico, tan auténtico... Es un producto absolutamente nuestro. Y durante tanto tiempo fue mirado de una manera tan fea, a pesar de ser tan querido. ¿Te acordás cuando se usaban los mocasines de Guido, los del fleco, y las camisas de Teens, y los Levis 501? En esa época. La verdad que yo siempre lo quise.

–La gente lo quiere mucho...

–¿Cómo no lo van a querer? Si hay tanto para aprender como artista y como actitud. El tipo sale y les habla de esa forma y las minas se mueren, se mueren, es una historia de amor. A mí me parece que mucha gente tendría que aprender eso esencialmente, porque así somos los argentinos, tratamos de ser de otra forma y en el fondo tenemos que ser eso.

–También hay otra canción que le gusta a la Fufi...

–Le encanta a mi mujer, a la Fufi, y se la canto y no solamente eso sino que mi hija, la más chica, que tiene dos años y medio, la canta entera: Faro calentito, alumbras mi mar... y la canta perfecto. Es una canción muy linda, aunque la gente está conociendo más “Shimautá”, porque está en difusión, pero cuando escuchen “Cómo te diré”, se engancharán con ésa.

–¿Este disco lo pensaste vos o hiciste alguna concesión a los productores o a la discográfica?

–El disco está hecho tan como a mí se me canta el culo que todos los derechos de autor los cobran los dueños de las canciones.

–Te hiciste famoso como actor cómico. ¿No te molesta que la gente se quede con ese estereotipo y se confunda cuando hacés algo que no es humorístico?

–Es que en realidad no es que hago una sola cosa: yo soy como una corporación que tiene la rama “humor”, la rama “seria”, la rama “música”, la rama de “lo clásico”... Porque a mí me gusta Schubert, por ejemplo, me encanta cantar canciones de Schubert, pero no voy a hacer un disco así porque a la gente, imaginate... Pero Schubert está en el disco también. Hizo tantas canciones que podría ser como Charly García y atenti que las letras eran de Goethe o de Schiller. Pero si yo me pongo a cantar un aria en alemán, a la gente le importa un carajo. En cambio, si hago Dueña de mis ojos, dueña de mi ser, puerto en que recalo, es esa mujer, la gente me entiende, y en realidad Schubert está porque la esencia de lo que hago es la conjunción de todas esas cosas que me llegan.

–¿Y no te preocupa confundir a los que te escuchan, que se pregunten si está hecho en broma o en serio?

–Me chupa un huevo. Yo creo que se van a dar cuenta solos. Eso pasa porque piensan demasiado. Simplemente sientan, digo yo. Ahí está eso de la canción en japonés. El que dice: “Qué lindo, ¿pero esto lo habrá hecho en broma o en serio?”, es un boludo si tiene que pensar tanto, porque en realidad no existe en joda y en serio. Yo me cago de la risa cuando cojo, es una alegría, me divierto muchísimo y es algo serio. La cantidad de tiempo que va a llevar al ser humano a pensar el acto sexual es el mismo tiempo en que se rompió el mito de que la mujer va al parto tomándote de la mano con música de Kenny G. La mujer lo que quiere es sacarse el chico que tiene dentro. Son viejas cosas que nos dijeron que harían bien, que había que hacer. Y nosotros sabemos ahora que las cosas se dan como a uno se le canta el culo, y esto es así.

–Decías que había canciones para todo...

–Está mi parte que seduce, está mi parte que sufre por los “amores locos” y que siente placer por las cosas que dice Sandro, y está mi cariño por mi actual mujer, y mi cosa festiva con los amigos, de gritar y de cagarme de risa, una cosa de comicidad como es “Mi combi”, y también una cosa que tiene que ver con mi entrada a la madurez como “Avec”. Todo está mezclado: hasta puse la foto de mi perro, que significa que yo canto como él. Mirá qué linda foto le sacaron...

–Tiene mirada inteligente.

–¿Leoncio? Es un sabio, canta y todo. Es un gran amigo que tuvo un problema. Se habrá mandado alguna cagada a último momento y, cuando reencarnó, lo mandaron a perro. Si no lo hubieran tenido que bañar, ahora estaría sentado acá y te mira y mueve la pata.

–¿Y el trompetista que aparece en la portada optativa?

–¿Para qué está eso? Para que no te lo choreen. Tenés esta tapa conmigo y tenés esta otra, opcional. El tipo se llama Ernst Börna y su disco se llama Tambeshung in trompeten y acá dice claramante: Das interburgen intershisten daberglass. Esto está para que no te lo choreen: si buscan el disco azul, mío, van a encontrar a este tipo que dice: Colon, inglgen petehnmi glaassendürfen. Está todo dicho. Me dicen que los alemanes se mueren de risa. El colmo es que parece que me parezco mucho a un político de allá, que lo encontraron hace poco culeando con la novia y le hicieron un escándalo. Es lo mismo que vos me vieras así, con la trompeta, y decís: “Ése es Kammerath”, porque me parezco a Kammerath.

–Es cierto, es cierto, hay un parecido...

–Bueno, en realidad, él se parece a mí. O no. Bueno, no sé, en realidad él nunca va a poder parecerse a mí porque es político, por esta vida ya se quemó, ya fue.

–Va para perro en la próxima.

–No te metas con los perros. Más abajo pensá: una mulita, por ejemplo.

–Con “Shimautá” tenés un público cautivo en la comunidad japonesa...

–Efectivamente. Tanto que vamos a hacer otro tema japonés con un grupo que se llama Nizeta Ryú, que quiere decir “A la manera de los muchachos”, con Julio Arakaki, que toca el shamizen. Vamos a hacer un tema que se llama “Tomata Bushi”, que es bien de la isla de Okinawa. También me gusta el chino muchísimo, hay una cantante que se llama Teresa Teng, que murió hace un tiempo, y la dibujaban entre capullos. Era una especie de Chavela Vargas en chino.

–¿En la colectividad japonesa sos muy famoso?

–Sí, el otro día estaba comiendo en un restaurante japonés y se me acercó una señora que me agradeció por la canción porque dice que la madre, que tiene ochenta años, se sienta a ver la MTV para esperar el video y, mientras, ve los otros videos y los comenta. Otro señor llamó al programa de la Negra Vernaci después que pasaron la vidalita fufera, que le pusieron “Cualquier cosa bailarás”, y dijo que eso podría haber escrito él para su mujer. Y hay cosas mágicas. Por ejemplo, mi amigo Danilo Clemens, que es capitán de un barco en Ushuaia, decidió formalizar y casarse después de escuchar el disco. Yo creo que estás dando algo más que una música: es una actitud. Y la gente la toma y le puede servir.

–¿Seguís viviendo en Puerto Madryn?

–No, estoy viviendo acá, voy y vengo con mi mujer y los pibes en una Kangoo amarilla. Estamos bien, cada uno hace lo que quiere y bien. Nazareno está trabajando, este año no creo que asista al curso de escuela normal porque tiene muchas cosas que aprender y no puede perder el tiempo. A mí me hubiera gustado haber tenido un padre que me dijera cómo hacer las cosas. Tuve que aprender solo un montón de cosas para poder hacerlo.

–¿Vos le decías así a Nazareno?

–Sí, a veces tengo que hacer mucha fuerza para que entienda que el camino más corto no es el mejor. Es jodido. Pero él creció para convertirse en amigo. Si no comprendés tu esencia, no podés comprender la de nadie y entonces ponés límites al pedo. Yo no pongo más límites. Si podés, lo hacés, siempre que esté bien. Ese vendría a ser mi lema.

–¿Por qué te fuiste de Madryn?

–Quedé un poco enojado. Al principio le echaba la culpa a la gente de allí, pero después me di cuenta de que hubo una inmigración muy fuerte de la provincia de Buenos Aires y han llenado la ciudad de autos hechos bosta que para existir le sacan el escape. La ciudad está llena de ruidos. Cinco años atrás eso no existía.

–Bueno, también es un momento en que la gente está bastante “sacada”...

–Sí, pero también es un buen momento para decirle a la gente que, si están “sacados”, los van a sacar. Hay que utilizar la manera más inteligente para mejorar el lugar donde se vive. Tenés que ir mejorando de a poco. Cuando veníamos para acá me recontraputeé con un tachero sucio, asqueroso, que tiró basura a la calle.

–¿Sos una especie de justiciero ecologista?

–No, para nada, pero si quieren cambiar las cosas, podrían empezar por no tirar basura a la calle. Si hay gente fumando en un restaurante yo no voy a decir nada, pero me voy a alejar como si tuvieran lepra.

–¿No consumís nada tóxico?

–Bueno, me encanta muchísimo comer, pero llega un momento en que ni siquiera podés fumar marihuana porque es de tan mala calidad que no sabés lo que te llevás a la boca. Cuidar el cerebro es muy importante y he visto mucha gente que era muy inteligente y quedó tarada de fumarse el cerebro.

–¿Hacía mucho que no veías a la Fufi cuando escribiste la canción?

–Me parece que vos tenés una imagen mía medio del jet-set: que me subo a los aviones, que me bajo en Europa, que me subo arriba de una ballena... Para nada. Tengo un perfil bastante bajo. Me gustan los lujos, eso sí. Tengo tres motos antiguas que las arreglé yo: una Triumph del ’54, una Tiger 110 y una Norton. Me gusta los motores porque soy mecánico esencialmente. Y tengo un camión, boludeces que arreglé o que las hice yo. El camión de guerra es un M-37, el de El salario del miedo. Lo tengo en Córdoba, pero ahora vamos con el Neno y lo llevamos de Córdoba a Madryn.

–¿Estudiaste música?

–Sí, en el conservatorio Fracassi. No, no estudié nada, toqué con los mejores del país y siempre tuve acceso a músicos muy grossos. A mí me gusta mucho Mozart. A los chicos que quieren estudiar música, les digo siempre que primero escuchen a Mozart un año y van a aprender lo que es el swing. Una vez tuve un maestro pero se fue a Alemania.

–¿Y en tu familia había un ambiente musical?

–Mi mamá cantaba y bailaba flamenco, era bárbara.

–Tener una mamá que bailaba flamenco, ¿no te daba un poco de vergüenza cuando eras chico?

–Ni en pedo, si bailaba bárbaro. Era una cosa muy linda, yo lo disfrutaba como chico.

–Lo digo porque a los pibes les suele dar vergüenza cuando sus padres hacen esas cosas.

–No sé, preguntale al Neno: ¿a vos te da vergüenza lo que hago yo?

–Todo el tiempo (Neno).

–Ya casi terminamos. ¿Te interesa decir tu mensaje?

–El mensaje de Alfredo Casero para el mundo es que yo creo que en este momento hay que empezar a pensar que el ají y el medio limón que tenés en la heladera es mucho. En esta gran confrontación entre los analógicos y los digitales, nosotros somos muy analógicos, demasiado. Pero no estamos tan mal como dicen que estamos. Hemos pasado por cosas peores y somos indestructibles porque somos argentinos.

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