Jueves, 15 de febrero de 2007 | Hoy
En octubre de 1993, el director de Gatica, el Mono agradecía el reconocimiento “de la gente de la cultura” por hacer que su película fuera la precandidata argentina al Oscar, pero su obsesión de esos días pasaba por la preparación de La vida es sueño, un show donde iba a reunir por primera vez su cine y sus canciones. En la entrevista con Página/12 también habló de Dios y de la soledad.
–Usted dice que sus iguales son los actores de circo. ¿En qué se parece a ellos un talentoso director que se presenta a la preselección del Oscar?
–Los actores de circo y yo somos iguales porque ambos amamos el arte por el arte mismo. ¿Querés un anónimo más grande que un payaso de circo, que un trapecista, que un enanito? Ayer un enanito me mostró sus fotos y me advirtió: “Te tengo una más chiquita” y sacó orgulloso la foto de su hija “enanita como yo”, dijo con orgullo. ¿Querés algo más grande que el orgullo de ese hombre que está contento simplemente porque va a hacer sonreír a alguien? Yo me formé en esa corriente. Mis orígenes están en el radioteatro más popular. Soy un hombre de radioteatro, pero nunca me pude despojar del hecho de que trascendiera mi nombre. Pero pasar por la vida haciendo reír a la gente y vivir de eso sin quitarle las ganas de vivir a nadie es más importante que la necesidad de descollar y de lucir que nos impone nuestra profesión y que además nos seduce de esta profesión. Cuando yo llamo mis iguales a los actores de circo, lo digo con envidia. Me habría gustado ser uno de ellos pero Dios me colocó en otro lugar.
–¿En qué va a consistir, exactamente, La vida es sueño?
–El espectáculo es un recorrido por fragmentos de mi vida. Está armado en base a poemas, canciones, películas. Todo comienza en la oscuridad del cosmos, cuando mi madre está esperando a su hijo. Luego viene mi nacimiento, mis amigos de Luján de Cuyo, en Mendoza, y las distintas etapas de mi vida. Esta vez voy a darme el gusto de poder trabajar con mis iguales, que son los artistas de circo: ahí va a haber enanitos, saltimbanquis, lanzallamas, anunciadores de parques de diversiones, porque hago de cuenta que mi vida es un parque de diversiones. Al final hay una reflexión sobre todo lo vivido y se va a escuchar el himno religioso “Adonai”, lleno de vitalidad, lleno de energía, con el cual trato de transmitirle a la gente la importancia de alimentarse por dentro. Como dice la Biblia, todo lo demás es vanidad de vanidades. Todo el resto pasa por la fugacidad de un pestañeo. Lo importante es atrapar los pequeños momentos de felicidad que tenemos y tratar de ser solidarios con la gente, de amar a nuestros iguales porque nada sirve si no crecés interiormente. Es importante tener conciencia de que lo que le acontece a los otros nos puede acontecer a nosotros. Este difícil trance que es vivir tiene un mundo de obligaciones y de hipotecas para con los demás. El mundo de canciones, de brillos, de aullidos de la gente es meramente una ilusión.
–¿En este espectáculo es la primera vez que su obra como cineasta y como cantante van a estar tan cerca?
–Es la primera vez que van a estar unidas. Llegué a esto porque para mí el cine y las canciones no son dos vías distintas. Quizás La vida es sueño sirva para que la gente entienda que amo tanto una cosa como la otra. Muchos dicen “Leonardo canta para ganar la plata que le permita hacer cine”. Eso no es cierto. Yo canto porque me gusta tanto o más que el cine. Y si soy un compositor de vuelo rasante, bueno, cada uno vuela hasta donde le dan sus alas, pero estoy orgulloso de mis canciones. Como suelo decir, mis canciones están en el inventario familiar de todo el mundo de habla hispana. Canciones como “O quizás simplemente te regale una rosa” es un himno en toda Latinoamérica. Las generaciones van cambiando y los coliseos se llenan con jóvenes que corean esas canciones que nacieron en la intimidad de mi hogar como un divertimento, como una broma, y que trascendieron las fronteras e hicieron milagros. Mis canciones hicieron milagros como que yo comiera más a menudo, que pudiera pagar el alquiler, que pudiera ser solidario con quien yo quiero, porque tengo los medios para hacerlo, hicieron de los aviones una alfombra mágica que me llevó a países insólitos. Mis canciones hablan idiomas que yo ignoro. Han sido traducidas al francés, al hebreo... En fin, que con todo eso ¿cómo no voy a amar la profesión de la canción o cómo voy a renunciar a ella, que me permite continuar en la pelea?
–¿Las canciones le dieron más satisfacciones que el cine?
–No, si yo me quejara del cine sería un irreverente. Tengo que agradecerle a Dios todo lo que me dio con las películas. Un proyecto mío nunca quedó sin hacer aunque haya tardado diecisiete años, como fue el proceso para concretar Gatica. Siendo un muchachito pude hacer Crónica de un niño solo y El amigo. En cambio, muchos van encaneciendo, se van muriendo sin poder concretar un mínimo sueño a pesar de tener un mar de talento. Grandes realizadores como Mugica han podido hacer muy pocas películas, como sucedió con José Martínez Suárez o David Kohon, quienes han dado cosas trascendentes al cine y, sin embargo, no han podido seguir filmando. Entonces, ¿cómo no le voy a agradecer a Dios si en mayor o en menor grado toda mi filmografía ha sido reconocida y cada vez que convoqué al público, me respondió? Sería un ingrato si dijera que no amo al cine. Realmente lo adoro, pero sucede que la canción es más liviana.
–Sus proyectos cinematográficos más recientes eran filmar la vida del Che Guevara (ver recuadro) y la de José de San Martín. ¿En qué se diferenciaría el San Martín de Favio del que retrató su maestro Leopoldo Torre Nilsson en El santo de la espada?
–No sé si mi San Martín sería distinto del de Babsy. Pienso que tendría otra forma, otra estética, la mía. Nunca es igual el trazo de dos pinceles aunque el motivo sea el mismo.
¿Por qué termina el espectáculo con un himno religioso? ¿Entiende la vida como un regalo de Dios?
–Yo entiendo la vida como el misterio más hermoso que nos pudo acontecer. Le estoy agradecido a Dios y termino el espectáculo de ese modo, para que entendamos que en el fragmento más pequeño y más pálido de vida que hay en una hormiga está presente Dios. Muchos creemos que nuestra obra es el centro y el ombligo del mundo. Yo pensaba así cuando era un muchachito, todos lo creemos así porque eso es lo que nos motoriza. Pero a medida que vas comprendiendo las cosas te das cuenta de que todo lo que puedas hacer en la vida no es ni una brisa comparado con la obra que nos está dando a compartir Dios, que es la vida misma.
–¿Su visión de Dios tiene más que ver con la imagen de la Virgen de Luján que con la idea abstracta de un principio ordenador del mundo?
–Yo amo la teología de barrio. Recuerdo que una vez el padre Mugica se cagó de risa porque yo tenía un rosario. “¿Te creés que Dios es tarado? –me dijo–. ¿Que quiere que le estés repitiendo quince o veinte veces el Avemaría con ese podrido rosario que tenés ahí? Con todo eso lo estás aburriendo a Dios.” “¿Vos te creés que Dios no mira con ternura todo esto?”, le contesté. Yo sé que mi rosario no ayuda en nada a Dios, pero él se da cuenta de que yo estoy repitiendo letanías que vienen de mis ancestros. Ese sonido me comunica con mis muertos queridos y con un universo de gente que se inclina ante la fe. Yo cuando rezo el Rosario lo hago con un profundo amor y sé que Dios se sonríe frente a todo eso, como se sonríe Jehová cuando el judío se pone frente al Muro de los Lamentos, o frente a los que en la India le encienden sahumerios. Dios se sonríe con ternura porque nos ama.
–¿Cree que también va a sonreír con el himno del final de su espectáculo?
–Por supuesto, a él le va a gustar todo eso. El nos deja a nuestro libre albedrío, que recemos, que nos matemos, que hagamos nuestras locuras. Dios si quisiera nos podría apabullar a milagros, pero él es respetuoso de nuestras decisiones.
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